jueves, 24 de enero de 2008

Fotografía invernal


Anteayer me sentí súbitamente sorprendido: un paisaje familiar había cambiado y silbaba melodías distintas en mis oídos. Aquella calle que bordea el Canal Imperial de Aragón se había mostrado meses antes ubérrima de árboles cargados de hojas de un verde intenso. Al cabo del tiempo, declinando ya el otoño, no se podía circular bien de tantas hojas, secas, marrones, caídas en el suelo. Anteayer no había hojas, no había nada: los árboles estaban en los huesos, hechos puro tronco, sus brazos alzados al cielo espeso, cargado hasta los topes de niebla.

Sentí la tentación de caer en el tópico de interpretar el paisaje invernal con la muerte o la decadencia, cuando en realidad es un paisaje cargado de promesas, de esperanza: para la renovación de la vida hay que tener la valentía de despojarse de cuanto no sea necesario precisamente para esa vida. Incluso lo mirado como muerto sirve de abono para la vida que ya aletea, oculta en el helado viento de aquella carretera.

Y, entonces, saqué una foto con la cámara de mi móvil.

miércoles, 23 de enero de 2008

Por qué Kant escribió cosas tan sesudas


Emmanuel Kant era un hombre extremadamente metódico. Todo lo hacía cada día a la hora exacta en que estaba programado: levantarse y acostarse, comer y pasear (con las mismas idas y vueltas de cada día por el mismo camino), conversar con sus amigos, enseñar en la universidad, escribir y leer... Sus obras, de gran densidad y sutileza, han tenido una enorme repercusión en todo el mundo, especialmente occidental, por lo que no resulta descabellado afirmar que Kant forma parte del grupo de pensadores más relevantes e influyentes de la historia.

Que se sepa, Kant fue también un soltero impenitente, del que no se conocen aventuras, devaneos o relaciones amorosas. Sólo un criado cuidaba de su casa y sus enseres, por lo que él empleaba todo el tiempo en sus estudios e investigaciones. Cabe la pregunta de si su existencia célibe fue libremente elegida como forma más adecuada para ser y hacer lo que él deseaba o, por el contrario, no tuvo otro remedio que apechugar con ella por no tener, de hecho, otra opción alternativa.

Aunque a algunos pueda parecerles irreverente la anécdota, hace años hubo un alumno de último curso de bachillerato, bien entrado ya en la veintena (estudiaba, después de trabajar, en el turno de nocturno de un Instituto), que osó afirmar públicamente el siguiente postulado: "Kant escribió tanto y fue un pensador tan eximio porque no estuvo casado ni tuvo con quien follar". El profesor reconvino sus palabras y sus formas entre el jolgorio general, mas se quedó bastante pensativo durante días.

El meollo de la cuestión reside en la conjunción causal "porque" de aquella frase. En efecto, "Kant escribió tanto y fue un pensador tan eximio porque no estuvo casado ni tuvo con quien follar" es susceptible, al menos, de una doble interpretación:

a) Como Emmanuel Kant ni tuvo mujer ni compañera de cama, dispuso de tiempo de sobra para sus asuntos, sin sufrir las interferencias habituales por parte de quienes comparten la vida y el hogar, por lo que pudo dedicarse incondicionadamente a cosas maravillosas como la ciencia y la sabiduría. En este caso, "mujer" y "follar" tienen el significado de obstáculo o de rémora, por lo que las cosas del espíritu aparecen entonces como un remedio a tales males y un alivio final ante esas amenazas.

b) Puede ser, sin embargo, que como Emmanuel Kant no tuvo efectivamente mujer o compañera de cama, no le cupo otro remedio que dedicarse a la filosofía. En este segundo caso, con un poco de buena voluntad, incluso es posible admitir que su filosofía pudiera ser producto a la par de la sublimación y la represión de su libido, mas implícitamente se reconoce al mismo tiempo que, de haberlas tenido, probablemente otro gallo le hubiera cantado al pensador de Königsberg.

Inclinarse por una u otra interpretación depende principalmente del color del cristal con que cada uno acostumbra a mirar la vida, y al número y tipo de fantasmas que habitan en su interior o que esté dispuesto a proyectar ahora sobre su respuesta concreta.

Imagínese el lector a Gertraud, una hipotética esposa de Emmanuel Kant, en la cocina, limpiando entre canturreos el cardo que va a poner de cena esa noche. Su marido está donde siempre, escribiendo y escribiendo. Gertraud, en ese momento, le dice: "Emmanuel, querido, ¿crees que tendremos suficiente con kilo y medio de carne picada para el sábado, cuando venga tu cuñada, con los niños, a pasar el fin de semana?".

Kant sale del cumulonimbo donde flotaba, se frota los ojos y responde: "¿Qué has dicho?". Gertraud llega hasta la mesa de su esposo y repite la pregunta. Kant, todo ya aclarado, comunica su opinión: "No sé". Gertraud, a renglón seguido, rompe a llorar, reprocha a su marido que ya no la quiere como antes, que trabaja como una bruta de sol a sol, mientras él se dedica a sus clases y sus cosas, que al final no sirven para nada, pues lleva años queriendo cambiar las cortinas o darse una vuelta por Leipzig para visitar a su tía abuela, cuya salud cada vez está más delicada, pero él no se entera, cada día parece más bobo.

Kant intenta rebatir -en verdad, sin mucha convicción- su perorata, más Gertraud replica de inmediato que está muy harta y no aguanta más. Kant, mientras, sigue cavilando sobre cómo obtener una deducción transcendental de las categorías a priori del entendimiento, pues no acaba de ver cómo estructurarlas según las clases de juicios aristotélicos. Gertraud le recuerda simultáneamente que los pretendientes más guapos y ricos de medio Königsberg le habían echado los tejos cuando era moza. Kant se empieza a preocupar por que no le dará tiempo de acabar el capítulo según el horario previsto por él aquella misma mañana. Gertraud se le acerca melosa: "Cariño, me tienes abandonada, con lo que yo te quiero, ¿no te gustaría otro hijo?, vayamos a por el quinto...".

Por el contrario, imagínese ahora el lector a Kant medio deprimido porque las mujeres le hacen caso a todos sus amigos y conocidos, pero a él ni lo miran. Se acerca al espejo de su cuarto, se contempla de cuerpo entero, no se gusta mucho, mas piensa que tampoco hay para tanto. El mes pasado se compró una casaca nueva, fue a la reunión de amigos como todos los sábados, pero nadie pareció percatarse de su imagen renovada y mejorada. Gertraud, tampoco. Gertraud, esa mujerota ya entrada en la treintena, pero de tan buen ver, la mujer que desde que Kant tenía quince años le robaba el sueño por las noches y el aire en cuanto la veía o pasaba por su lado.

Kant siente un hormigueo tórrido por dentro cuando piensa en Gertraud. Se siente desdichado, solo. Muy solo. Daría lo que Gertraud le pidiera con tal de vivir a su lado, de contar con su amor. Pero ella apenas sabe su nombre o le dedica una sonrisa. Emmanuel Kant se echa por la cabeza el agua helada (es pleno febrero) de la palangana, se sienta en la vieja silla de trabajo, abre una especie de legajo polvoriento, suspira y se dice para sus adentros: "No le des más vueltas, Emmanuel. Resígnate, no tienes nada que hacer. Jamás te comerás una rosca. Anda, sigue con la maldita deducción transcendental de las categorías". Kant oye el zumbido de una mosca que revolotea entre los papeles. La aplasta con otro legajo. Tosiendo por el polvo, masculla Kant: "Porca miseria...". Y añade, después, con aire circunspecto: "Scheisse!".

Hay quien dice que se vive como se piensa. Otros, en cambio, se inclinan más bien por que se piensa como se vive. Seguramente, ambas partes tienen algo de razón. De lo que no cabe duda es de que se vive como se puede.

martes, 22 de enero de 2008

Bello y programático


NADIE FUE AYER...

Nadie fue ayer
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.

Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol...
y un camino virgen
Dios

LEÓN FELIPE CAMINO
(hice canción de este poema hace mcuhos años...)


lunes, 21 de enero de 2008

Reflexiones sobre el Sinaí


EXODO, capítulo 20, versículo 17

“No deesearás los bienes de tu prójimo; no desearás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de él”.

REFLEXIONES

Por qué no dice tanbién “no desearás al hombre de tu prójima”

¿Las mujeres no desean?

¿Los hombres no son deseables?

No somos de nadie (no deberíamos ser de nadie)

Se equipara la mujer a los esclavos, a los bueyes, a los asnos y a cualquier “propiedad”

¿Qué tiene de malo desear?

En Occidente llevamos veinte siglos de machismo con la excusa de que “la Biblia lo dice”




viernes, 18 de enero de 2008

Acerca de una viñeta


Hace unos días, apareció en el diario “El País” una viñera de Forges (puedes pinchar en la imagen y la verás más grande) que me dejó perplejo: la mujer de un profesor de instituto le pregunta qué tal el día, y el profesor, con cara tétrica, le responde “complejo”. A la vez, coloreada, aparece una soga en el cuello del profesor.

Imagino el jolgorio de algunos colegas, identificados en y por la viñeta (suelen ser ellos quienes cacarean que la enseñanza va muy mal, y que los alumnos son imposibles. Sienten que en su trabajo tienen una soga al cuello (¿de condenados? ¿de víctimas?).

Hacen mucho daño a la enseñanza esos comentarios, esos profesores, esas viñetas. Tras más de veinte años de enseñanza en Institutos de Secundaria y Bachillerato, mi experiencia personal es muy distinta, y rechaza tales viñetas aplicadas a la labor educativa.

Quisiera saber también si esos profesores seguirían hablando de sogas en el cuello, ssi pasaran una temporada en una oficina, en una taller o en una obra ocho o diez horas seguidas.

Ya puestos, quisiera saber también cómo se sienten los alumnos y as alumnas antes, durante y después de su estancia en un Instituto de lunes a viernes. ¿O es que esas sogas en sus cuellos ya no cuentan?

miércoles, 16 de enero de 2008

Himnos y letras


Apenas muerto Franco, nos pidieron que aceptáramos la bandera roja, amarilla y roja en nombre de la “reconciliación nacional”. Hasta entonces, habíamos visto esa bandera hasta la saciedad en todos los edificios públicos y cuarteles, en todos los actos de exaltación del régimen franquista. Poco a poco, el asunto de las banderas pasó a segundo término, hasta que Aznar y el Partido Popular llegaron al Gobierno y, principalmente con la mayoría absoluta de su segundo mandato, comenzó un diluvio de banderas rojigualdas, en ocasiones mastodónticas. Finalmente, el Partido Popular y la derecha española más nostálgica han ido sacando montañas de banderas (con el escudo constitucional y con el águila franquista), como ostentación de su identidad y como ariete contra el Gobierno socialista.

Con el himno nos ocurrió lo mismo: había que aparcar el Himno de Riego, la Internacional o el Porompompero, y aceptar, a cambio, la “Marcha Granadera”, que también Franco y su régimen habían entonado hasta la arcada como himno propio durante cuarenta años. Haciendo de tripas corazón, pues la mente es rápida a la hora de asociar la música con situaciones políticas más que adversas, el asunto del himno fue encajando lentamente en el baúl de los asuntos secundarios, y la vida continuó. Sin embargo, llevamos un tiempo escuchándolo de nuevo con frecuencia, especialmente al final de las manifestaciones que el PP, la AVT, algunas asociaciones católicas y la derecha ultramontana han ido montando durante estos cuatro últimos años de oposición PoPular al Gobierno socialista. Pues bien, ahora, a propuesta del COE y de la SGAE, ya tenemos también letra del himno nacional.

En una revista de humor leí una vez que a Noé, como si tuviera ya pocos problemas en su arca con tanto animal, le paría la hipopótama. Da también la impresión de que, con el actual panorama político español, en lugar de ir al núcleo de los problemas, buscamos la confrontación en verdaderas fruslerías, que nada arreglan, nada añaden. Sin entrar a analizar el texto mismo de las cuatro estrofas propuestas como letra del himno nacional, con independencia de que sean obra de Pemán o de un parado de Ciudad Real, hoy por hoy remover la cuestión de los himnos enfrenta mucho más que enriquece a una ciudadanía tan compleja como la española.

Por supuesto, Rajoy y los suyos se han apresurado a declarar que en el programa electoral del PP quedará incluido que la Marcha Real tenga texto, así como su correspondiente aprobación en las Cortes, mientras que el Gobierno socialista lo condiciona a la existencia de un acuerdo político amplio sobre el asunto. La cosa es que, retornando a las asociaciones mentales y emocionales que pueda suscitar, resulta difícil no vincular algunas recomendaciones del texto del COE y SGAE (a propósito, ¿la SGAE cobraría cada vez que se interpretase y cantase el himno nacional?) con el tufo que dejaron las esencias mismas del franquismo.

La reacción hispana nos dejó incrustados en el cerebro los vítores del Viva España, Viva Franco, Arriba España y sus gloriosos caídos. En las monedas, rodeando la efigie del Caudillo, se nos recordaba que ese “sapo iscariote”, como escribió León Felipe Camino, mandaba en España “por Dios y por la Patria”, y en todos los cuarteles y cuartelillos hispanos se leía que allí todo era y se hacía “Por la Patria”. Total, que ahora leemos que la letra del himno nos recomienda, por ejemplo: “Amar a la Patria… bajo su cielo azul” y la libre asociación de “Patria” y “azul” nos zambulle en mundos hartamente indeseables.

La derecha reaccionaria, golpista y filofascista nos ha ido arrebatando palabras y símbolos que pertenecían a todo el pueblo, utilizándolos solo en su propio beneficio y en contra de cuantos se le oponen y resisten. Personalmente, me siento igualmente ciudadano español si el himno convenido como de todos no tiene letra o utiliza como texto la misma letra del La-la-la eurovisivo de Massiel, si eso contribuye a la buena concordia entre todos. Lo que me cabrea es que la derecha, esa derecha que pone todo su empeño en demostrar su patriotismo arrogándose los símbolos comunes y utilizándolos como armas arrojadizas contra todo y contra todos, se empeñe ahora en crear nuevas confrontaciones y nuevas controversias por un problema que le tiene sin cuidado a la inmensa mayoría de la ciudadanía española. Eso no es patriotismo, sino solo tocar las narices.

Eso sí, en el caso de que se impusiese una letra del himno nacional, volvería a parir la hipopótama ibérica, nacerían los chistes y las letras alternativas más o menos jocosas y, “desde los verdes valles al inmenso mar”, aumentaría innecesariamente la confrontación entre los pueblos y las gentes de España.

sábado, 12 de enero de 2008

Angel González


Ha fallecido el poeta Angel González. Nos ha dejado poemas pegados a la tierra, bellos, comprometidos. GRACIAS.... He aquí, como muestra, uno, de los primeros:

ME FALTA UNA PALABRA, UNA PALABRA…

Me falta una palabra, una palabra
sólo.
Un niño pide pan; yo pido menos.
Una palabra dadme, una sencilla
palabra que haga juego
con…
Qué torpes
mujeres sucias me interrumpen
con su lento
llorar…

Comprended: cualquiera de vosotros,
olvidada en sus bolsos, en su cuerpo,
puede tener esa palabra.
Cruza más gente rota, llegan miles
de muertos.

La necesito: ¿No veis
que sufro?
Casi la tenía ya y vino ese hombre
ceniciento.

Ahora…
¡Una vez más!
Así no puedo.

Áspero mundo, 1956.

jueves, 3 de enero de 2008

Para pensar sobre un cambio de dígito: 2008


Pasa el tiempo. Un año más celebrando un nuevo año, también el acabamiento de otro que hace 365 días se recibía como nuevo. El mito de la renovación cíclica de lo viejo ha vuelto a hacer su aparición.

Pasa el tiempo. Aparecen las felicitaciones, los parabienes, los buenos propósitos para el nuevo año: se tiene la sensación de que por arte de magia uno se queda desembarazado de todo lo indeseable y desventurado que ha ido soportando en el pasado, y que un nuevo dígito -2.008- ofrece la oportunidad de empezar de cero, renovado. El tiempo pasa y por unas horas se celebra colectiva e individualmente la ficción de que los 365 días venideros pueden ser muy diferentes, pues se presentan ante nuestros ojos como una hoja en blanco, inmaculada, donde podemos reescribir nuestra vida según nuestros deseos.

Pasa el tiempo, y va escribiendo, indeleble, nuestra propia biografía: nos va mostrando la fotografía exacta de lo que hasta el momento hemos hecho con nosotros mismos. El tiempo, si lo escuchamos quedamente y en son de paz, nos dice quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos hasta el momento, si no decidimos variar el rumbo. El tiempo se percibe en silencio. Por eso armamos la algarabía que armamos con las campanadas de Nochevieja/Año Nuevo: entre confetis, cava, ruido, música, baile, cena, uvas, besos, llamadas y mensajes enviados y recibidos, ropa estrenada para el evento, regalos, turrón, tele, fuegos artificiales…, el tiempo corre el riesgo de recibir un tortazo para hacerlo callar, ya que no podemos silenciarlo, hacerlo desaparecer.

Hacemos planes para el año nuevo como si fuese un calendario de papel en nuestras manos, como si realmente lo tuviésemos a nuestra disposición, en el bolsillo. Pretendemos atisbar el futuro como si fuese un paisaje a nuestro alcance; nos empeñamos en querer apresar el tiempo por quinquenios, por decenios, planificarlo, embutirlo, ajustarlo según nuestros proyectos, convertirlo en un objeto o en una cosa más. Sin embargo, el tiempo pasa y desvela que es puro fluir, pero no una cantidad que puede guardarse en una cuenta de ahorro. El tiempo pasa, fluye sin cesar, y en él devenimos todos. Heráclito decía que la vida es devenir, fluir, algo así como el agua de un río que nunca descansa (de ahí su afirmación de que no podemos bañarnos nunca en el mismo río). Pretendemos objetivar el tiempo en años, siglos, semanas o minutos, pero el tiempo, como la vida misma, es puro devenir.

Más allá de la celebración de un nuevo año, podemos descubrir con lúcido y sensato sosiego dónde habita lo más valioso de la vida: el instante. El pasado y el futuro no dejan de ser proyecciones mentales de uno mismo, que solo se harán realidad si y cuando se hagan presentes. De hecho, el auténtico tesoro a nuestro alcance es el instante, cada momento. Es allí y sólo allí donde palpitan la amistad, la hermosura de una melodía, la percepción gloriosa de la persona que está respirando a nuestro lado, tantos sabores, sonidos, colores y tactos. Cada instante es un ingente cúmulo de realidades concretas, maravillosas y dolorosas, neutras, aburridas o apasionantes, que podemos metabolizar y asimilar o, por el contrario, ignorar o tirar al cubo de los desechos.

No son pocos los que viven en la ilusión de ser inmortales (de no ser realmente mortales), de quedar anclados en un pasado que jamás vuelve o en un futuro que quizá no llegue nunca, de invertir todas las energías en lo que más tarde quizá descubrirán que son pompas de jabón, por las que hipotecan cuanto sea necesario para hacerlas realidad. Tal actitud tiene además un coste muy alto: pasar por la vida casi sin instantes, sin cada uno de los momentos presentes que componen el tiempo y la vida, llenos de matices, sorpresas y emociones, dolor y ternura, pasión y quietud. Queman el instante por unas metas de las que no tienen garantía alguna de poder llegar, por falta de tiempo (en el sentido más inmediato y directo de la expresión: pierden su tiempo, echan a perder su vida).

Ciertamente, tenemos memoria para poder planificar y recordar, para enriquecernos con las experiencias propias y ajenas del pasado, para esforzarnos por llegar a ser personas y ciudadanos cabales dentro del entorno sociocultural concreto donde nos ha tocado existir. Sin embargo, hemos de poner también empeño en no echarnos a perder como humanos al ir echando a perder cada uno de esos instantes de los que consta nuestra vida. Buen año. Buena vida. Vida buena.