Ya
acabó todo. El PP triunfa y vence. La historia interminable. España, camisa
blanca. Hemos disfrutado de cinco minutos de gloria en el colegio electoral y
de sorpassos en los días anteriores. Ahora son ellos quienes vuelven a tenernos
en sus manos durante cuatros años más. Menudo negocio...
Vuelvo
a recurrir a la teoría de la fotografía: hoy tenemos una fotografía exacta de este país,
nos guste o no nos guste. Podemos mirarla o no, romperla o tenerla en cuenta, pero
la realidad que refleja es la que es. Este es mi país hoy. Soy ciudadano hasta
el último día de mi vida, ciudadano de este país y del mundo. Ayer, mientras
iban apareciendo los resultados electorales, emergía una fotografía que no me
gustaba. Pero la miré. Aquí está. No me gusta un pelo. Pero esto es lo que hay.
No hay más. La democracia es una mierda. La democracia no sería tal si no
hubiese medios en manos de los que son, propaganda, mentiras… Aun en el
supuesto de que hubiesen ganado los de mis simpatías políticas (los que menos
antipatías me suscitan).
Es
una fotografía en un país donde la corrupción embota todos y cada uno de los
agujeros del cuerpo, donde crece la miseria y la precariedad, donde todos
estamos constipados del airazo que producen tantas puertas giratorias. Aguardan
cuatro años más de recortes, de desigualdad social creciente, de prepotencia de
los dictados de la Troika, del Íbex35, de todas las heces que viven y mueren
tranquilamente en Españistán. No pasa nada. Nada de nada. Y quien no lo crea,
que mire la fotografía.
Una fotografía es una fotografía: muestra lo que ha captado en una situación
y un momento determinados, refleja exactamente lo que hay. Las fotografías de
la vida reproducen fielmente qué hay y qué no hay en nuestro acontecer
cotidiano. Es un error hacer ahora como que no existe o no se ve, que nunca ha
existido, o distorsionar la imagen, o que aparezca borrosas o veladas.
¡Qué fotografía! El ratoncito sale de la madriguera, recorre mi espalda y
se pone a comer un envoltorio de magdalena que se me cayó ayer en la cocina.
Magdalena de mi entrañas. Ratoncillo de mi alma. Mi vida, mi vida, mi vida…
Es un ruido sordo, puntual como la luz de cada día. Son arañazos
en cada rincón del cerebro. Está a pocos metros, quizá centímetros, pero se
limita a permanecer quieto, paralizado, calado de incertidumbre, también de
pesadumbre. Aquel ruido (rac, rac, rac, rac, rac, rac...) es la fotografía de mi
propia vida. Lo que en realidad roe es mi cerebro y mi corazón.
rac, rac, rac, rac, rac, rac. rac, rac, rac, rac, rac, rac. rac,
rac, rac, rac, rac, rac. rac, rac, rac, rac, rac, rac. rac, rac, rac, rac, rac,
rac. rac, rac, rac, rac, rac, rac. rac, rac, rac, rac, rac, rac. rac, rac, rac,
rac, rac, rac. rac, rac, rac, rac, rac, rac. rac, rac, rac, rac, rac, rac. rac,
rac, rac, rac, rac, rac.
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