Es curioso,
incluso sorprendente, que la realidad se haga líquida, que fluya y fluya a lo
largo de cada instante, y que a la vez se torne densa, consistente. Sartre
describía así la percepción del mundo a través de lo que denominaba “náusea”.
Sin embargo, es todo lo contrario: el mundo y la vida se muestran en su ser más
entitativo precisamente porque se los puede percibir desde la sencillez. Es así
también cuando el espacio y el tiempo pueden ser abrazados con franqueza, con
una inocencia casi olvidada, con lisa y llana naturalidad.
Un solo momento
vivido así pesa más que millones de momentos que pasan desapercibidos ante
nuestros ojos y se escapan de nuestras manos. Félix me pide mi voz y se la
entrego, aun a sabiendas de que hace ya tiempo que la tiene. Carles y yo
conversamos con complicidad. Jorge y yo nos sonreímos entre cómplices y jugosas
conversaciones de lo que pasa y lo que no pasa y lo que debería pasar. Ana
siempre está ahí. Y Marisol guarda silencio porque ya no nos hace falta decir
una sola palabra. Y toda una familia comparte lo mejor de mí en su siempre
acogedor cañaveral.
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