miércoles, 27 de abril de 2011

El trasbordador espacial se mete en política

Publicado hoy en El Periódico de Aragón
En un libro de reciente aparición (Qué te importa lo que piensen los demás?, Alianza), el premio Nobel de Física en 1965, Richard P. Feynman, cuenta sus idas y venidas por Washington y la NASA tras ser nombrado miembro del comité de investigación de la explosión del trasbordador espacial Challenger en 1986. Con su humor habitual, va desgranando datos y anécdotas en los despachos y pasillos políticos y empresariales de los organismos que estaban implicados en el asunto. En algunos pasajes recuerda a nuestro añorado José Antonio Labordeta en su época beduina en el Congreso.

Al final del libro, Feynman ofrece su visión de todo aquel asunto desde el sentido común y desde la ciencia, que parece encajar como anillo al dedo en la actualidad, especialmente en este período preelectoral, cercanas ya las elecciones municipales y autonómicas de mayo del presente año. Cuenta, por ejemplo, que había comprendido cómo se operaba y maniobraba, de hecho, en Washington y la NASA. Así, por ejemplo, los trabajadores de un gran organismo o empresa saben lo que conviene (en un sentido amplio) hacer, sin que se lo digan. Y sus jefes, saben lo que tienen que decir y hacer, sin pillarse los dedos y teniendo siempre a mano un tercero sobre quien descargar responsabilidades.
Feynman tiene muy claro que para obtener logros científicos es preciso describir con sumo cuidado las pruebas disponibles, con independencia de las expectativas y valoraciones personales de quien las examina. Ante una teoría, hay que sopesar con toda la ecuanimidad posible los pros y los contras de la misma, someterla a comprobación y ponerla a disposición de quien quisiere conocerla o criticarla. Feynman llama a esta actitud honestidad e integridad científicas.
Sin embargo, observa Feynman que en otros ámbitos, como los negocios, se funciona de una forma bien distinta. Pone como ejemplo el mundo publicitario, donde, según él, no pocos de sus anuncios están palmariamente diseñados para engañar al cliente o al consumidor de una forma u otra. Y concluye que en el mundo de las ventas (a pesar de que su padre pertenecía a ese mundo y era un hombre cabal y honrado) existe “una cierta carencia de integridad”.
Sobre la base de estas reflexiones, Feynman analiza sus experiencias en el mundo de la política y de la empresa donde le había tocado moverse como miembro de la comisión de investigación del Challenger. Por ejemplo, cuando ve a un congresista dando su opinión sobre algún asunto, se pregunta si lo que dice responde a su verdadera opinión o representa más bien una opinión “diseñada con el fin de ser elegido”. Se trata de una buena pregunta, aplicable también a la realidad política actual. De hecho, se está produciendo un verdadera corrosión de la credibilidad de la clase política española (en la que quedan implicados también los políticos honrados, sinceros y honestos), pues a menudo da la impresión de que un considerable número de políticos no dice lo que piensa (en algunos casos, parece una duda razonable cuestionar incluso que piensen algo), sino solo  lo que conviene a sus intereses más pedestres y más descalifica a sus contrincantes.
Feynman da un paso más y se plantea a renglón seguido qué relación hay generalmente entre la integridad personal y el trabajo para un político, un partido político o un gobierno. Feynman ha visto tanto en unos meses y ha echado de menos tanto en el mundo político y empresarial que se pregunta cómo puede prosperar en Washington una persona íntegra. En otras palabras, hasta qué punto es realmente posible mantener íntegramente  las convicciones éticas en el mundo del negocio político o en qué medida es posible conciliar incondicionalmente la honestidad personal con el cotidiano trasiego de intereses y negociaciones en el mundo político. Ni que decir tiene que hay (incluso personalmente he tenido la fortuna de comprobarlo) políticos honestos, sinceros y generosamente entregados a llevar a cabo sus programas y sus ideas. Sin embargo, basta abrir el periódico por la mañana para constatar que el mundo de la política y de la judicatura (¿son el mismo?) están peligrosamente a merced de las volubles ráfagas de ideologías ajenas a su función, del dinero multicolor, del afianzamiento de la propia poltrona o de tantos otros motivos insospechados para la ciudadanía.
 Feynman concluye, aplicando una sencilla regla lógica, que a la vista de lo mucho y bien que se defienden determinadas personas en Washington difícilmente pueden ser unas personas íntegras. Sin embargo, es obligado distinguir entre las personas dedicadas honestamente a la verdadera política y las personas metidas en el “maniobrerismo” político con el objetivo básico de alcanzar el poder y conservar sus cargos. Abundan las segundas, pero está en manos de la ciudadanía votante afincar a unas y desbancar a las otras.

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