Desde hace tiempo se está discutiendo si van a ser enjuiciados los responsables de las torturas infligidas en Guantánamo. Al juez Garzón le han parado los pies en ese intento, pues bastante tiene ya el gobierno de ZP con el enfado de Obama y su corte por la salida de las tropas españolas de Kosovo. El propio Obama ha sido el primero en sacar el asunto a la luz pública, si bien afirma a renglón seguido que no hay que mirar al pasado, sino a las amenazas reales que afectan a la seguridad de los Estados Unidos (el terrorismo internacional y Al Qaeda, al igual que antes lo fue el comunismo, constituyen el subterfugio más manido para infundir miedo a la población, y para hacer y deshacer al antojo de los intereses del poderoso). Precisamente altos cargos de la administración norteamericana Bush (Rice, Cheney, Rumsfeld) se han basado en el terrorismo internacional para justificar las torturas de Estado. Sin embargo, apenas se aborda un asunto fundamental: cuál es el criterio para determinar quiénes son o no son responsables de los malos tratos en Abu Graib, Guantánamo y otras prisiones clandestinas.
En la década de los 60 el psicólogo Stanley Milgram realizó un conocido experimento sobre la obediencia a la autoridad, en el que los sujetos del experimento debían aplicar descargas eléctricas de 15 a 450 voltios a medida que la persona a la que supuestamente se le medía su capacidad de memoria y aprendizaje iba fallando respuestas (en realidad, se trataba de un cómplice del experimentador que simulaba magistralmente con gritos y quejidos el dolor provocado por las supuestas descargas). Pues bien, el 65% de los participantes llegaron a aplicar la descarga de 450 voltios y ninguno se negó rotundamente a aplicar más descargas antes de alcanzar los 300 voltios, sobre la base de la autoridad científica o las órdenes directas del director del experimento. En resumidas cuentas, se limitaron a obedecer órdenes y a llevarlas a cabo sin más cuestionamientos.
En muy pocos casos aparecieron planteamientos éticos. Ninguno de los participantes exigió el cese de tales sesiones experimentales o pasó al recinto donde se hallaba la víctima de los experimentos para preocuparse por su estado sin antes pedir permiso para ello, pues la responsabilidad y los cuestionamientos morales se descargaban sobre el investigador, que pagaba y ordenaba, y quien aplicaba las descargas se limitaba a obedecer órdenes.
En esa obediencia ciega la persona que obedece se transforma en un mero instrumento que lleva a cabo los planes de otra persona, y, por consiguiente, no se considera responsable de sus actos. Más aún, considera que su deber es acatar y ejecutar las órdenes. Al obedecer la orden de forma incondicional se produce una total enajenación de la persona como sujeto de decisiones y responsabilidades éticas, pues se supone que la responsabilidad de sus actos recae en los superiores jerárquicos que dictan las órdenes.
No es de extrañar entonces que se generen así ámbitos importantes de la vida personal y social que parezcan exentos de cuestionamientos éticos personales. Solo se necesita una estructura de mando incuestionable y un eslogan utilizado como intocable tótem sagrado (patria, defensa de la libertad, lucha contra el mal…). Sobre estas bases, un piloto de combate conoce los efectos de una bomba de napalm o de racimo, pero no dudará a la hora de arrojarla donde le hayan ordenado. Un agente empleará los métodos que le hayan dictado para torturar a un prisionero, pues cree que la información que sonsaque servirá para evitar posibles males futuros para la nación. Un soldado irá a Afganistán o adonde le ordenen con armas sofisticadas, aunque no sepa realmente por qué y para qué, pues finalmente queda convencido de que acude como ayuda humanitaria y para combatir el terrorismo internacional, al margen de los intereses petrolíferos y financieros del mundo rico.
Vivimos inmersos en la dinámica creciente de una cómoda enajenación de las responsabilidades personales. En la escuela se incentiva al alumno que mejor reproduce las pautas de comportamiento esperadas y los contenidos curriculares impartidos, pero apenas son atendidos los cuestionamientos personales y la formación de un criterio propio e inalienable para percibir, comprender y afrontar el mundo y la vida. En la sociedad se anestesia la mente de la ciudadanía por medio del tener y del consumir, y el mundo globalizado proporciona automáticamente la forma de que cada cual pueda designar cómodamente a un culpable, dejando de lado su propia responsabilidad personal.
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