Dos personas interinas y sin trabajo
viven el mismo portal de la Consejera. No, no es surrealismo, sino la cruda realidad.
Salvador y Ana Mari, profesores, también se acercan un buen rato para compartir
experiencias. Personas excelentes, rebosan interés por la educación pública
rural.
Un hombre me regala una lunita con los
colores republicanos: es lo que él hace con sus propias manos para ganarse la
vida. Y una amiga me cuenta la historia kafkiana que le toca vivir a causa de
una comunicación recibida de Hacienda. Confío en poder contarla pronto.
Ignacio escolar escribe en un artículo
memorable: Las becas son para los pobres (y por eso las recortan).
La foto se tomó en la década de los
sesenta en el patio del colegio de Nuestra Señora del Pilar, la cuna educativa
de la élite de Madrid durante el franquismo. El segundo de la fila de atrás por
la izquierda es el jovencito José María Aznar. A su lado, un tal Juan
Villalonga, su compañero de pupitre, al que años después Aznar nombraría
presidente de Telefónica. En este mismo colegio también se formó José Ignacio
Wert. Y Pío García Escudero. Y Juan Abelló. Y Alfredo Pérez Rubalcaba. Y Juan
Luis Cebrián. Y Luis María Ansón. Y Rafael Arias Salgado. Y Alberto Cortina. Y
Alberto Alcocer. Y Javier Solana… Y
tantos otros alumnos de familias bien, de los que nunca han necesitado una
beca para poder estudiar.
El Nuestra Señora del Pilar es un buen
colegio, pero no el mejor. En la
clasificación de la Comunidad de Madrid aparece en el puesto 26, por detrás
de otros centros de zonas más humildes que el exclusivo barrio de Salamanca de
la capital; le ganan varios colegios públicos de Léganes, Coslada o Torrejón de
los que casi nadie ha oído hablar. ¿Por qué razón entonces hay esa enorme
concentración de dirigentes políticos y empresarios de éxito entre los
antiguos alumnos del Pilar? La respuesta es bastante obvia: porque no
tienen las mismas oportunidades en la vida los hijos de familias pudientes que
los de las clases populares. Porque no es lo mismo un fulanito que un Wert, un
Villalonga o un Aznar.
Los alumnos de
familia bien siempre se pueden permitir algún desliz; "unos
años irregulares, por decirlo de alguna manera", como cuenta de sí
mismo José María Aznar en su autobiografía. Estas son sus notas del
preuniversitario: un 6,4. Una décima menos de lo que ahora quiere exigir el ministro
José Ignacio Wert Ortega para que un alumno de una familia sin recursos pueda
estudiar.
“La pregunta que hay que hacerse es si
ese estudiante que no puede conseguir un 6,5 está bien encaminado o debería
estar estudiando otra cosa”, asegura
José Ignacio Wert. Su argumento es falaz, pues mezcla el esfuerzo con el
derecho a la educación. Demuestra a las claras el desprecio clasista de José
Ignacio Wert, que no tiene ni la más remota idea de lo que supone tener que
dejar los estudios por no poder pagarlos. No se lo puede ni imaginar. Nunca lo
ha visto ni es algo que suceda en su entorno social: es imposible que se pueda
poner en ese lugar.
No es lo mismo un 6,4 para todos los
estudiantes. Si te llamas Aznar, de los Aznar de toda la vida, puedes llegar a
presidente del Gobierno; si eres un fulanito de familia humilde y necesitas la
beca, con ese mismo 6,4 tendrás que dejar la universidad y convertirte en otro
joven parado sin formación; carne de cañón.
No es tampoco idéntico el esfuerzo que
tiene que hacer un alumno que solo estudia –y que puede pagarse clases
particulares, si son necesarias– que el de aquel joven que, además de estudiar,
necesita trabajar de camarero para permitirse la universidad. La trampa añadida
es que todos los alumnos de la universidad pública están becados –casi el 80%
del coste real de la matrícula lo paga el Estado–, pero no todos tienen que
enfrentarse a los mismos obstáculos para poder seguir estudiando. Si fuese una
cuestión de dinero público y esfuerzo, ¿por qué no vincular las notas al precio
de las matrículas en todos los casos? ¿Por qué solo se exige ese plus de
competencia a las clases populares que necesitan una beca? Es tan obvio el
dislate que hasta
el propio Partido Popular no quiso respaldar las palabras de un José Ignacio
Wert elitista y prepotente que cada día se retrata más.
La verdadera pregunta que hay que
hacerse es si ese ministro al que los españoles otorgan una
nota del 1,7 en el CIS no debería estar haciendo otra cosa.
Edimburgo
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