Estimado y
apreciado señor Jung: Como le prometí ayer, escribo estas líneas sobre la
“matanza de Orlando”. Quiero dejar constancia en primer lugar de que muchas personas
parecen morir en balde, víctimas del mismo terror, un terror manipulado por los
mejores expertos en manipulación del mundo. UNICEF denunciaba hace ya años que
más de 500.000 niños iraquíes murieron a causa del embargo perpetrado por los
intereses occidentales tras la Guerra del Golfo. ¿Acaso no fue también eso
terrorismo? De lo segundo que quiero dejar constancia es que no todas las
víctimas son iguales: hay víctimas de primera y de segunda.
No debería
haber víctimas de primera y de segunda. Su terror, su pavor, su muerte son los
mismos. Han llenado las primeras páginas, las primeras noticias de los
telediarios las víctimas de Orlando, y el resto de las víctimas diarias, miles,
decenas de miles, no aparecen, no las muestran, como si por eso dejaran de
existir. Son víctimas de segunda, pero mueren tan absurdamente como las archifamosas
3.000 de Nueva York. Víctimas del mismo terrorismo de rapiña capitalista, del
hambre feroz y de la pobreza.
En el
mundo hay más de 1200 millones de personas que sobreviven con un dólar diario y
2.800 millones con dos dólares al día. ¿También eso es terrorismo? Trump es
ciego y sordo a cuantos datos no le convienen. Como todos los demás. Deleznable
es cualquier terrorismo. Erradiquemos, pues, toda suerte de terror, pero no
hagamos trampa en esa lucha. No discriminemos a sus víctimas, con una
vergonzante criba, convirtiéndolas en víctimas de primera y de segunda.
Arrecian las condenas de la matanza de Orlando en toda
Europa y el mundo entero. Personalmente, me sumo al dolor de sus familias y a
la condena del crimen, homófobo para más inri. Sin embargo, a ese dolor se une
también mi consternación ante el silencio oficial e institucional, nacional e
internacional, de los cientos de miles de víctimas de todo tipo y condición en
Grecia, Macedonia, Turquía, y los fondos oscuros y contaminados del Mar
Mediterráneo.
Es algo repetido, casi calculado: Europa y la
América rica se ponen de luto de vez en cuando. La penúltima vez, por el
asesinato de doce trabajadores de la revista satírica francesa Charlie Hebdo en
enero de 2015. La penúltima-bis, en otra noche de noviembre, también en París,
con 128 personas asesinadas y varias decenas de heridos graves. En ambos casos,
como común denominador, unos exaltados que creen librar una guerra santa contra
los infieles perversos porque su dios así lo dictó: ellos se creen mártires,
mientras el adversario queda convertido en maligno. Por eso a veces se forran
de bombas o disparan a discreción para sacrificar al enemigo (cuantos más,
mejor). ISIS o Al Qaeda o quien sea reivindican sus matanzas. Su fanatismo
sueña con un Estado teocrático, con la uniformidad absoluta de las ideas y las
costumbres acordes con su Libro sacro. Malditos sean, sí.
Sin embargo, hoy no puedo dejar de mirar y
poner de manifiesto otras caras de este inmenso y cochino poliedro donde
vivimos. Las banderas a media asta se ponen cuando mueren personas del
Occidente rico (y de paso, se desatan guerras, estados de emergencia, luto
nacional e internacional…), muertes que –repito- condeno y desapruebo
profundamente. Pero tengo en cierto modo, una vez más, el alma rota porque
nunca he visto decretado luto, banderas a media asta y condenas desde el poder
por las miles de víctimas inocentes por los bombardeos en el Oriente Próximo
desde aviones franceses, rusos, británicos y otros países de la OTAN (esa OTAN
que está jugando con sus juguetes, despilfarrando el dinero de la ciudadanía
cada vez más empobrecida, desde hace semanas en nuestro país, en mi ciudad).
Dicen que ahora los “terroristas” se comunican
y organizan a través de las redes de Internet y similares para asesinar más y
mejor, pero también sabemos que centenares de drones, guiados desde
algún búnker hipertecnificado sito en los Estados Unidos de Norteamérica,
sobrevuelan no pocos países árabes e islámicos, achicharrando desde el cielo a
quienes consideran líderes o cabecillas de grupos “terroristas”, que planean
sembrar algún día el terror en nuestras calles y barrios, donde últimamente
parece preocupar sobre todo la contaminación. Son tan condenables los unos como
los otros. Es el mismo terror, son tan terroristas los unos como los otros.
¿Cuántos seres inocentes mueren cada día en
Palestina, Irak, Afganistán, Siria debido a la política de mirar hacia otro
lado y tener los brazos cruzados por parte de los países ricos, dueños de la
energía, los alimentos, las armas y el dinero. ¿Acaso hay peor “terror” que
saberse condenado a la mugre o a la muerte desde niño? ¿Acaso han mostrado esos
países ricos otro deseo mayor que poseer y controlar todas las fuentes de
energía y las zonas geoestratégicas del planeta?
Sin embargo, las grandes empresas de fabricación y comercialización de
todo tipo de armamento necesitan venderlo, necesitan conflictos alejados de sus
fronteras, necesitan el miedo de la gente, necesitan hacer de la seguridad el
principio por antonomasia, necesitan de gente que considere peligrosos y
alienados a quienes consideren que las armas y los ejércitos deberían irse
todos –sin excepción- al carajo, que el dinero presupuestado para armas y
ejércitos debe destinarse a hacer efectivos los derechos humanos de todas las
personas del mundo, que así no habría otros terroristas que quienes lo están
alimentando para seguir haciendo negocio. Personalmente, soy una de esas
personas, aun a riesgo de que me sigan considerando peligroso y alienado.
Hasta luego, señor Jung. Y perdone el sesgo y la extensión de esta
carta. Quiero terminar informándole solo
de que hoy he recibido una carta certificada del Gobierno de España donde se me
comunica que se elimina la sanción económica impuesta por los hechos del 30 de
abril de 2014, último día de estancia en el portal de la Consejera de Educación
del Gobierno de Aragón, María Dolores Serrat, y se estima el Recurso de Alzada
interpuesto. Total, a juicio por lo contencioso-administrativo. Las carcajadas
que me ha provocado tal carta esta mañana han podido oírse hasta en su Kesswill natal.
Mit meinen freundlichen Grüssen
Tócala otra vez, Franz
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