martes, 30 de marzo de 2010

Primavera, pasión, penitencia y preguntas

Artículo a publicar mañana en El Periódico de Aragón
En el equinoccio de primavera el día tiene una duración igual a la noche, acaba el período en que hay más oscuridad que luz y desde entonces el día es cada vez más luminoso que el anterior hasta alcanzar el solsticio de verano. En todos los lugares de la Tierra y en todas las épocas se ha solido celebrar la primavera como el triunfo de la luz y de la vida sobre la oscuridad y la muerte.
Así ha ocurrido, por ejemplo, en las culturas mediterráneas desde hace bastantes milenios, al igual que se ha celebrado la fiesta primaveral como símbolo universal de vida y liberación en las culturas china, egipcia, gala, romana, persa o hindú. Dentro de la cultura judeocristiana en que se ha movido buena parte de Occidente, el concilio de Nicea (325) estableció que la Pascua no se celebrara dos veces el mismo año, pues hasta entonces se había celebrado el año nuevo que empezaba en el equinoccio primaveral. De ahí que se llegase al arreglo de celebrar la pascua cristiana el domingo siguiente a la primera luna llena de primavera del hemisferio Norte. En cualquier caso, se trata de una cristianización de otra fiesta popular más: la fiesta universal de la primavera. En otras palabras, aunque la pascua cristiana forma parte del acervo cultural y tradicional de muchos países y como tal debe ser respetada, no se debe olvidar el contexto general donde apareció: la fiesta de la luz y de la vida con motivo del equinoccio primaveral.
Con la llegada de la primavera, muchas culturas han conmemorado también la muerte y la resurrección de sus respectivos dioses. Así, por ejemplo, en el occidente cristiano se celebra la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, en Egipto se conmemoraba la resurrección de Osiris, dios de la fertilidad y la regeneración del Nilo, de Atis en Frigia, Mitra en Persia, o Krishna en India. Todas esas celebraciones tienen como común denominador el surgimiento de un tiempo nuevo donde queda superada la muerte y se inicia una nueva vida; es decir, los mismos ritos festivos ancestrales del equinoccio de primavera.
Dentro del mundo hispano, los rituales más conocidos de renovación (estacional, astral y religiosa) son las procesiones de la llamada Semana Santa. Al parecer, tienen su origen en las procesiones de disciplina o de sangre, instauradas por el dominico Vicente Ferrer en Medina del Campo en 1410. En ellas, los cofrades eran azotados con un instrumento de cáñamo o “disciplina”, pues la flagelación era un elemento imprescindible de la semana santa. De hecho, las primeras cofradías fueron de disciplinantes, con el cometido principal de la flagelación publica, y buena parte del atuendo y la atmósfera general de los cofrades actuales derivan de ese tiempo. En el Bajo Aragón, sin embargo, esta celebración tiene un origen menos siniestro con la ruta del tambor, si bien es de incierto significado histórico. Las formas de celebrar el equinoccio de primavera en su versión católica ofrecen muchas otras modalidades. Como botón de muestra, en el Cusco peruano los indígenas sacan la imagen del Señor de los Temblores, ante el que. antes de ingresar al templo, esconden su cara, porque creen que en aquel momento observa a los que morirán ese año.
En Zaragoza, este año ha leído el Pregón de Semana Santa el Justicia de Aragón (no Fernando Garcia Vicente, sino el Justicia o Defensor del Pueblo aragonés). Exudando agua bendita durante la lectura del Pregón, predicando valores confesionales católicos en declaraciones previas a los medios de comunicación, el Justicia perpetró un acto de injusticia con el principio de aconfesionalidad de las instituciones del Estado, de las que su cargo forma parte, y con la ciudadanía aragonesa, cuyos derechos y libertades (incluido el derecho a la libertad de conciencia) deberían ser representados y defendidos en plena igualdad de condiciones y desde la neutralidad aconfesional del Estado y sus instituciones. (¿Quién nos defenderá de nuestros defensores?)
El hecho es que la celebración de la luz y de la vida en el equinoccio primaveral ha quedado oculta tras los ritos y las procesiones de una determinada confesión religiosa. Contemplando el espectáculo, alguien se pregunta dónde se halla la línea divisoria entre imágenes sagradas y tótems, fervor religioso y superstición, dioses e ídolos. Y se pregunta además si no es el hombre quien hace la religión, si no está proyectando la naturaleza sobre supuestos mundos sobrenaturales, si no ha creado esas fiestas a su imagen y semejanza, a imagen y semejanza del entorno social, económico y político donde vive, como conciencia invertida del mundo, si la devoción al sufrimiento es a la vez expresión y protesta contra el sufrimiento real de tantos oprimidos y explotados, si no es también un alivio ante esa opresión y el sentimiento de un mundo sin corazón y desalmado. Alguien se pregunta, en fin, si esa gente sabe o quiere o puede vivir sin tales placebos, sin su opio de cada día.

domingo, 28 de marzo de 2010

¿Quién nos defiende de nuestros defensores?


En Zaragoza, el 27 de marzo de 2010 leyó el Pregón de la llamada “Semana Santa” el Justicia de Aragón (no Fernando Garcia Vicente, sino el Justicia de todos los aragoneses), algo así como el Defensor del Pueblo aragonés.

Según puede leerse en el sitio web oficial de esta institución pública de la Comunidad Autónoma de Aragón, el Justicia tiene tres funciones básicas según el Estatuto de Autonomía de Aragón:

  • Proteger y defender los derechos individuales y colectivos de los ciudadanos frente a las actuaciones irregulares de las Administraciones Públicas.
  • Defender el Estatuto de Autonomía de Aragón.
  • Tutelar el Ordenamiento Jurídico Aragonés.

. Sin embargo, exudando agua bendita durante la lectura del Pregón, predicando valores confesionales católicos en declaraciones previas a los medios de comunicación, el Justicia perpetró un acto de injusticia con el principio de aconfesionalidad de las instituciones del Estado, de las que su cargo forma parte, y con toda la ciudadanía aragonesa, que ya queda muy lejos de ser representada por quien debiera defender los derechos y libertades de todos (incluido el derecho a la libertad de conciencia) en plena igualdad de condiciones y desde la neutralidad aconfesional del Estado y sus instituciones. (¿Quién nos defenderá de nuestros defensores?)

martes, 23 de marzo de 2010

Una excelente noticia


Artículo a publicar mañana en El Periódico de Aragón


De vez en cuando llegan buenas noticias. Por ejemplo, la semana pasada pudimos conocer que el Parlamento andaluz ha aprobado la Ley de Muerte Digna, o Ley de los Derechos y Garantías de la Dignidad de las Personas en el Proceso de la Muerte. En el fondo, se trata principalmente del reconocimiento legal de la autonomía del paciente y del respeto a su voluntad sobre las circunstancias de su muerte. Con esa ley no solo no se hace daño a nadie, sino que todos salen beneficiados. Sin embargo, una vez más, para la facción hispana más ultramontana y reaccionaria la libertad y la autonomía de cada persona parecen significar un ataque a y una merma de sus inmarcesibles principios morales. En realidad, esa facción, que desde hace siglos contiene las esencias más conservadoras del país, ha tenido en exclusiva la potestad de dirimir y decidir los límites y las normas a los que debe atenerse cada ser humano, y ahora interpreta como una calamitosa ruina moral que la ciudadanía sea reconocida finalmente como dueña y responsable de su vida y del acabamiento de esa vida.

Sería otra excelente noticia que nuestros parlamentarios y nuestros gobernantes demostrasen igualmente su autonomía y su entereza ética legislando una ley de Eutanasia y Suicidio Asistido, por encima de cualquier grupo de presión ideológico, religioso o de cualquier otro tipo, que siguen sin resignarse a ocupar el sitio que constitucionalmente les corresponde: el ámbito privado de la libertad de conciencia, subordinado a las leyes e instituciones públicas del Estado, único garante de las libertades y los derechos de toda la ciudadanía en igualdad de condiciones.

En cualquier caso, es una magnífica noticia que por primera vez en España se hayan regulado los derechos de los pacientes terminales y las obligaciones de los profesionales que los atienden. Partiendo asimismo del derecho de la ciudadanía a manifestar pública y oficialmente su voluntad ante la vida y la muerte mediante el Documento de Voluntades Anticipadas o Testamento Vital, es sin duda una muy buena noticia que el paciente pueda recibir información veraz y comprensible sobre su enfermedad y su estado real, disponer de un adecuado tratamiento del dolor, la sedación paliativa y los cuidados paliativos integrales incluso en su propio domicilio, en su entorno familiar y junto a sus seres queridos, así como poder rechazar un determinado tratamiento médico, aunque ello pueda poner en peligro su vida.

Algunas asociaciones médicas reclaman el derecho del personal sanitario a objetar contra las medidas establecidas en esa Ley. Sin embargo como afirma el doctor Luis Montes, pionero y ejemplo a seguir en el derecho a morir dignamente, por mucho que le pese a la derechona, no tiene sentido objetar la aplicación de un derecho del paciente y resulta difícilmente comprensible que un profesional de la medicina tenga algo que objetar contra la no prolongación de la vida en condiciones de ensañamiento y a favor del acabamiento digno, tranquilo y apacible de la vida. En cualquier caso, si alguien se negara a cumplir las obligaciones del personal sanitario que atiende a un paciente terminal estipuladas en la Ley, siempre puede acudir al comité de ética del centro sanitario donde trabaje o simplemente dejar el caso en manos de otro médico que respete la voluntad del paciente.

En realidad, en el asunto de la muerte digna las aguas no fluyen limpias ni raudas por razones básicamente ideológicas. Más exactamente, el obstáculo no reside en la existencia de unas determinadas ideas o concepciones morales (legítimas y a las que ampara el derecho constitucional de la libertad de pensamiento), sino el obsoleto presupuesto, heredero de posiciones que ya no tienen cabida en la España actual, de que la moral y las costumbres siguen perteneciendo por antonomasia a una determinada confesión religiosa. En efecto, una cosa es que los obispos católicos se crean escogidos y llamados a impartir su doctrina moral como la única moral verdadera (cosa que pueden hacer y decir legítimamente en el ámbito privado de sus iglesias y feligreses), y otra cosa bien distinta que constitucionalmente se les reconozca alguna competencia pública en cuestiones éticas.

Cuando los obispos católicos de Andalucía piden limitar la autonomía del paciente solo repiten lo que han dicho y hecho siempre que han podido: controlar la mente, la libertad de decisión y la autonomía ética de la ciudadanía. Según ellos, "la autonomía personal nunca puede llegar a justificar decisiones o actos contra la vida humana propia o ajena". Ignoran así que la decisión libre y responsablemente tomada por un ser humano sobre las condiciones dignas en que quiere morir nunca es contraria a la vida humana. Ignoran asimismo que la última y definitiva instancia ética para una persona es la propia conciencia, la propia autonomía personal. Y lo que aún es más grave, ignoran que lo ignoran.

martes, 16 de marzo de 2010

Toros, BICs y otras tradiciones

A publicar mañana en El Periódico de Aragón

En el Parlamento de Cataluña estaban en pleno debate sobre las corridas de toros y los medios de comunicación recogieron las opiniones de algunos ponentes que habían intervenido aquella jornada. Entre ellos estaba Jesús Mosterín, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Barcelona y actualmente profesor de investigación en el CSIC, que argumentó su postura contraria a las corridas de toros, entre otras cosas, rebatiendo el tópico tantas veces utilizado de que la tradición justificaba histórica, social y culturalmente “ la fiesta de los toros”.

Mosterín vino a decir que en nombre de la tradición se habían perpetrado un sinnúmero de crímenes, tropelías e injusticias (por ejemplo, las torturas y asesinatos de la Inquisición o la ablación de clítoris en algunas zonas africanas). Al escucharle, pensé que aquel argumento (con independencia del resultado final que pudiere salir después en el Parlamento catalán) es sólido y al menos da que pensar. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario: se armó un enorme guirigay en medios y tertulias porque Mosterín presuntamente había cometido el execrable crimen de equiparar el sufrimiento de un animal con el de un ser humano.

Me quedé estupefacto, pues, con un poco de objetividad, es obvio que el profesor no había dicho algo parecido, pero finalmente comprendí qué había pasado: contra la ausencia y carencia de argumentos, quedan en ciertos sectores de la sociedad celtibérica dos vías, ambas complementarias: en primer lugar, coger el rábano por las hojas, andarse por las ramas, de tal forma que finalmente la única realidad percibida quede muy alejada del verdadero asunto a debatir, para acabar, en segundo lugar, utilizando el argumento que suele obtener más éxitos entre espectadores, oyentes y lectores: la falacia ad hominen, con la que, más que argumentar, se intenta básicamente atacar o descalificar al adversario. Lo estamos viendo con frecuencia: ante el riesgo de resultar encausados y condenados, los corruptos y la ultraderecha se alían contra el juez que instruye la causa acusándolo de prevaricación, corrupción y todo lo que haga falta. Si están en entredicho los privilegios seculares del catolicismo en materia económica o de moral y costumbres, el ultramontanismo católico acusa a medio mundo de persecución religiosa.

Y sin embargo, los argumentos asentados sobre la racionalidad se mantienen en pie. Siendo respetable, en principio, la tradición, hasta las prácticas más alejadas de los derechos humanos, del sentido común y de la sensatez elemental pueden hallar origen y cobijo en tradiciones, culturas y costumbres ancestrales. Como botones de muestra, la lapidación, el empalamiento, las ejecuciones públicas, la esclavitud o el derecho de pernada han perdurado durante muchos siglos sin apenas crítica alguna y con el supuesto aval de que aquello era “de toda la vida”. De igual modo, si nos basamos en el valor intocable de las tradiciones, deberíamos seguir afirmando que la Tierra es plana, que la vida puede surgir de la materia inerte por generación espontánea, la inferioridad de la raza negra, la perversidad del pueblo judío o la mujer como subproducto de la naturaleza humana al servicio del hogar y la reproducción. De hecho, es posible hacer remontar todo ello a tiempos inmemoriales y a tradiciones ancestrales. Sin embargo, el ser humano es capaz de crecer como humano mediante el cultivo de su razón y el ejercicio de una autocrítica positiva. El ser humano puede renovarse si no teme examinar antes la costra que lo ha cubierto y lo tiene preso de sus supersticiones, pereza e ignorancia. El ser humano puede hacer de la tradición, acudiendo al origen latino de la palabra (traditio), un respetable vehículo de transmisión de todo lo valioso recibido desde el pasado, y no una traición (a la verdadera la cultura, a los derechos humanos, a uno mismo, como persona y como pueblo).

Pues bien, los mismos que propenden a las falacias ad hominen, los mismos que se aferran a las costumbres “de toda la vida” y a las tradiciones indiscriminadas, no solo tergiversan las declaraciones y los argumentos ajenos, sino que también construyen un enorme parapeto defensivo con los propios: no solo defienden a ultranza un espectáculo taurino, sino que lo declaran Bien y de Interés y Cultural (la semana pasada, un abogado solicitó formalmente que también la siesta sea declarada BIC). Y como otros consideran que se ha ultrajado a su Virgen al pedir algunos que no suene un himno católico en la plaza pública, en el Pleno municipal siguiente aprueban que la tradición de la Virgen del Pilar sea declarada Bien de Interés Cultural Inmaterial y, tras los correspondientes trámites, Patrimonio Mundial Inmaterial por parte de la UNESCO. Como el tango, la tapicería de Aubusson, el Carnaval de Negros y Blancos de Colombia, el Silbo Gomero, el desfile de la máscara ijele en Nigeria, o la música shashmaqom en Tayikistán. Salen raudos al combate: en Madrid, en Valencia, en Murcia, allí donde tenga cancha la sacrosanta tradición del santiagoycierraespaña. Son los mismos. Son los de siempre.

Geniales


domingo, 14 de marzo de 2010

Para sonreír un ratillo



Gracias, Miguel

Para vivir

Por Manuel Vicent. El País de hoy. Si uno deja de fumar no es para vivir más años, sino para vivir mejor ahora mismo y no tener que resollar como una foca al subir veinte peldaños. Si uno come en pequeña cantidad comida sana y no ingiere grasa animal, hamburguesas con carne de perro y gallinejas fritas con aceite de motor, no es para adelgazar o bajar la tripa, sino para respetar el propio cuerpo y no someterlo a la humillación de tener que digerir semejante basura. Si en lugar de apoltronarse ante el televisor para recibir indefenso su descarga diaria de estiércol, uno se mueve, camina una hora al día o se machaca en el gimnasio, no es para exhibir en la cama un pecho de lagarto o presumir de bolas ante las amigas en el bar, sino para sentirse flexible y no verse obligado a gemir una blasfemia al salir de taxi o al levantarse del sofá. Si se renuncia a habitar espacios cerrados que huelen a aliento fétido, y se inspira aire fresco y limpio hasta el fondo de los pulmones, esta actitud sólo tendrá sentido si además de purificar las células con oxígeno verde, uno busca que la naturaleza entre a formar parte del espíritu. No fumar, comer sano y hacer ejercicio, sirve para ofrecerse al placer de ahora mismo, puesto que la eternidad cabe entera en el día de hoy, sin esperar a mañana. Mientras uno vive de forma saludable sigue siendo inmortal. Los últimos años que te resten de tu paso por esta tierra, si te has convertido ya en un desecho humano, puedes regalárselos al sepulturero. Estas reglas sólo atañen al cuerpo, pero hay que acompañarlas de una sencilla disciplina espiritual si se pretende llegar más allá. El ambiente degradado por los insultos que se infieren mutuamente los políticos es mucho más venenoso que el óxido de carbono. Prohíbete respirar ese aire. Aléjate del pesimista que sólo busca amargarte el día, y usa tu nuca como basurero psíquico para depositar en ella su frustración. Nunca discutas con el creyente que lleva el fuego del infierno incluso en el mechero. Su fanatismo es peor que la carne de perro. Guárdate del que pretende darte lecciones con una verdad absoluta o con un bate béisbol. Son dos formas de partirte la cabeza. Y si un moralista con halitosis te señala con el dedo, huye y no te detengas hasta que veas que en el horizonte arden las palmeras.