miércoles, 28 de septiembre de 2011

Palestina también existe


Simon Srebnik era un muchacho de trece años cuando ingresó en el campo de exterminio nazi de Chelmno, donde tenía encomendada una serie de tareas, entre ellas cantar para los guardias algunas canciones en alemán. Unos días antes de que los nazis abandonasen el campo, un guardia le disparó en la cabeza, dándole por muerto. Así Simon pudo salvar milagrosamente su vida y ser uno de los dos supervivientes de aquel infierno. Hoy vive en Israel y cuenta, entre la serenidad y los sollozos, aquellas terribles experiencias en la película Soah (1985), del director Claude Lanzmann.

Hace unos veinte años La 2 de RTVE estrenó en España Soah en cuatro sesiones a altas horas de la madrugada. Durante nueve horas, la película va desgranando los testimonios de víctimas, verdugos y testigos recogidos durante diez años de rodaje e investigación. La película sobrecoge y conmueve. Hace unas semanas tuve ocasión de volver a verla y el efecto fue idéntico. Resulta increíble que un pueblo pueda llegar a sufrir tanto y que unos individuos lleguen a cotas tan extremas de sadismo y crueldad. Entre los centenares de testimonios, recuerdo la tremenda congoja de Abraham Bomba, barbero de profesión, encargado de cortar el pelo a los judíos en Treblinka justo antes de entrar en la cámara de gas. Allí mismo presenció la escena de un compañero, encargado como él de cortar el pelo, cuando vio en la sala a su propia mujer y a otros familiares, a punto de ser exterminados.

Seis millones de judíos acabaron asesinados en los guetos y los campos de concentración y la humanidad les debe memoria y respeto perpetuos. Por eso mismo, me llama tanto la atención que actualmente la política de Israel para con otros pueblos (particularmente, el palestino) sea a veces tan despiadada, cruel e injusta. Sería de esperar que el pueblo judío, debido precisamente a su experiencia pasada de persecución y muerte, ejerciese presión sobre el gobierno israelí para que cesase en su irracional política de hechos consumados contra el pueblo palestino. Sería también una buena noticia para la humanidad que el pueblo judío fuese hoy un foco activo de paz y de concordia entre los pueblos. Sin embargo, la realidad dista mucho de esos buenos deseos.

Cuando el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, presentó el viernes pasado ante la Asamblea General de la ONU la petición oficial de ingreso de Palestina como Estado miembro, pedía también la posibilidad de que se reconociese la existencia y los derechos humanos de cuantos habitan y malviven en Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén. Sin embargo, si la petición llega hasta los quince miembros del Consejo de Seguridad y en el caso de que no hayan surtido efecto antes las maniobras dilatorias de los Estados Unidos y adláteres, nadie duda de que una vez más se dará el veto norteamericano.

Barack Obama ganó unas elecciones presidenciales al grito de Yes, we can, pero ahora comprueba él y vemos todos qué es lo que realmente puede. Desde estas mismas premisas, si Obama aspira a seguir de Presidente otros cuatro años, no podrá avalar la creación de un Estado palestino ni oponerse a las poderosísimos grupos de presión que dominan las finanzas y buena parte de los destinos del mundo. Por supuesto, los países de la UE andan una vez más divididos y seguramente sucumbirán a las consabidas recomendaciones estadounidenses.

Insisten ahora las grandes potencias en que palestinos e israelíes reanuden las negociaciones, hace ya tiempo truncadas. Sin embargo, resulta difícil de entender cómo se puede conversar o negociar algo cuando Israel se niega de plano a cumplir, por ejemplo, la resolución 242 de la ONU, que ordena la retirada de todos los territorios ocupados en la guerra de 1967, o a revisar radicalmente la política de colonización llevada a cabo en Cisjordania y Jerusalén Este, o a no provocar una situación permanente de graves carencias elementales del pueblo palestino en la Franja de Gaza. Benjamin Netanyahu y su partido Likud, apoyado en el gobierno por los partidos de la derecha troglodítica y la ultraortodoxia, se oponen a cualquier negociación que aborde la posibilidad de un Estado palestino o el desmantelamiento de los asentamientos israelíes en los territorios palestinos.

Varios millones de palestinos buscan su identidad y el reconocimiento de sus derechos elementales tras la expulsión de su tierra en 1948 y 1967. Sin voluntad de llegar a acuerdos equitativos y justos para ambas partes, vendrán las lamentaciones: la mal llamada “comunidad internacional” repetirá sus discursos sobre el terrorismo internacional, Al Qaeda o la irracionalidad de la violencia. Rechazarán los lodos de la violencia de una gente sin salida, ignorando a la vez hipócritamente los polvos que han ido sembrando con sus salvajes intereses creados y su miope indiferencia, y sobre todo que Palestina también existe.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Recordatorio

El día 4 de octubre, a las 20 horas, en la Librería Cálamo de Zaragoza (Plaza de san Francisco), presentación de mi libro SONRISAS Y LÁGRIMAS -CON ALGÚN QUE OTRO BOSTEZO- EN LA ESCUELA.
Estas invitad@, por supuesto.

martes, 20 de septiembre de 2011

La izquierda que necesita el mundo



No es noticia que la derecha se coaligue cara a las próximas elecciones o para formar gobiernos. Sus dirigentes lo acuerdan, sus militantes y votantes aplauden con fervor, y sanseacabó. Más aún, cuando en Aragón tenemos a un partido, el PAR, capaz de batir cualquier récord camaleónico  con tal de seguir calentando sillones y poltronas (el fenómeno del partido de Biel daría para varias tesis doctorales). Y es que la fidelidad y el fervor del electorado de derechas son cada vez más parecidos al proceder de los seguidores de una religión.
Sin embargo, parece que también hay atisbos de una posible unidad electoral de la izquierda para el 20-N en Aragón, lo cual, visto lo visto hasta ahora, rayaría en lo portentoso. Lo probable es que, de no obtenerse ese acuerdo, los grupos implicados culparían a la otra parte del negativo resultado o descargarían responsabilidades sobre las respectivas militancias. Y de haberlo, seguramente brotarían ipso facto de allí grupos políticos disidentes con la pretensión de salvaguardar la quintaesencia de los partidos originarios.
En cualquier caso, de poco serviría una unidad electoral sin una verdadera propuesta política y económica de izquierda. El PSOE, por ejemplo, está inundando algunos medios de comunicación con el eslogan “con Rubalcaba, sí”, sin apenas decir una palabra sobre qué quieren hacer o deshacer Rubalcaba y el socialismo español. En otras palabras, están incurriendo en el mismo error de casi siempre: presentar candidatos, en vez de contenidos, obviando así que en nuestro país cada vez hay más gatos escaldados que quieren dejarse  ya de buenas razones y fiarse solo de las obras contantes y sonantes, que son los auténticos amores.
Generalmente, asumimos como principios intocables y cuasi sagrados que cualquier revisión o transformación de la sociedad o del mundo conduciría a alguna suerte de Armagedón planetario o al fin de la civilización occidental (considerada como la única y verdadera civilización). Pues bien, el verdadero objetivo de la izquierda debería ser ante todo la crítica radical del sistema actual y la lucha por un mundo más justo, solidario, igualitario y libre.
En efecto, el sistema que perpetúa en la pobreza a dos tercios de la población mundial parece mostrarse como intocable, pero apenas se pone, de hecho (olvidémonos ahora de retóricas y programas), en cuestión. Solo en el primer semestre de este año hay, según el Banco Mundial, 47 millones de pobres más en el mundo debido al “encarecimiento de los alimentos”, pero el sistema no se pone en cuestión. Llevamos varios años oyendo hablar de crisis y posible recesión económica, estamos en manos del dictamen diario de unas agencias de calificación de riesgos que deberían estar con la boca cerrada dados los éxitos predictivos en el pasado, las empresas financieras y multinacionales aumentan sus beneficios año tras año en un mundo donde el desempleado del mundo desarrollado puede comer lo que otros miles de millones de seres humanos ni sueñan tener. Pero apenas se producen llamadas reales y veraces, de hecho (olvidémonos ahora de retóricas y de programas), a la lucha activa para cambiar la situación.
Toda la izquierda occidental procede de historias revolucionarias y del enfrentamiento directo con el sistema, por lo que debería saber que la derecha solo cede algo si se le arrebata por las buenas o por las malas. Una reforma agraria del y para el pueblo no será jamás producto de la iniciativa de la derecha terrateniente e improductiva. ¿Tanto cuesta revindicar real y verdaderamente una banca pública, un sistema impositivo y fiscal donde los que más tienen paguen lo que deben, una inspección fiscal que convierta en flagrante delito con penas graves de cárcel el fraude fiscal?
No debe haber red de enseñanza privada concertada mientras no estén completamente cubiertas las necesidades de la pública. No debe haber sanidad privada mientras no quede garantizada un sistema sanitario de calidad y global para toda la población. No debe haber un solo piso vacío mientras haya una sola persona sin vivienda. Debe desaparecer la confesionalidad de las instituciones del Estado.
Difícilmente se sostiene la legitimidad de un gobierno o de un sistema político europeo o mundial si no se regula exhaustivamente los flujos y transacciones financieras a través de los mercados de capitales, si no desaparecen los paraísos fiscales, si no se pone fin a la locura de la descomunal compraventa de armamento, si no se condona la deuda externa de los países del Tercer Mundo.
Si en los programas electorales no hay nada de eso, si además resultan poco creíbles dichos programas, la ciudadanía susceptible a mensajes de cambio, transformación o revolución se va a pensar acudir a las urnas. Así, mientras la derecha no tiene el menor empacho en coaligarse para obtener y consolidarse en el poder, la izquierda, quizá presa del virus electoralista (consigamos, al menos, un escaño), vacila en su mensaje y en su actuación.

Visiones


viernes, 16 de septiembre de 2011

¿Con Rubalcaba, sí, qué?


 Publicado hoy en ATTAC España

Me quedé perplejo ya la primera vez que lo vi. El PSOE proclamaba el eslogan para el relevo de capitán del buque y otorgaba un “sí” esplendoroso al nuevo: Alfredo Pérez Rubalcaba. Personalmente, no daba crédito, pues la socialdemocracia hispana volvía a incurrir en el mismo error de otras veces: por muy experto que sea el capitán, el pasaje y la tripulación han de conocer ante todo el barco al que subir, el rumbo y el destino del viaje y la carga que se encierra en sus bodegas. No voy a meterme ahora en si Rubalcaba, sí o Rubalcaba, no, pues lo que realmente le interesa a la ciudadanía es qué quieren hacer o deshacer el socialismo español y su capitán actual. Los programas electorales suelen estar llenos de retórica y de cantos de sirena, pero en nuestro país cada vez hay más gatos escaldados que quieren dejarse  ya de buenas razones y fiarse solo de las obras, que son los reales amores.
Entre los temores que causa la inmigración en un sector de la población y la zozobra de la crisis económica la ciudadanía es escora cada vez más hacia posiciones conservadoras (virgencita, que me quede como estoy…), teniendo en cuenta además que escasea la oferta de cambios netos y nítidos en la forma de vivir y de convivir.
En nuestra mente se va configurando una serie de axiomas que aceptamos como intocables y cuasi sagrados. Así como no parece existir más que el sistema métrico o de numeración decimal y consideraríamos una hecatombe otro distinto para el mundo (olvidando de paso que se trata de una convención, práctica y hoy bastante universal, pero convencional al fin y al cabo), de igual modo asumimos como axiomas que cualquier revisión o transformación  de la sociedad o del mundo conduciría a alguna suerte de Armagedón planetario o al fin de la civilización occidental (considerada como la única y verdadera civilización).
El sistema que perpetúa en la pobreza a dos tercios de la población mundial parece mostrarse como intocable y ningún (repito: ningún) partido político lo pone en cuestión. Solo en el primer semestre de este año hay, según el Banco Mundial, 47 millones más de pobres en el mundo debido al “encarecimiento de los alimentos”, pero el sistema no se pone en cuestión. Llevamos varios años oyendo hablar de crisis y posible recesión económica, estamos en manos del dictamen diario de unas agencias de calificación de riesgos que deberían estar con la boca bastante cerrada dados los éxitos predictivos en el pasado, las empresas financieras y multinacionales aumentan sus beneficios año tras año en un mundo donde el desempleado del mundo desarrollado puede comer lo que otros miles de millones de seres humanos ni sueñan tener. Pero ningún (repito: ningún) grupo político llama a la lucha activa y pasiva para cambiar la situación.
Toda la izquierda occidental procede de historias revolucionarias y del enfrentamiento directo con el sistema, por lo que debería saber que desde posiciones conservadoras solo se cede algo si se les arrebata por las buenas o por las malas. Una reforma agraria del y para el pueblo no será jamás producto de la iniciativa de la derecha terrateniente e improductiva. ¿Tanto cuesta revindicar real y verdaderamente una banca pública, un sistema impositivo y fiscal donde los que más tienen paguen lo que deben, una inspección fiscal que convierta en flagrante delito con penas graves de cárcel el fraude fiscal?
No debe haber red de enseñanza privada concertada mientras no estén completamente cubiertas las necesidades de la pública. No debe haber sanidad privada mientras no quede garantizada un sistema sanitario de calidad y global para toda la población. No debe haber un solo piso vacío mientras haya una sola persona sin vivienda.
Difícilmente se sostiene la legitimidad de un gobierno o de un sistema político europeo o mundial si no se regula exhaustivamente los flujos y transacciones financieras a través de los mercados de capitales, si no desaparecen los paraísos fiscales, si no se pone fin a la locura de la descomunal compraventa de armamento, si no se condona la deuda externa de los países del Tercer Mundo.
Si en los programas electorales no hay nada de eso, si además resultan poco creíbles dichos programas, la ciudadanía susceptible a mensajes de cambio, transformación o revolución se va a pensar acudir a las urnas. Así, mientras la derecha no tiene el menor empacho en coaligarse para obtener y consolidarse en el poder (la fidelidad de su electorado es parecido a la de los pertenecientes a una religión), la izquierda, quizá presa del virus electoralista, vacila en su mensaje y en su actuación.
Rubalcaba, ¿qué? Todos y cada uno de los grupos políticos de izquierda, ¿qué? ¿Prudentes y cautelosos para preservar al menos el estado del bienestar? ¿Acaso vacilará la derecha en reducirlo a su mínima expresión si cuenta, de hecho, con las manos libres para hacerlo?

jueves, 15 de septiembre de 2011

Tres años de Lehman Brothers: el gran timo

Parroquias privadas - Dinero público


MI amigo Enrique, de Rivas Vaciamadrid, escribe este excelente artículo

         Cuando un domingo de mediados de mayo de 2011, D. Primitivo, catedrático de la Universidad de A Coruña de visita en Madrid, acudió a la misa de Villanueva del Pardillo, pensaba que asistía a un rito religioso. En su lugar se encontró con un virulento discurso político declamado por un párroco que pasa por ser4 un “cura normal” en el pueblo.
         Al parecer, lo “normal” debe ser que desde el pulpito se injurie gravemente a las más altas instituciones civiles: “Gobierno que asesina a los niños en los vientres de sus madres”, o a la ministra Leire Pajín “es una asesina de ancianos y de personas que estorban”, por impulsar una ley para morir con dignidad. Lamentablemente, estos indignos y agresivos comportamientos son muy frecuentes en un buen número de diócesis católicas españolas “normales”.
         D. Primitivo, católico practicante, ya sabía que en la Iglesia católica (Ic, en adelante) no cabe la deliberación ni la discusión entre iguales. Pero aún así, la desmesura le escandalizó “como ciudadano”, e interrumpió el mítin-homilía. Acto seguido fue expulsado del templo con evidente agresividad.
         No deja de ser llamativo que los miembros de una institución como la Ic, puedan injuriar impunemente al Gobierno, a su Presidente, o a cualquier ministro o autoridad civil, sin que el peso del Estado de Derecho caiga sobre ellos, mientras disfrutan del privilegio de atrincherarse en el Código Civil para tipificar como delito cualquier comportamiento u opinión que consideren ofensivos para la religión. Y no se tiene noticia de que el Fiscal General del Estado haya intervenido en defensa de la dignidad de las autoridades civiles injuriadas.
         Lo de menos es que los nuevos curas sean fundamentalistas religiosos de extrema derecha, porque surgen de movimientos ultras que quieren “salvar España”, como también pretendió la jerarquía católica hace 75 años, con los resultados ya conocidos. O que hubieran puesto en peligro la oportunista tregua declarada por Rouco Varela al Gobierno, debido a la visita de Benedicto XVI a Madrid en agosto, para celebrar un nuevo catolicircus, esta vez, con jóvenes católicos. Asimismo, no es una razón de peso que no se pueda “hablar así de un Gobierno que financia a la propia Iglesia”, pues tampoco sería lícito injuriar a un Gobierno o a sus ministros, aunque no se financiara a la Ic y estuviéramos en un Estado realmente laico.
         Lo realmente alarmante es que el Estado constitucional siga “alimentando”, año tras año, unas instituciones (las diócesis católicas) que gastan 10 veces más de lo que recaudan y que no sólo no realizan ningún servicio de interés general, ni por lo tanto público, sino que en un número considerable, se utilizan para torpedear “sin misericordia” todas las leyes que emanan del poder civil que, no estando de acuerdo con su particular moral, sirven para reconocer, o ampliar, derechos individuales a distintos colectivos ciudadanos.
         Lo que crea alarma social en millones de ciudadan@s sensat@s es que trascurridos más de 30 años desde la aprobación de una Constitución supuestamente aconfesional, el Estado siga manteniendo con sus Presupuestos la existencia de 22.661 parroquias católicas (además del sueldo de 21.000 sacerdotes), que conforman una extensa trama reticular que se extiende a lo largo y ancho del país, cuyo objetivo principal no es la actividad “pastoral”, como se deduce de la Memoria de actividades de 2008, presentada en su momento por la propia Conferencia Episcopal: en realidad esta trama es un instrumento para mantener la presión política y el control ideológico y moral sobre el mayor número de ciudadan@s posible, modelando e influenciando su opinión, así como una excepcional plataforma para garantizar la difusión de su particular moral e ideología.
         Por eso, millones de ciudadan@s que creemos que en esta democracia constitucional no puede tener cabida ningún privilegio para creencias particulares confesionales, debemos exigir a nuestros representantes políticos que abandonen su clamoroso silencio cómplice y trabajen por hacer realidad los principios de aconfesionalidad, libertad de conciencia e igualdad jurídica de todas las creencias e ideologías que la Constitución proclama. Mientras sigan permitiendo estos comportamientos antidemocráticos y anticonstitucionales, a mí, en estos asuntos, no me representan.
Rivas Vaciamadrid, agosto 2011

M. Enrique Ruiz del Rosal

miércoles, 14 de septiembre de 2011

El rap del 11-S

Si quieres wifi, paga. Si lo das gratis, paga la multa

La Audiencia prohíbe a las administraciones prestar wifi gratis
y confirma una multa de 300.000 euros al Ayuntamiento de Málaga por dar acceso abierto a Internet en sus edificios. 
O sea, seguimos bajo la dictadura de las Operadoras que proveen de Internet pagando y solo pagando. 
Y a ese negocio a costa de la ciudadanía lo llaman mercado. Puaffff

11-S: secuelas y propaganda



Publicado hoy en El Periodico de Aragón

El décimo aniversario del 11-S pasó de puntillas el domingo pasado. Muchos reportajes en los medios de comunicación, numerosas columnas de opinión, pero el 11-S sigue tan rodeado de brumas y preguntas como antes. Aún no sé quiénes organizaron y perpetraron realmente el atentado, salvo ese genérico indicativo de Osama Ben Laden y la organización Al Qaeda (¿tontos útiles en la trama?).

Hemos podido leer unos cuantos libros y ver unos cuantos vídeos que plantean incógnitas importantes sobre el 11-S, que nadie ha aclarado o rebatido. Algunos señalan como autores a diecinueve yihadistas de Al Qaeda divididos en cuatro grupos que habrían invadido cuatro aviones, pero del avión de Pensilvania apenas se habla si descontamos algunas anécdotas puestas en entredicho de las víctimas y ningún dato de los terroristas. Del avión que presuntamente chocó contra uno de los muros del Pentágono sigue sin haber una fotografía donde aparezca algún rastro de restos de avión. De la destrucción de las torres del World Trade Center arquitectos, ingenieros y especialistas en demolición de edificios ponen serios reparos a que solo dos aviones de pasajeros tuvieran semejante puntería y potencia para lograr llevar a cabo un atentado que al parecer algunos ya conocían de antemano y tomaron las medidas preventivas pertinentes. Aún no he visto rebatido el libro de Thierry Meyssan La gran impostura o el de Ray Griffin Desenmascarando el 11-S.

La cosa es que se declaró ipso facto la guerra mundial de Occidente contra el terrorismo mundial, es decir, contra Al Qaeda, es decir, contra casi todo lo que pudiere oler a musulmán. En menos de un mes, el Presidente estadounidense George W. Bush bombardeó e invadió Afganistán con el pretexto de que los talibanes no querían entregar a Ben Laden, supuestamente oculto en las montañas de Afganistán. Al poco tiempo, el 9 de febrero de 2002 Hamid Karzaï, el  nuevo primer ministro de Afganistán, y su homólogo paquistaní, el dictador y golpista Musharraf, fuerte aliado de los Estados Unidos en la zona, cerraban un acuerdo para permitir la construcción de un oleoducto que enlazase el mar Caspio con el océano Índico, atravesando el Afganistán recién invadido.
Al año siguiente “los aliados” bombardearon e invadieron Irak, ahorcaron a Saddam Hussein, provocaron la muerte de centenares de miles de iraquíes y millones de desplazados y huidos, contemplan ahora la cadena interminable de atentados en el país, y las grandes compañías petrolíferas controlan el petróleo iraquí. No se habla de Abu Graib, Guantánamo y la conculcación de los derechos humanos (¡para defender la democracia y los derechos humanos!).
Finalmente, encontraron en Pakistán a Ben Laden, al que cosieron a tiros e impidieron así hablar y contar. Ahora buscan en Libia a otro buen amigo de antaño, hoy enemigo y declarado tirano, Muamar el Gadafi. Las grandes potencias habían hecho la vista gorda con atentados a aviones comerciales de pasajeros financiados y organizados por Gadafi y lo recibieron en años posteriores con honores al olor del dinero que derrochaba a su antojo. Desde hace unos meses, lo buscan por delitos de lesa humanidad contra el pueblo libio, es decir, ni más ni menos que por lo que ocurre en muchos otros países de corte similar y considerados por los aliados como amigos. Ni que decir tiene que las grandes compañías petrolíferas controlarán totalmente los enormes recursos energéticos libios.
La industria militar necesita enemigos. La industria del crudo y derivados necesita enemigos. Las grandes potencias también necesitan enemigos para organizar cuantas guerras preventivas requieran para dominar el planeta. Hace escasos días, ya inminente el décimo aniversario del 11-S, la secretaria de Seguridad Nacional estadounidense, Janet Napolitano, declaraba que no existía ninguna amenaza verosímil de atentado en torno al aniversario del 11-S. Sin embargo, pocos días después el Gobierno norteamericano informaba de que tres individuos de Al Qaeda –uno de ellos estadounidense- tenían el propósito de atentar mediante un vehículo alquilado con sendas bombas en Nueva York y Washington, por lo que emitieron una "alerta mundial de viaje", a la vez que recordaban la "continua amenaza que aún representan Al Qaeda y sus aliados".
El 11 de septiembre de 2001 arrojó sobre nuestras cabezas una catarata de proclamas en defensa de la democracia occidental y en contra del terrorismo internacional. Diez años después hay más hambre, miseria e injusticia en el mundo, los pobres son más pobres y los ricos, mucho más ricos. Los atentados terroristas menudean mucho más que antes, especialmente en Irak, Afganistán y Pakistán. Los soldados “aliados” no ven la hora de salir de los avisperos donde los han metido, principalmente en Irak y Afganistán. Entretanto, el Ministerio de Defensa español compra 96 nuevos blindados antiminas por más de 42 millones de euros y Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, el país más incumplidor de resoluciones de la ONU,  pide a Rodríguez Zapatero que España no apoye el reconocimiento del Estado palestino en Naciones Unidas.


sábado, 10 de septiembre de 2011

11-S, propaganda e incógnitas


 A publicar en Izquierda Digital
 Existe una multitud de libros y vídeos que plantean incógnitas importantes sobre el 11-S, que siguen sin ser aclaradas o rebatidas. Algunos señalan como autores a diecinueve yihadistas de Al Qaeda divididos en cuatro grupos que habrían invadido cuatro aviones, pero del avión de Pensilvania apenas se habla si descontamos algunas anécdotas de difícil verificación. Del avión que presuntamente chocó contra uno de los muros del Pentágono sigue sin haber una fotografía donde aparezca algún rastro de restos de avión. Posteriormente, se habló de un misil, por lo que la pregunta inmediata es de dónde salió y quien disparó ese misil. De la destrucción de las torres del World Trade Center arquitectos, ingenieros y especialistas en demolición de edificios ponen serios reparos a que solo dos aviones de pasajeros tuvieran semejante puntería y potencia para lograr llevar a cabo un atentado que al parecer algunos ya conocían de antemano y tomaron las medidas preventivas pertinentes. Aún no he visto rebatido el libro de Thierry Meyssan La gran impostura o el de Ray Griffin Desenmascarando el 11-S.

 

Muchos reportajes en los medios de comunicación, numerosas columnas de opinión sobre el décimo aniversario del 11-S, pero el 11-S sigue tan rodeado de brumas y preguntas como antes. ¿Alguien sabe realmente quiénes organizaron y perpetraron el atentado, salvo ese genérico indicativo de Osama Ben Laden y la organización Al Qaeda (¿tontos útiles en la trama?)?

 

La cosa es que se declaró ipso facto la guerra mundial de Occidente contra el terrorismo mundial, es decir, contra Al Qaeda, es decir, contra casi todo lo que pudiere oler a musulmán. En menos de un mes, el Presidente estadounidense George W. Bush mandó bombardear e invadir Afganistán con el pretexto de que los talibanes no querían entregar a Ben Laden, supuestamente oculto en las montañas de Afganistán. Al poco tiempo, el 9 de febrero de 2002 Hamid Karzaï, el  nuevo primer ministro de Afganistán, y su homólogo paquistaní, el dictador y golpista Musharraf, fuerte aliado de los Estados Unidos en la zona, cerraban un acuerdo para permitir la construcción de un oleoducto que enlazase el mar Caspio con el océano Índico, atravesando el Afganistán recién invadido.

Al año siguiente “los aliados” bombardearon e invadieron Irak, ahorcaron a Saddam Hussein, provocaron la muerte de centenares de miles de iraquíes y millones de desplazados y huidos, contemplan ahora la cadena interminable de atentados en el país, y las grandes compañías petrolíferas controlan el petróleo iraquí. No se habla de Abu Graib, Guantánamo y la conculcación de los derechos humanos (¡para defender la democracia y los derechos humanos!).

Finalmente, encontraron en Pakistán a Ben Laden, al que cosieron a tiros e impidieron así hablar y contar cualquier cosa. Ahora buscan en Libia a otro buen amigo de antaño, hoy enemigo y declarado tirano, Muamar el Gadafi. Las grandes potencias habían hecho la vista gorda con atentados a aviones comerciales de pasajeros financiados y organizados por Gadafi y lo recibieron en años posteriores con honores al olor del dinero que derrochaba a su antojo. Desde hace unos meses, lo buscan por delitos de lesa humanidad contra el pueblo libio, es decir, ni más ni menos que por lo que ocurre en muchos otros países de corte similar y considerados por los aliados como amigos. Ni que decir tiene que las grandes compañías petrolíferas controlarán totalmente los enormes recursos energéticos libios.

La industria militar necesita enemigos. La industria del crudo y derivados necesita enemigos. Las grandes potencias también necesitan enemigos para organizar cuantas guerras preventivas requieran para dominar el planeta. Hace escasos días, ya inminente el décimo aniversario del 11-S, la secretaria de Seguridad Nacional estadounidense, Janet Napolitano, declaraba que no existía ninguna amenaza verosímil de atentado en torno al aniversario del 11-S. Sin embargo, pocos días después el Gobierno norteamericano informaba de que tres individuos de Al Qaeda –uno de ellos estadounidense- tenían el propósito de atentar mediante un vehículo alquilado con sendas bombas en Nueva York y Washington, por lo que emitieron una "alerta mundial de viaje", a la vez que recordaban la "continua amenaza que aún representan Al Qaeda y sus aliados".

El 11 de septiembre de 2001 arrojó sobre nuestras cabezas una catarata de proclamas en defensa de la democracia occidental y en contra del terrorismo internacional. Diez años después hay más hambre, miseria e injusticia en el mundo, los pobres son más pobres y los ricos, mucho más ricos. Los atentados terroristas menudean mucho más que antes, especialmente en Irak, Afganistán y Pakistán. Los soldados “aliados” no ven la hora de salir de los avisperos donde los han metido, principalmente en Irak y Afganistán. Entretanto, el Ministerio de Defensa español compra 96 nuevos blindados antiminas por más de 42 millones de euros y Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, el país más incumplidor de resoluciones de la ONU,  pide a Rodríguez Zapatero que España no apoye el reconocimiento del Estado palestino en Naciones Unidas.


jueves, 8 de septiembre de 2011

Reflexiones sobre la vida y la muerte decididas


Publicado ayer en Izquierda Digital

Paseo un rato con Séneca, leyendo sus Cartas, saboreando sus Consolationes. Hago mías también sus recomendaciones: dejarse mecer por el pensamiento que refleja una forma de vida, que enseña a vivir, que incita a vivir una vida buena y una buena vida. Junto a él, me siento penetrado por la naturaleza, acaricio esa fuerza interior que me otorga identidad  y energía, me sé animal inteligente y libre dentro de mis contornos y limitaciones. Sé que solo así he logrado a veces rozar con los labios del alma la piel del bienestar, a orillas del sosiego donde es posible el encuentro con el amigo y el camarada.
Nada temo, salvo el rostro del dolor cuando aparece implacable. Nada malo me propongo, pues sería una traición a la entraña misma de la naturaleza que nos constituye a mí y a todos. Quiero vivir en plenitud cada uno de los momentos que me restan, amo la vida con todas mis fuerzas, y así converso amistosamente con la posibilidad de acabarla si y cuando concierte con ella que ha llegado el momento. La muerte no es sino el acabamiento de la vida, y si la vida ha sido valiosa y buena ha de desembocar igualmente en una muerte digna, apacible. Si la vida no puede ya conjugarse en positivo, puede hallar liberación, salida luminosa en la muerte. La muerte no es buena ni mala. La muerte no es: de hecho, solo quienes restan en el mundo y se duelen por la ausencia de otro hablan de muerte. El ser humano debe vivir, vivir bien, dejar vivir, hacer que los demás vivan del mejor modo posible. Solo cuando se acaban los caminos desde los que se atisban horizontes, cuando finalmente se traban los pasos y se confunden las sendas, es posible plantearse con fiereza y también con una sonrisa el propio acabamiento.
Nada ni nadie puede forzar a enquistarnos en una situación o un estado indeseados. Algunos siguen hablando de dioses, de su laberíntica voluntad, de una supuesta ley natural encorsetada y ajustada a los intereses y delirios de quienes desde hace siglos y siglos quieren al ser humano tan esclavo y reprimido como ellos mismos. Nadie está obligado a permanecer en la vida. Hay seres humanos que no soportan la inseguridad, la incertidumbre, el hecho natural de que cada existencia conlleva la necesidad de buscar su pervivencia, sin otro amparo que la libertad y el riesgo de decidir una y otra vez el camino y el rumbo hacia el que dirigir sus pasos. La vida consiste precisamente en decidir cada segundo, cada día, todos los instantes, qué hago y qué  dejo de hacer. La libertad es ni más ni menos que el ejercicio de ese decidir permanentemente. La vida es libertad. Por eso reivindico mi libertad de decidir también cómo vivir y morir.
Existir debería ser siempre un acto permanente de gozoso, consciente y libre zambullirse en la aventura del vivir. Una botella o un lapicero son lo que son, están definitivamente terminados, pero los seres humanos estamos siempre por hacer: cada instante decidimos quiénes somos y no somos, qué hacemos con nosotros mismos, incluso echarnos a perder. Por amor a la vida, podemos decidir también morir, y morir bien.
Respiro, bebo, amo y me sostengo cada instante en la voluntad de existir por amor a la vida. Quien no teme morir ama incondicionalmente vivir. De ahí que sea radicalmente ajeno a la vida que la obliguen a pervivir. Soy libre, soy dueño de mis actos y errores, de mis sueños y luchas, decido si y cómo y hasta cuándo existir. Estoy en mis manos y mi obligación fundamental es vivir bien. Mi responsabilidad ética final estriba en qué estoy haciendo de mi vida, también qué hago de y con los demás. No es casual que precisamente aquí y ahora, mientras escribo y paseo con Séneca, me salga al encuentro otro amigo con quien maldecir la moral de los esclavos.
Nietzsche es tan odiado por los funcionarios del corsé y de la mediocridad precisamente por indicar la necesidad de crear, de innovar, de renovar y, por ello mismo, de destruir lo caduco. Paseo también con él, mientras me dice con bravura que sea implacable con la coherencia que le debo a la vida, a cada uno de los instantes que la constituyen, sin concesiones a los inventores de mundos imaginarios.
Si acabo con mi vida, si acabo, solo será, pues, por amor a la vida.  Si alguna vez he ayudado a alguien a morir bien, ha sido un inequívoco acto de amor. Se puede dejar libre y responsablemente la vida sin tristeza, sin temor, solo con quietud y por amor a la vida.
Soy un ser de la naturaleza, soy una mota de polvo de estrellas entre el rayo y la nube, la tempestad y el paisaje descrito por Beethoven en la Sexta, la hormiga, la galaxia, el quark, las estaciones, la lluvia, el deseo, el niño que veo columpiarse desde la ventana… Estoy sometido a los mismos ciclos, a los mismos trances, a la inmensa potencia de encenderse y de apagarse del cosmos desde hace millones de años, de comenzar y de cesar, de sucumbir y sobrevivir, a esa voluntad de poder de la que habla Nietzsche, a la voluntad de vivir descrita por Schopenhauer. Heidegger, al que tanto debo, que tanto me ha ido enseñando desde mi juventud, creo que está equivocado cuando resuelve que el ser humano es un ser-para-la-muerte. Una cosa es que la entropía deje claro que todo se deteriora y acaba, y otra bien distinta que el objetivo que otorga sentido último a mi existencia sea morir. Basta recordar a mi madre, a tantos otros amigos que ya no están.
Dice Aristóteles que todos los seres del mundo coincidimos en algo fundamental: desarrollarnos y realizarnos en plenitud. Los seres humanos estamos sujetos a esa misma necesidad natural de desarrollar nuestras posibilidades naturales, si es que queremos alcanzar nuestra realización plena como humanos. Desde que nace una persona  se pone en marcha para conseguir su pleno desarrollo,  y por ello y para ello vive, ama, se aburre, estudia, respira, habla, duerme, se apasiona, anda, sufre, se preocupa o suda... Cada etapa, cada situación, cada decisión, cada instante es un paso, progresivo o recesivo, hacia la construcción total y plena de uno mismo como ser humano.
Acompañado de Séneca y Nietzsche, paseando con Aristóteles, mirando desde la lejanía a Heidegger, observando atentamente a Schopenhauer, necesito proclamar ahora mi amor a la vida y mi apasionada amistad con su posible acabamiento, cuando el sol decida descansar más allá de la línea de mi horizonte.

martes, 6 de septiembre de 2011

En defensa de lo público


A publicar mañana en El Periódico de Aragón

Los seres humanos aman su libertad sobre todas las cosas, a pesar de que algunos se empeñen en poner puertas al campo y levantar muros en el camino. La libertad propia es por naturaleza compañera de la libertad ajena, pues la libertad tiende siempre a ser compartida. Quienes más hablan de la defensa de la libertad suelen ser también los que más pretenden privarla y condicionarla a los demás. La libertad aspira solo a tener las estrellas como techo y al alma de cada uno como casa.
La libertad ama lo público precisamente porque lo público está abierto a todos y no solo a unos intereses y unas ideologías concretas. Lo público acoge sin condiciones y busca el interés de todos sin excepción y sin privilegios. Lo privado, en cambio, filtra y selecciona a sus clientes y, de hecho, se desentiende del resto.
Hoy ha llegado a convertirse en principio socialmente indiscutible que lo privado funciona mejor que lo público y que este debe ser privatizado cuanto antes si resulta rentable. Quienes así hablan en ningún caso se refieren a toda la ciudadanía o a todo el alumnado o a todo consumidor, sino únicamente a su propia clientela, a la que garantizan estar al margen del resto, considerado inferior. Cuando, por ejemplo, reivindican la libertad de elección de centro escolar buscan preservar sus intereses individuales y seleccionar la clientela adecuada (alumnado y familias).
En los orígenes de cualquier institución confesional destinada a la enseñanza hay generalmente el afán de la persona fundadora por extender la educación a todas las capas sociales, principalmente las más pobres y marginadas. Sin embargo, con el tiempo han ido ocupando edificios hermosos en lugares magníficos donde las clases medias y acomodadas reciben la formación que exige el sistema socioeconómico que los apoya y sustenta. Cuando se les recuerda que sigue habiendo una enorme bolsa de niños y de jóvenes que requieren una atención adecuada en zonas de poca población o de procedencia inmigratoria o extracción social deprimida o compleja condición miran hacia otro lado o indican que la solución de esos problemas atañe a la autoridad educativa, y no a ellos.
Lo público es la garantía de que la libertad a la que tienen derecho todos y cada uno de los seres humanos llega a todos por igual. Solo lo público garantiza que el pensamiento, las ideas, la actitud crítica, las emociones y la personalidad de cada ser humano puedan ir creciendo sin los corsés de los idearios, los adoctrinamientos o la segregación de hecho de una parte de la población. Lo público se atiene al criterio inamovible de los derechos humanos y los principios de una Ley común a toda la ciudadanía, generalmente denominada Constitución, ahora tan lamentablemente sujeta al vaivén de los dictados e intereses del dinero y solo del dinero.
Dicen que lo privado funciona mejor que lo público y a la vez van demoliendo la sociedad del bienestar de todos y para todos. Lo privado garantiza que a su clientela no le faltará nada, pues previamente se ha encargado de seleccionar a quienes pueden pagarlo y no ponen en tela de juicio que el mundo esté regido por los intereses privados del beneficio y del mercado. Frente a ello, en la esencia de lo público está su aspiración a una sanidad pública, una enseñanza publica, una banca pública, unos servicios cívicos públicos y unas empresas públicas regidas por el interés general de toda la ciudadanía y no por la obtención del mayor beneficio de unos pocos.
Lo publico es la garantía de que los derechos humanos y cívicos fundamentales llegan a todos en igualdad de condiciones, con plena libertad y sin privilegios. Pero la libertad (o cualquiera de las modalidades de servidumbre) se aprende en la escuela: en gran medida, hacemos realidad la libertad que la sociedad nos permite y la escuela nos enseña. En la escuela se aprende o se desaprende un espíritu crítico, un saber racional, un anhelo por mejorar lo existente y oponerse a lo injusto. De ahí que una sociedad verdaderamente democrática resulte impensable sin lo público y sin escuela pública.
En su raíz etimológica misma, “educar” significa sacar, lograr extraer de una persona sus capacidades y potencialidades. Y frente al fanatismo de la irracionalidad y el cultivo del temor reverencial a la autoridad, la educación es la vía para formar el ser, el pensar y el sentir de una persona en la libertad y la razón crítica desde su niñez y adolescencia.
El ser humano necesita el pan, el agua y el aire para subsistir, pero también aquellos elementos que su propia naturaleza demanda: paz, igualdad, libertad, justicia y solidaridad. Por eso es imprescindible lo público si queremos un mundo de seres humanos libres, iguales y solidarios, opuestos a los engañosos cantos de sirena del progreso de unos en detrimento y a costa de todos los demás.

Abejas, lobos y corderos


Publicado hoy en ATTAC ESPAÑA http://www.attac.es/abejas-lobos-y-corderos/ 

  A principios del siglo XVIII, Bernard de Mandeville describía en su obra La fábula de las abejas una sociedad próspera y feliz, donde cada individuo busca solo su propio lucro e interés, pues por naturaleza somos individualistas, egoístas y perseguimos nuestro propio interés, de tal forma que el bien público no es sino el resultado de los intereses y lucros individuales. En otras palabras, si no rijo mi vida en y por mi propio interés, estoy cortando las alas del progreso. Si presto oídos a los discursos de los valores y las virtudes morales, voy en contra de lo más saludable de la naturaleza: la consecución del propio bienestar, prescindiendo de cualquier otra cosa. De hecho, remata Mandeville, los vicios privados son los que verdaderamente redundan en beneficios públicos.
En efecto, Mandeville sostiene que hasta los comportamientos individuales más bajos y viles producen ante todo efectos económicos positivos. Por ejemplo, un libertino puede llegar a ser incluso un personaje cruel e insolidario, y sin embargo, gracias a sus dispendios económicos viven criados, prostitutas, sastres, cocineros, obreros, cocheros, etc. Es decir, como una vida viciosa reporta grandes beneficios sociales, cuanto más se busque exclusivamente el propio beneficio, más acabará redundando en provecho de la comunidad.
 Sin embargo, prosigue Mandeville, cuando el dios Júpiter decide un día modificar las reglas del juego, haciendo que las abejas se muevan por metas altruistas y generosas, desaparece de inmediato el esfuerzo y el deseo de prosperidad, con lo que la sociedad se torna muy bondadosa, pero al mismo tiempo sumida en la pobreza y la postración.
  No es preciso ser un lince para percatarse de que la fábula de Mandeville es toda una loa a la doctrina liberal sin paliativos: cada uno es muy libre de buscar su propia prosperidad y enriquecerse, pues con ello está beneficiando a toda la sociedad, con tal de que no haya nada ni nadie que ose entorpecer al emprendedor. Ocurre, sin embargo, que de poco sirve a muchos ciudadanos semejante libertad ante el especulador o el millonario. De nada sirve la libertad de poder comer en los mejores restaurantes, hacer viajes exóticos o comprar un Lamborghini si apenas se tiene dinero suficiente para llegar a fin de mes o se carece de trabajo. Pero los doctrinarios liberales y neoliberales son unos magníficos maestros en el arte de disfrazar la realidad con la varita mágica de las palabras.  George Savile, marqués de Halifax ya advirtió que, al igual que  los clérigos declaran sagrado “lo que quieren conservar, de tal modo que nadie más pueda tocarlo”, también alguna gente poderosa utiliza ciertas grandes palabras -por ejemplo, “libertad”- pensando sólo en su propio beneficio y con el ánimo de sacar tajada de las aguas revueltas del lenguaje.
  Desde estas mismas bases, Holbach escribía en el siglo XVIII que ciudadano es el que “puede vivir respetablemente con los ingresos de su propiedad y todo cabeza de familia propietario de tierra”. El resto ni es ciudadano ni es nada, salvo “estúpido populacho, privado de ilustración”, que ha perpetrado el enorme delito de no ser propietario de algo. Obligación del ciudadano es, pues, prosperar y enriquecerse, y el gobierno ha de limitarse a garantizar que las cosas van a seguir estando como están, pues el mundo marcha estupendamente sin que los gobernantes se metan donde no los llaman, a sabiendas de que “le monde va de lui même”.
Ernesto Sábato escribe en su libro “Antes del fin” que las presuntas bondades del neoliberalismo y de la libertad de mercado se le antojan una falacia, pues el mundo le parece poblado de lobos y de corderos, y esa libertad neoliberal tiene como axioma fundamental: “libertad para todos, y que los lobos se coman a los corderos”. Y es que un lobo suele acercarse a lo vegetal solo para condimentar con las especias adecuadas un suculento plato de cordero.