miércoles, 14 de septiembre de 2011

11-S: secuelas y propaganda



Publicado hoy en El Periodico de Aragón

El décimo aniversario del 11-S pasó de puntillas el domingo pasado. Muchos reportajes en los medios de comunicación, numerosas columnas de opinión, pero el 11-S sigue tan rodeado de brumas y preguntas como antes. Aún no sé quiénes organizaron y perpetraron realmente el atentado, salvo ese genérico indicativo de Osama Ben Laden y la organización Al Qaeda (¿tontos útiles en la trama?).

Hemos podido leer unos cuantos libros y ver unos cuantos vídeos que plantean incógnitas importantes sobre el 11-S, que nadie ha aclarado o rebatido. Algunos señalan como autores a diecinueve yihadistas de Al Qaeda divididos en cuatro grupos que habrían invadido cuatro aviones, pero del avión de Pensilvania apenas se habla si descontamos algunas anécdotas puestas en entredicho de las víctimas y ningún dato de los terroristas. Del avión que presuntamente chocó contra uno de los muros del Pentágono sigue sin haber una fotografía donde aparezca algún rastro de restos de avión. De la destrucción de las torres del World Trade Center arquitectos, ingenieros y especialistas en demolición de edificios ponen serios reparos a que solo dos aviones de pasajeros tuvieran semejante puntería y potencia para lograr llevar a cabo un atentado que al parecer algunos ya conocían de antemano y tomaron las medidas preventivas pertinentes. Aún no he visto rebatido el libro de Thierry Meyssan La gran impostura o el de Ray Griffin Desenmascarando el 11-S.

La cosa es que se declaró ipso facto la guerra mundial de Occidente contra el terrorismo mundial, es decir, contra Al Qaeda, es decir, contra casi todo lo que pudiere oler a musulmán. En menos de un mes, el Presidente estadounidense George W. Bush bombardeó e invadió Afganistán con el pretexto de que los talibanes no querían entregar a Ben Laden, supuestamente oculto en las montañas de Afganistán. Al poco tiempo, el 9 de febrero de 2002 Hamid Karzaï, el  nuevo primer ministro de Afganistán, y su homólogo paquistaní, el dictador y golpista Musharraf, fuerte aliado de los Estados Unidos en la zona, cerraban un acuerdo para permitir la construcción de un oleoducto que enlazase el mar Caspio con el océano Índico, atravesando el Afganistán recién invadido.
Al año siguiente “los aliados” bombardearon e invadieron Irak, ahorcaron a Saddam Hussein, provocaron la muerte de centenares de miles de iraquíes y millones de desplazados y huidos, contemplan ahora la cadena interminable de atentados en el país, y las grandes compañías petrolíferas controlan el petróleo iraquí. No se habla de Abu Graib, Guantánamo y la conculcación de los derechos humanos (¡para defender la democracia y los derechos humanos!).
Finalmente, encontraron en Pakistán a Ben Laden, al que cosieron a tiros e impidieron así hablar y contar. Ahora buscan en Libia a otro buen amigo de antaño, hoy enemigo y declarado tirano, Muamar el Gadafi. Las grandes potencias habían hecho la vista gorda con atentados a aviones comerciales de pasajeros financiados y organizados por Gadafi y lo recibieron en años posteriores con honores al olor del dinero que derrochaba a su antojo. Desde hace unos meses, lo buscan por delitos de lesa humanidad contra el pueblo libio, es decir, ni más ni menos que por lo que ocurre en muchos otros países de corte similar y considerados por los aliados como amigos. Ni que decir tiene que las grandes compañías petrolíferas controlarán totalmente los enormes recursos energéticos libios.
La industria militar necesita enemigos. La industria del crudo y derivados necesita enemigos. Las grandes potencias también necesitan enemigos para organizar cuantas guerras preventivas requieran para dominar el planeta. Hace escasos días, ya inminente el décimo aniversario del 11-S, la secretaria de Seguridad Nacional estadounidense, Janet Napolitano, declaraba que no existía ninguna amenaza verosímil de atentado en torno al aniversario del 11-S. Sin embargo, pocos días después el Gobierno norteamericano informaba de que tres individuos de Al Qaeda –uno de ellos estadounidense- tenían el propósito de atentar mediante un vehículo alquilado con sendas bombas en Nueva York y Washington, por lo que emitieron una "alerta mundial de viaje", a la vez que recordaban la "continua amenaza que aún representan Al Qaeda y sus aliados".
El 11 de septiembre de 2001 arrojó sobre nuestras cabezas una catarata de proclamas en defensa de la democracia occidental y en contra del terrorismo internacional. Diez años después hay más hambre, miseria e injusticia en el mundo, los pobres son más pobres y los ricos, mucho más ricos. Los atentados terroristas menudean mucho más que antes, especialmente en Irak, Afganistán y Pakistán. Los soldados “aliados” no ven la hora de salir de los avisperos donde los han metido, principalmente en Irak y Afganistán. Entretanto, el Ministerio de Defensa español compra 96 nuevos blindados antiminas por más de 42 millones de euros y Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, el país más incumplidor de resoluciones de la ONU,  pide a Rodríguez Zapatero que España no apoye el reconocimiento del Estado palestino en Naciones Unidas.


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