miércoles, 30 de septiembre de 2009

Es para mosquearse, sí

Por debajo de las cejas y por encima del mentón


Artíulo publicado hoy en El Periódico de Aragón

Pudimos ver a Fatima Hsisni, presurosa, medio corriendo, salir de la Audiencia Nacional, donde había sido citada como testigo por el juez Javier Gómez Bermúdez en la vista que juzga a nueve presuntos islamistas por captar y enviar muyahidines a Irak para perpetrar allí atentados suicidas. El juez pidió a Fatima que abandonara la sala, pues se había negado a declarar mostrando su rostro, cubierto como el resto de su cuerpo por su burka.

Hasta las manos tenía enfundadas con guantes negros, mientras una túnica verde oscuro, unos pantalones que llegaban hasta el suelo y un velo negro que cubría su cara, sepultaban su cuerpo, su identidad, convirtiéndola en una entidad abstracta. La mirada, los gestos, las características físicas y los rasgos peculiares identifican a cada individuo, lo hacen reconocible, ponen de manifiesto que es esa persona, y no otra. Fatima, en cambio, estaba engullida por su vestimenta, había desaparecido como Fatima. El juez le había advertido de que la ley civil está por encima de las creencias y de que era necesario descubrirse, dado el principio de publicidad que rige en las vistas orales, a lo que ella respondió que no debía mostrar ni siquiera su cara alegando que sus creencias religiosas se lo prohíben. Finalmente, llegaron a un acuerdo: unos días después, comparecería con el burka, pero mostrando la cara por debajo de las cejas y por encima del mentón, de espaldas al público y sin cámaras.

El juez le explicó también que sin ver al menos el rostro no es posible valorar si una persona está mintiendo o no, o las emociones que puede producir alguna pregunta. Por el contrario, una mujer debajo de un burka es nadie en el mundo, y no otra cosa pretendió a principios del pasado siglo el rey afgano Abibullab (1901-1919): las mujeres de su numeroso harén debían evitar que la belleza de su rostro y de su cuerpo incitase al deseo de otros hombres. Según esto, la clave no reside en exigir y formar al varón en el respeto, sino en anular a la mujer. Si las mujeres salen al exterior, solo se podrá ver un rebaño de seres clónicos, tragados por la alienación y la oscuridad apenas percibida a través de la rejilla de sus burkas. Como la mujer de clase alta se diferenciaba por el burka de la mujer del pueblo, con el tiempo la desgracia se hizo general a costa de las propias mujeres, que acabaron sumergidas todas bajo el burka. El macho dispone así en su casa de la mujer cuando, cuanto y como desee, y el machismo rebuzna, triunfante, con toda su ferocidad.

Da igual el chador, el burka o la prenda con la que se quiera cumplir con el precepto del yihab o velo. En la Arabia preislámica el velo era un distintivo de la mujer libre frente a la esclava, y después de la mujer rica y noble respecto de la mujer del pueblo llano. Llegó el islamismo y el machismo atroz de los pueblos semitas enraizó hasta en el último rincón de las costumbres, las mentes y los corazones. El Corán, al igual que la Torá y la Biblia, está impregnado de menosprecio y desprecio a la mujer, al servicio absoluto del varón y de la prole.

Cuesta inferir de los aleyas del Corán habitualmente citados (33, 53 y 59; 24, 31-32) la idea de la obligación del velo islámico. Resulta difícilmente digerible que una costumbre o una norma social existente entre los siglos VI-VII se haya convertido en tan duros grilletes para millones de mujeres en el mundo. Es sobre todo inconcebible para las personas que han tenido la fortuna de que los aires del Humanismo y la Ilustración hayan penetrado en sus vidas que se pretenda derivar de una supuesta revelación divina, de una palabra “eterna e increada” la ley del yihab, así como otras muchas normas que aherrojan la libertad, son contrarias a los derechos fundamentales y sobre atentan gravemente contra la igualdad entre la mujer y el hombre.

El día en que se deje de creer que el dios correspondiente ha escogido como predilecto a su propio pueblo, que se está en posesión de un libro sagrado que contiene la palabra y la voluntad de ese dios, habrá amanecido en el mundo. El día en que los seres humanos nos sepamos y aceptemos libres e iguales, productos de la naturaleza, con un principio y un fin al igual que el resto de los seres vivos, con una meta que alcanzar y un camino por descubrir y recorrer, ni hombres ni mujeres tendremos ya algo que tapar y esconder. Libres ya de supersticiones, liberados ya de dioses, habrá llegado la hora de cantar con Lennon: Imagina que no hay países ni nada por lo que matar o morir. Imagina también que no hay religiones y que todos vivimos la vida en paz…

lunes, 28 de septiembre de 2009


La asociacion DMD (Derecho a Morir Dignamente), a cuya cabeza está Luis Montes, lleva tiempo promoviendo el Manifiesto de Santander, que puedes leer y al que puedes adherirte en

http://www.eutanasia.ws/manifiestosantander.asp

Salud y abrazos

lunes, 21 de septiembre de 2009

Autoridad moral y autoridad legal


Artículo a publicar en El Periódico de Aragón el 23 de septiembre

Convertido ya en un clásico tema recurrente, el asunto de la autoridad del profesorado ha vuelto a ocupar los primeros lugares en medios de comunicación y tertulias radiofónicas y televisivas: la Comunidad de Madrid de Esperanza Aguirre ha anunciado una futura Ley de Autoridad del Profesorado, en la que se confiere rango de “autoridad pública” a los docentes, al menos los de la enseñanza pública. Con ello, en aplicación del Código Penal, quien agrediere a un docente (o a un policía o un juez) puede llegar a sufrir de dos a cuatro años de prisión. Como objetivo básico de tales medidas se aduce “el reforzamiento de la autoridad” del profesorado.

Hay personas públicas que imponen su autoridad de forma coactiva; por ejemplo, el policía hace uso del talonario de multas, de la porra y de otros medios represivos e inhibitorios, pues su función no es convencer, formar o educar al ciudadano, sino mantener el orden público en lo que respecta al comportamiento externo de la ciudadanía. Sin embargo, el profesorado erraría de pleno en sus cometidos fundamentales si enfocase el reconocimiento de su autoridad principalmente desde la óptica de las sanciones, la disciplina y el orden en las aulas. Acudiendo al Diccionario de la RAE, “autoridad” es definida como “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”. Según esto, hay una autoridad moral y una autoridad legal. La autoridad moral no se impone, sino que se reconoce por sí misma, pues se percibe en y emana de la persona misma. Etimológicamente, “autoridad” viene de la palabra latina “auctoritas” (a su vez, de auctor, augere: hacer crecer o aumentar), por lo que quien tiene autoridad es fuente u origen de algo y tiene como función hacer que alguien o algo se desarrolle. La autoridad moral no se impone con leyes que primordialmente contemplan sanciones y castigos, sino que los demás la reconocen por la valía de la persona que manifiesta tal autoridad en su forma de vivir y de actuar.

En todos mis años de docencia en Institutos de Secundaria, he estado en contacto con miles de alumnos y centenares de profesores, y –salvo en casos muy excepcionales- no he asistido (contra tantos reportajes aparecidos en distintos medios de comunicación y los datos vertidos sistemáticamente desde algunos sindicatos) a actos de agresión, amenazas o insultos. Tampoco he conocido a colegas que hayan entrado en el aula con miedo a ser agredidos o maltratados, aunque existen sin duda casos esporádicos y muy excepcionales de indisciplina, que requieren la adopción de medidas sancionadoras, pero que en ningún caso pueden hacer que los centros de enseñanza, especialmente públicos, aparezcan ante la opinión pública como un tópico centro correccional, o el alumnado como un conjunto de delincuentes potenciales.

Hace veinte años, el profesorado vivía plácidamente (aunque ya se quejaba de lo mismo) en sus Institutos de Bachillerato, con su BUP y su COU, con su 30% de juventud que quería estudiar después en la Universidad (el resto cursaba FP o se iba quedando en las cunetas de la EGB). Pero llegó la obligatoriedad de la educación hasta los 16 años y llegaron a sus aulas también muchachos y muchachas no interesados en lo que allí oyen y hacen, carentes a veces de los recursos personales y sociales básicos que normalmente se adquieren en los procesos de la socialización primaria, con familias (no necesariamente de estratos sociales bajos) que no les han dotado de unas pautas mentales y de comportamiento básicas adecuadas. Ese cambio fue toda una revolución a nivel legal y normativo, pero casi nunca llegó a hacerse verdaderamente realidad en las aulas de los centros de enseñanza, tanto por falta de medios y recursos personales, como por el recalcitrante rechazo de un auténtico cambio por parte de un sector del profesorado.

Si algún docente emplea la tercera parte de su clase en mandar callar debería sacar como conclusión que quizá, aparte de la indisciplina y desinterés de parte de su auditorio, puede estar también aburriendo a las ovejas, pues no solo se le supone saber holgadamente la materia que imparte, sino también enseñarla y comunicarla bien. Y en un aula una sonrisa, un cierto grado de buen humor y una pizca de afecto son también unos buenos ingredientes para una clase ordenada, eficaz y agradable. Debería dedicarse la ESO a impartir las destrezas y los conocimientos fundamentales que debe poseer todo ciudadano del siglo XXI y dejar el Bachillerato y la Formación Profesional para una adecuada especialización. Para eso hay que modificar sistemas de enseñanza, programas, asignaturas, niveles, actitudes y pautas mentales, con creatividad y libertad. Hay que tener muy claros los fines educativos, para poder poner después los medios adecuados. No sea que, mientras se quiere reforzar la autoridad del profesorado, se opte por proporcionar a cada alumno, cual bálsamo de Fierabrás, un ordenador portátil en el aula.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Un paso obligado


Con fecha 15 de septiembre de 2009, MHUEL, Movimiento hacia un Estado Laico ha interpuesto

RECURSO CONTENCIOSO ADMINISTRATIVO

contra algunos artículos del Reglamento de Protocolo del Ayuntamiento de Zaragoza (donde tiene carácter obligatorio la asistencia de la Corporación a determinadas celebraciones confesionales católicas), así como contra la presencia de un crucifijo en el salón de Plenos del Ayuntamiento y de cualquier otro símbolo religioso que se exhiba en dependencias y centros municipales de Zaragoza.

martes, 15 de septiembre de 2009

Puños en alto y saludos fascistas


Artículo a publicar mañana, miércoles, en El Periódico de Aragón

El presidente del PP, Mariano Rajoy, vio en una fotografía a varios dirigentes del PSOE y de UGT puño en alto y cantando La Internacional junto con el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, y a Rajoy y a su niña aquello les pareció “triste” y “antiguo”, especialmente porque perpetraban aquella acción también algunas ministras apenas treintañeras

Más aún, Rajoy, de visita en la sede de la edición digital del diario El Mundo, invitó a preguntarnos qué pasaría si apareciesen algunos de los suyos con el brazo levantado y la mano extendida, en saludo fascista, haciendo guardia sobre los luceros, impasible el ademán. Nos habían dicho en los 70 del siglo pasado que debíamos tener medio olvidado lo que comprendía desde 1936-39 hasta esas fechas en aras de la reconciliación nacional y de una transición política bien lubricada con la mejor de las vaselinas, pero ahora viene Rajoy exhortándonos a imaginar a sus huestes (desde su presidente fundador a su presidente honorario, pasando por quienes mantienen a toda costa calles, placas, títulos y añoranzas franquistas) haciendo el saludo romano-fascista. Y la verdad es que en no pocos casos nos parecería un auténtico acto de coherencia política explícita.

No contentos aún con su denuncia, a Rajoy y su niña les parecen lo mismo el puño cerrado y el saludo fascista, o el Cara el sol y La Internacional, pues, agitándolo y mezclándolo concienzudamente, ven todo como antiguallas del pasado, cuando don Mariano, como “la mayoría de la gente” está “en otra dinámica” y “está en el futuro”. Lo que no queda claro ya es de qué futuro está hablando, pues quizá se trate de ese futuro que el conservadurismo celtibérico trata casi siempre de que la vida se conjugue en pretérito indefinido para muchos y en presente inamovible para la minoría bienviviente y biempensante.

Sobre todo ignora Rajoy que el puño cerrado no solo ha sido símbolo desde principios del siglo XX de la lucha antifascista, sino que muchos de quienes lo han levantado nos han conseguido con su lucha muchos de los derechos y beneficios políticos, sociales y económicos que hoy disfrutamos. Los amigos del brazo en alto no han querido dar ni agua al pueblo, por lo que los del puño en alto les han tenido que arrancar con huelgas y con lucha continua condiciones laborales dignas, derechos cívicos y económicos, descanso semanal, vacaciones, derecho a voto, convenios profesionales y un combativo tope a la explotación salvaje. Los del puño cerrado han reclamado durante cuarenta años de dictadura franquista la libertad y las libertades de que tiene derecho la ciudadanía y la clase trabajadora. Y las han conseguido. Entre los del puño cerrado, algunos han pagado un alto precio por su lucha: cárcel, tortura, clandestinidad, proscripción, incluso muerte. Los del saludo fascista enseguida sacan a relucir a Lenin y Stalin para distorsionar la realidad de tantas personas honradas y amantes de la libertad, víctimas de la reacción, y que también levantaron su puño cerrado. Olvidan así que todos les somos deudores, que debemos estarles muy agradecidos. De hecho, incluso este artículo, por muy criticable y deficiente que sea, solo es hoy posible como fruto de la lucha de todas esas personas.

Pretender embrollar a la gente mediante la artera confusión del puño cerrado con el saludo fascista es una perversidad. El fascista no ama la libertad ni las libertades, y cree estar legitimado para perseguir, encarcelar y asesinar mediante juicios de opereta a cuantos no coinciden con sus intereses y su forma de ver la vida. El fascista concibe el mundo como eterno e inamovible, por lo que considera enemigos a quienes se proponen cambiarlo. El fascista miente y manipula por sistema, pues cree que debe tener los resortes del poder y de la comunicación en exclusiva y en su propio beneficio. El fascista cree ser salvador cuando reprime y víctima cuando no puede reprimir.

Quisiera saber si alguna vez le ha molestado a Mariano Rajoy y su niña ver levantando el brazo a obispos y cardenales, alcaldes y gobernadores o a tantas personas con su camisa azul recién bordada, si les parecen tristes y antiguos, si creen que los símbolos fascistas sobran en el presente y en ese futuro del que hablan. Quisiera saber qué quieren decirles a los familiares y camaradas de decenas de miles de españoles que han sido injustamente ejecutados en el paredón, el exilio, la cárcel o el campo de concentración solo por haber permanecido fieles a la Constitución y la República, por oponerse a un golpe de estado y una dictadura militar. A Rajoy solo se le ocurre la gracieta de decir que le da igual el puño en alto, con tal de que no se “lo estampen en la cara”, silenciando así a cuantos los fascistas les estamparon en su cara dolor, persecución y muerte,