Vaya
por delante que voy a votar el 26 de junio. Quiero y debo votar, pues me
indigna haber vivido durante los últimos cuatro años del Gobierno Popular en un
país depauperado y sometido a la sistemática demolición de sus derechos y libertades.
Sin embargo, tampoco quiero llevarme a engaño: no votaremos propiamente a los
miembros del Congreso y del Senado que decidirán un Gobierno para los próximos
cuatro años, sino a unos simples Gestores o Administradores de unas líneas elementales
de gobierno ya decididas por otras instancias políticas superiores (Banco
Central Europeo, Fondo Monetario Internacional. Comisión Europea…), así como
también, como los llamó Adam Smith, por
los “amos de la humanidad” (conglomerado de empresas multinacionales, grandes
instituciones financieras, etc.).
Estamos
pillados y bien pillados especialmente desde agosto de 2011, cuando por
iniciativa del Presidente del Gobierno, el socialista Rodríguez Zapatero, y con
el apoyo unánime del PSOE y del PP, quedó reformado el artículo 135 de la
actual Constitución Española, estableciendo el “principio de estabilidad presupuestaria”, por el que el pago de la
deuda pública es prioritario frente a cualquier otro gasto del
Estado en los presupuestos generales, sin enmienda o modificación posible. Desde esa fecha España es más pobre y más
desigual, una minoría rica es cada vez más rica, a la vez que un sector
considerable y creciente de la población carece de trabajo y de ingresos
suficientes para vivir dignamente, pues desde las instituciones decisorias de
la Eurozona se obliga al Gobierno a “ajustar” (recortar, cercenar, amputar…)
los gastos sociales y los servicios fundamentales de la ciudadanía (educación,
trabajo, pensiones, sanidad, dependencia, etc.).
Estoy leyendo con
tanto detenimiento como escéptico tedio los programas electorales de los
distintos grupos políticos que se presentan a las elecciones del 26-J. Los
partidos perpetradores de la “contrarreforma” constitucional del artículo 135
(PSOE y PP) no abordan esta cuestión, otro tanto puede decirse de Ciudadanos,
mientras que en el programa de Unidos Podemos se encuentra etéreos futuribles
como un “avance (¡ay!) hacia el Impuesto de Transacciones
Financieras”, una “reestructuración
de la Deuda Pública” , así como un “derogaremos
y devolveremos a su estado anterior el artículo 135 de la Constitución Española”.
Algo es algo, sin duda, y constituye una ventana abierta a la esperanza de una
mejora del actual estado de cosas, aunque no podemos olvidar que el principio
de estabilidad presupuestaria del artículo 135 está apuntalado y aherrojado por
una legislación europea (principalmente, el Tratado
de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria
del 2 de marzo de 2012, firmado también por el Estado Español), que permite, de
hecho, pocos cambios, mientras se esté dispuesto a respetar las ruinosas reglas
de juego establecidas en y para la Eurozona.
Voy a votar, pues,
el 26 de junio, pero consciente también de que así estoy votando dos
instituciones legislativas (Congreso y Senado) que ratificarán en su día la
necesaria Gestoría Nacional (por mucho que se la quiera seguir llamando “Gobierno”)
de los dictados provenientes de esos “amos de la humanidad” de Adam Smith que
dominan el mundo entero, y que determinan qué pueden y deben, y qué no pueden
ni deben hacer los respectivos Gobiernos (o las Gestorías, como se prefiera) de
cada país.
Votaré con ilusión
(en todos los sentidos de la palabra) la opción que considero menos mala con la
esperanza de que en los próximos cuatro años se amortigüe los recortes que
ineludiblemente han dictado llevar a cabo desde Bruselas, la City, Frankfurt, y
desde vete a saber dónde más. Hasta el aspirante a gobernante español más
progre ha visto pelar las barbas de su vecino Tsipras, y tiene ya puestas a
remojar las suyas propias. España y el mundo entero necesitan una buena pasada
por una contundente revolución (interior y exterior), pero la cosa no está para
esos bollos. En cualquier caso, las próximas fechas veraniegas vienen que ni
pintiparadas, quizá porque a menudo suelen ser bastante contrarrevolucionarias:
26 junio, Octavos de Final; 6-7 de julio, Semifinales; 10 de julio, Final. En
otras palabras, todo tendrá un perfecto acabado si España gana o roza la
Eurocopa de fútbol. De lo contrario, en agosto están los Juegos Olímpicos de
Brasil, más los fichajes/culebrones de fútbol de última hora, y sin olvidar las
tropecientas cosas más cuyo dolor, picor y escozor sufrimos desde hace tantos años en
silencio. Pues bien, votamos y, al
votar, parece como si muchas de nuestras hemorroides nacionales encogieran.
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