martes, 15 de mayo de 2012

We are not the only one



A publicar mañana en El Periodico de Aragón
 
Desde hace tiempo, los miembros del Gobierno y de la cúpula del PP recitan incansablemente el mantra “todo mira al crecimiento económico y a la creación de empleo”. Sin embargo, además de que el desempleo sigue aumentando con escasos visos de mejora, tampoco explican qué es lo debe crecer ni a costa de qué ni hasta cuándo ni hasta dónde. En la naturaleza crecemos durante un período de nuestra vida y después nos mantenemos así hasta ser reemplazados por otras personas, más jóvenes, sujetas a este mismo proceso. El crecimiento sin fin es una quimera. Si, por ejemplo, los humanos creciéramos sin límite seríamos unos monstruos. Crecer sin fin para producir sin fin y consumir sin fin ni es posible ni sostenible.
Aún recitan otro manta más: “no hay otras alternativas a lo que está sucediendo y a lo que estamos haciendo”. Pero sí las hay, sin que ello signifique recortar derechos o mermar sistemáticamente el estado del bienestar, principalmente en el ámbito de los derechos y servicios sociales fundamentales. Por eso mismo, la ciudadanía debe organizarse y rebelarse, porque otro mundo es posible.
Es preciso vivir libres, iguales y solidarios, sin que nos dicten sus normas y sus valores vitriólicos los predicadores de la competitividad y la codicia a costa de todos los demás. Es posible una justa distribución de los recursos económicos en el mundo, la erradicación de la pobreza y la ignorancia, la eliminación de los casinos financieros, la implantación de un impuesto a todas las transacciones financieras efectuadas en el mundo real o virtual.
Para ello es necesario que la inmensa mayoría arrebate su riqueza y su poder a una minoría que domina los medios, las decisiones políticas y las instituciones económicas y financieras, que alimenta y se lucra sin límites con la crisis económica. Hay que perderles el miedo y el respeto alienante, hay que sumarse a la rebelión contra un sistema que pretende perpetuar la injusticia. Son alternativas que están en nuestras manos, si hacemos frente al poder económico, político y militar, en manos de una  minoría, si exigimos tolerancia cero con cualquier tipo de corrupción política y económica, si realmente somos iguales ante la ley.
Nos negamos a rescatar con nuestro dinero los pozo negros y la deuda ilegítima de los bancos y las entidades financieras. Más aún, debemos exigirles pública e institucionalmente cuentas ante los tribunales, tal como ya ha ocurrido en Islandia y otros países. Debemos hacer frente a la guerra de clases sin cuartel que están llevando a cabo desde el capitalismo neoliberal, dejar abierta la puerta a la objeción fiscal contra los gastos militares y la financiación de las confesiones religiosas con dinero público. De hecho, tampoco caben en nuestro mundo Concordatos y Acuerdos con ninguna iglesia. No es negociable el derecho a la felicidad personal y colectiva ni la necesidad de que las mujeres y los hombres vivamos en plena igualdad y libertad.
Tenemos derecho a una muerte digna como continuación natural de una vida igualmente digna, a disponer libre y responsablemente de la propia vida, sin que ninguna institución o ideología puedan suplantar o anular la conciencia, la libertad y el derecho de cada persona a decidir y disponer sobre su propia vida y su propio acabamiento. Asimismo, es hora de exigir un Estado laico y aconfesional, donde las instituciones y sus representantes sean libres e independientes de cualquier condicionamiento proveniente de instituciones de carácter privado, donde no deben estar presentes la ideología y la simbología de ninguna confesión religiosa.
Tampoco son negociables el acceso libre y universal a la salud, la educación pública y laica como mínimo hasta los 16 años, el derecho a descansar dignamente después de toda una vida de brega y de trabajo. Tampoco es negociable la obligación del gobernante de hacer realidad el derecho al trabajo, a una vida digna, a una vivienda digna. En el mundo entero debe imperar solo la justicia y el cumplimiento de los derechos humanos, sin dejar nada hipócritamente en manos de la beneficencia. Debemos comprender finalmente que es una locura suicida mantener un mundo insostenible, en manos del beneficio privado y del afán de lucro de unos pocos. El aire, el agua, la energía han de ser limpios, sostenibles, de todos y controlados por todos y en beneficio de todos.
Queremos un mundo de personas cultivadas desde la razón y la inquietud incesante por conocer y compartir, por formarnos más como humanos, libres, sin dogmas ni supersticiones, con criterio propio.  También constituye un derecho ciudadano decidir en qué modelo de país y con qué tipo de jefatura de Estado preferimos vivir.

Imagina, sueña, rebélate, lucha. No eres ni serás el único. Y es que, como dejó escrito Robert G. Ingersoll, “la felicidad no es un premio, sino una consecuencia”.

1 comentario:

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