jueves, 30 de junio de 2016

Diario de un habitante del valle, 740



Mila me envía una melodía deliciosa que pronto he descubierto provenía del valle, y que este valle está cubierto de estrellas.

Ante tanta belleza, he llorado

¡Gracias, Mila, amiga mía, te quiero mucho!




Diario de un habitante del valle, 739


Esta mañana mi buen amigo Félix Población me ha regalado una rosa en forma de verso depositado en la bandeja del desayuno que estaba compartiendo con una multitud de habitantes del valle.
Puedes leerlo en su blog Diario del Aire

Dice así:
Ay, amigo, te tuve entre mis brazos
y bien sabes lo que el abrazo dijo,
sabedor del adiós que me trazaste.


El llanto por tu ausencia me da miedo
a decirte la pena cuerpo a cuerpo,
con el pecho doliendo de latido.


Mi vida fue mejor tras conocerte,
si te pedí tu voz fue para darle
más vida a la memoria de quererte.


Conmigo quedas en todo lo que amo,
ya estás como la música conmigo
hasta que Bach se apague donde aliento



GRACIAS, FÉLIX
EL ABRAZO

NUESTRO ABRAZO

Diario de un profeflauta motorizado, 738




Si me preguntas más veces por qué, te comprendo, pero compréndeme también a mí cuando solo te abrace con la esperanza de que yo sea esa respuesta que me pides. Danzan a nuestro alrededor los porqués de tantas cosas, tuyas y mías, de todos y de nadie. Bailemos entonces con ellos, con todas nuestras preguntas y nuestras dudas. Preguntar y buscar y decidir: no otra cosa intenté enseñar en cada aula en la que entré como profesor, docente, enseñante o maestro (los nombres son los de menos).

“Hace tiempo estaba indeciso, pero ahora ya no estoy tan seguro”, te escribo en cada email.  Es una frase que cruzó mi vida una tarde mientras leía “Kant y el ornitorrinco”, de Eco, y desde entonces piensa y ríe conmigo.

Yo te quierto preguntarte nada. Basta estar juntos, degustando la placidez después de tempestades, fundiendo en una sola cosa la meta y la salida, en silencio, en el placer de la música que besa y besa, en el misterio de esa vela que en pocos días se apaga y resiste a la vez  el viento que no cesa.

Si me preguntas por qué... no sé... tras el abrazo en este valle, mi valle, donde habito, veré cómo te alejas por ese camino que amo desde que tengo conciencia de ser yo, y no otro, de ser caminante contigo, fiero y lúcido.  Y te irás, sabiendo que aquí me quedaré, cerrados los ojos, dormido, sin palabras, sin respuestas.

Quizá entonces, mientras caminas, la duda alguna vez emborrone tu mirada y el tedio pretenda acompañarte disfrazado de sabio prudente (como barbitúrico en noches sin amante), encubriendo su miedo a las preguntas que no temes. Pero tú pregunta y pregunta, duda, busca, indaga, camina siempre, siempre. Recuerda que eres poblador o pobladora de un mundo de seres vivos, siempre por hacer: las hienas quizá pretendan robarte el alma, perto tú niégate a las respuestas de plomo, al canto del sofista, al mundo de muerte de los partidarios de la moral de los esclavos, que se creen superiores por hacerse eunucos por el reino de su cielo. Niégate, pues, siempre a sucumbir, a renunciarte.

Por el contrario, afírmate, afirma al ser humano que se abre camino ensanchando la pelvis de la historia. Que no te lo roben. Afirma todo, afirmando la humanidad de todo ser humano.

¡Qué bien y cuánto he caminado contigo! Desde mi valle, me siento cada hora que pasamás contento y orgulloso de ti mientras, pasito a pasito, te vas alejando…




miércoles, 29 de junio de 2016

Diario de un profeflauta motorizado, 737. El dolor, última forma de amar


A veces el amor se hace especialmente doloroso. Parece socavar las paredes más profundas del ánimo y cada recoveco del pasado o del presente nos escuece sin remedio. El mundo amanece cada día como una herida cósmica en carne viva: duele hasta el mínimo detalle y parece hundirnos en abismos de sufrimiento.

A veces el ser amado o el ser perdido duele hasta el tuétano mismo de cada uno de los huesos. El aire se enrarece, apenas nos sentimos ya capaces de tomar aliento. Nos sentimos absortos en nada. Cada minuto inocula nueva tristeza y refuerza la sensación de marasmo.

Entonces, especialmente entonces, se hace heroico el amor. Llevo días así presenciando el ciclópeo heroísmo de no pocas personas que me son tan queridas. Entre ellas, mis seres más queridos, mi sombra, mi sombra…

A veces el amor es sólo silencio, calla para siempre. Daríamos cuanto se nos pidiera por una sola de sus palabras, por disfrutar del último al menos de sus mensajes. Mas el universo ha quedado vacío y los oídos duelen de tanto no oírlo ya, y los ojos duelen de tanto no verlo ya y las manos duelen de tanto no poder acariciarlo ya...

A veces ya no queda la posibilidad de amar más que su ausencia. La vida entera se transforma en un descomunal, pavoroso duelo. “Herida cósmica”, dejó escrito mi buen amigo de hace muchos años, Pedro, el jerezano. Es otra dura lección que algunos seres queridos deben aprender: convivir con el duelo. Sobrevivir al duelo. Sobrevivir, sí, sobrevivir: empresa difícil cuando el ser amado ha formado parte de la entraña más cálida y auténtica de una vida.

Neruda lo describe bien en unos de sus más conocidos poemas (Puedo escribir los versos más tristes esta noche..., en  "20 poemas de amor...” ):

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
(…)
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
Y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Neruda transmite en este poema una gran melancolía, una enorme pesadumbre. Sin embargo, sus versos no son los más tristes. Ciertamente, declara poder escribirlos esa noche, pero la propia tristeza lo paraliza. Cuando el amor duele hasta el paroxismo, resulta indescriptible. Duelen el recuerdo y el olvido. Duelen la presencia y la ausencia. Duele el amor por cada uno de sus poros. El amor es nada, ausencia, que tritura dolorosamente el espíritu.

Pedro Salinas lo describe también con sobriedad en uno de sus maravillosos poemas y, al mismo tiempo, con precisión de cirujano:

¡Qué paseo de noche
con tu ausencia a mi lado!
Me acompaña el sentir
que no vienes conmigo.

Y Salinas canta a gritos en otro poema, que convertí en canción en mis años jóvenes, la soledad del dolor, la voluntad de que el amor permanezca al menos como duelo. La vida se agarra como última estela del amor perdido, como última esperanza de que aún no todo está definitivamente acabado. El dolor demuestra aún que se está vivo, y en ese dolor pervive de algún modo el ser perdido, como prueba de que a la pesadilla actual le han precedido tiempos y brisas de vida. Todo, incluido el dolor insoportable, es preferible al desamor, como un último homenaje al aliento íntimo que sigue morando en cada corazón dolorido.

No quiero que te vayas,
dolor, última forma
de amar. Me estoy sintiendo
vivir cuando me dueles
no en ti, ni aquí, más lejos:
en la tierra, en el año
de donde vienes tú,
en el amor con ella
y todo lo que fue.
En esa realidad
hundida que se niega
a sí misma y se empeña
en que nunca ha existido,
que sólo fue un pretexto
mío para vivir.
Si tú no me quedaras,
dolor, irrefutable,
yo me lo creería:
pero me quedas tú.
Tu verdad me asegura
que nada fue mentira.
Y  mientras yo te sienta,
tú me serás, dolor,
la prueba de otra vida
en que no me dolías.
La gran prueba, a lo lejos,
de que existió, que existe,
de que me quiso, sí,
de que aún la estoy queriendo.