martes, 24 de noviembre de 2009

¿Libertad?


En unas recientes declaraciones, el jefe católico de Zaragoza, Manuel Ureña, afirmaba que el cristianismo fue el primero en introducir la idea de libertad en la cultura occidental, lo que me dejó bastante pensativo: repasando la historia del mundo occidental en los últimos dos mil años, no veo precisamente libertad en buena parte de sus acontecimientos.

De hecho, al poco de verse legalizado el cristianismo con el Edicto de Milán (313) del emperador Constantino, y tras un breve período de tolerancia y libertad de culto para todas las religiones, quedaron prohibidos los cultos y las festividades del paganismo, los judíos fueron amenazados con la hoguera, e incluso se les prohibió tener esclavos como los cristianos (en ningún momento, éstos consideraron incompatible la esclavitud con sus valores morales). Posteriormente, el emperador Teodosio (que proclama al cristianismo única religión oficial en el 380) castiga con la pena de muerte los matrimonios entre judíos y cristia­nos. En esos mismos años, a los “herejes” se les retira el derecho a ser funcionarios en la corte y en el ejército, y sufren condena a no poder hacer testamento o ser tenidos en cuenta en los testamentos. A los apóstatas se les expulsa de la sociedad, privándoles también de la capacidad de testar y heredar. También a los jueces que se oponían a estas leyes y los altos funcionarios que acudían a un templo para adorar a los dioses, debían renunciar a sus cargos, además de pagar fuertes multas.

Dice una leyenda que marchaba Constantino en el 312 con sus soldados hacia el glorioso triunfo sobre su contrincante Majencio, cuando vio la forma de una cruz sobre el sol, con el lema: “con este signo, vencerás”. Y aquellos vaticinios se vieron cumplidos: finalmente, por obra y gracia de dios y de sus instrumentos en la Tierra, el cristianismo llegó a ser (con permiso de judíos y musulmanes) la única religión verdadera. El resto de la historia del cristianismo institucional es una historia de lucha por y con el poder, de acumulación de privilegios, de eliminación de la disidencia y de sometimiento de la conciencia, la libertad y los derechos humanos de la inmensa mayoría de la población.

Portaban ese signo triunfante de Constantino los cruzados medievales, los conquistadores del continente americano, los señores feudales y los inquisidores. En su nombre el catolicismo disfrutó durante muchos siglos en exclusiva de la potestad de censura y de dictaminar lo verdadero y lo falso. Expulsaron a judíos y moriscos, torturaron y arruinaron millones de vidas, anularon de raíz a las mujeres y reprimieron ferozmente cualquier atisbo de sexualidad que no se ajustara a sus dictados y esquemas.

Ante tamaña dictadura católica del pensamiento y de la libertad de conciencia, hincaron su rodilla o sucumbieron cruentamente miles de científicos y pensadores (repárese, por ejemplo, en Galileo o Giordano Bruno) y fueron prohibidas e incluidas hasta el año 1966 en su Índice de Libros Prohibidos más de 4.000 libros o autores; entre ellos, Copérnico, Rabelais, Descartes, Zola, Montesquieu, Hume, Kant, Schopenhauer, Bergson, Víctor Hugo, Marx, Dumas hijo, e incluso un libro de Teresa de Jesús y El lazarillo de Tormes.

Pío IX declara “anatema” en una encíclica al que diga “todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que considere verdadera según las luces de su razón” o “la Iglesia no tiene derecho a emplear la fuerza” o “es sin duda falso que la libertad civil de manifestar abierta y públicamente cualesquiera opiniones e ideas conduce a corromper las costumbres y las mentes de los pueblos”, Pío X declara, a su vez, en otra encíclica que “es conforme al orden establecido por Dios que haya en la sociedad humana príncipes y súbditos, patronos y proletarios, ricos y pobres, sabios e ignorantes, nobles y plebeyos”.

La lucha por la libertad y las libertades se ha llevado a cabo siempre frente al poder constituido, y desde el 313 el catolicismo raramente ha dejado de estar en y con el poder. Cada uno en su campo y con sus armas, una ingente cantidad de intelectuales y personas de acción (como botones de muestra, Camus, Feuerbach, Kant, Voltaire, Spinoza, Joaquín Costa, Azaña, Simón Bolívar, Condorcet, Giner de los Ríos, y tantos otros), han ido conquistado la libertad y las libertades, a pesar de la troglodítica intransigencia católica con que han ido topándose en el camino. Algunos de ellos, junto con millones de creyentes de buena voluntad, sostienen planteamientos cristianos de liberación (por ejemplo, Boff, Ellacuría, Camilo Torres y Óscar Romero), pero han experimentado en propia carne las sanciones, la censura o el rechazo de la jerarquía católica, parte constitutiva, de hecho, del poder.

Si alguien aduce como respuesta que todo eso pertenece al pasado y hay que mirar hacia el futuro, debería abstenerse al menos de afirmar públicamente que el cristianismo ha sido el elemento introductor de la libertad en el mundo occidental. Eso es sencillamente faltar a la verdad (no hay mayor falsedad que una verdad a medias).

1 comentario:

  1. Sin olvidar, desde luego, el apoyo de la ICAR a regímenes dictatoriales como el franquista y el nazi.

    Que no nos vendan como libertad lo que sólo ha sido un proceso, más o menos cruento, de aculturación.

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