lunes, 13 de octubre de 2008

Los árboles y el bosque


Según una encuesta realizada por la Fundación SM y la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), el 55,5% del profesorado de la enseñanza pública y privada asegura que han aumentado en los últimos años las dificultades y las complicaciones para efectuar su trabajo con el alumnado, Más concretamente, el director de la citada Fundación, Leoncio Fernández, afirma que el mayor problema para el profesorado radica en el mantenimiento de la disciplina y el control en el aula, con lo cual acuden inmediatamente algunas preguntas a la mente: dado que el orden en el aula es condición indispensable para poder enseñar y aprender, pero solo este aprender y enseñar constituye el objetivo esencial de la función educativa, ¿el árbol de la disciplina encubre el verdadero sentido de la función educativa? ¿Debe aceptarse que el mayor problema educativo sea la disciplina en el aula?

Llama la atención, por ejemplo, que, según un reciente estudio realizado por la OCDE, el 50% de los españoles con una edad comprendida entre los 25 y los 64 años, solo tiene el nivel de Primaria o, como mucho, el primer ciclo de la ESO, es decir, bastante menos de los estudios hoy obligatorios. Pues bien, nadie parece ocupado o preocupado por las causas, las raíces y las soluciones de esta situación, que no deja de ser un síntoma más de los males que aquejan secularmente a la educación y la cultura españolas.

Cada año nos bombardean con los datos del Informe Pisa, que sistemáticamente refleja unos resultados negativos de nuestro alumnado respecto de la media existente en la OCDE. Según la antedicha encuesta de la Fundación SM, ese mismo 55,5% del profesorado opina que los alumnos actuales son peores en comportamiento y en conocimientos, aunque no aclara respecto de qué época pasada y de qué franja social se establece tal comparación. Cuando había BUP y COU, acudía al Instituto apenas el 30% de los escolares, pero apenas hubo en un Claustro de profesores o en una Sesión de Evaluación una sola pregunta sobre el 70% restante. Buena parte de ese 70% son los padres de ese alumnado considerado peor. ¿Peor que quién? ¿Peor que toda esa masa de jóvenes para los que era normal abandonar tempranamente los estudios? Hoy todos, sin excepción, están en la escuela hasta los 16 años. ¿Proviene de este hecho buena parte de los diagnósticos pesimistas de ese 55,5% del profesorado?

En esta misma línea, en una prueba realizada por el alumnado madrileño de 3º de la ESO a fin de conocer en qué medida había alcanzado el nivel suficiente para iniciar 4º de la ESO con garantías de éxito, la nota media obtenida, por ejemplo, en matemáticas fue de 3,64, lo que a más de uno le lleva a preguntarse qué es lo que habían estado haciendo durante tres horas semanales a lo largo de todo un curso.

En otra reciente encuesta sobre Hábitos de Lectura y Compra de Libros realizada para la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) y con el patrocinio de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, el 45,3% de la población española es considerada “no lectora”, y el 30,8% afirma que no lee nunca. El 54,7% restante asegura que lee habitualmente, si bien el 14,5% de este grupo dice leer solo algo mensual o trimestralmente. Como los que más leen (83,7%) son los niños de entre diez y trece años, sería conveniente analizar a qué tipos de lectura se les obliga a partir de esa edad para que estos hábitos lectivos desaparezcan. ¿Qué se les enseña durante las tres horas semanales de Lengua y Literatura Castellanas a lo largo de tantos años? Nadie discute que, por ejemplo, el Poema del Mío Cid o El Quijote de la Mancha son unas obras maestras de la literatura española, pero quizá su lectura a una edad demasiado temprana no contribuya precisamente a fomentar el gusto por la lectura de las generaciones jóvenes. De momento, la gente lee a Ken Follet o los libros de Harry Potter de la escritora británica J.K. Rowling. Si en ellos se halla placer, es muy probable que esa lectura pueda desembocar en Quevedo o en Baroja. En caso contrario, el mundo de los no lectores será cada vez más amplio.

La escuela debe ante todo aportar los elementos necesarios para que nuestra juventud se desarrolle como seres humanos libres y cabales, autónomos y con criterio propio, con conciencia lúcida de sus funciones, derechos y obligaciones como ciudadano, con unas herramientas competentes para desenvolverse con holgura en el campo profesional. Ese es el bosque. Todo lo demás son arbolitos que no dejan verlo.

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