Cuando estés leyendo estas líneas, ya
habré muerto. He decidido finalizar mi vida, ejercer mi derecho inalienable a
disponer libre y responsablemente de mi propia vida.
Te preguntarás por qué, a qué viene esta
decisión tan inusitada. De hecho, no soy un enfermo terminal, no me han
detectado una enfermedad grave e incurable. Tampoco estoy deprimido.
Simplemente, ha llegado mi momento de morir. Es el momento justo de morir. Ni
demasiado pronto. Ni demasiado tarde. Es el momento justo de quedar abrazado a
mi muerte libre, a esa muerte –como dice Nietzsche- que viene a mí porque yo
quiero.
He procurado a lo largo de mi vida que
coincidieran lo que pienso, lo que quiero, lo que hago y lo que debo. Por eso
he intentado también que mi vida haya sido digna, libre, valiosa y hermosa. Y
así he querido también mi último hálito de vida: digno, libre, hermoso y
valioso. Así he querido vivir y así he querido morir.
He querido vivir en plenitud cada uno de los momentos
de mi existir, he amado y sigo amando la vida con pasión y todas mis fuerzas.
He conversado amistosa y plácidamente con su posible acabamiento, sin prisa,
con mucha serenidad y reflexión. De hecho, la muerte no es sino el último
latido de la vida, y si la vida ha sido valiosa y buena ha de desembocar
igualmente en una muerte digna, apacible y buena.
Todo ser humano ha de vivir bien, dejar vivir, hacer
que los demás vivan del mejor modo posible. Solo cuando se acaban los caminos
desde los que se atisban horizontes, o cuando se otea un deterioro imparable o
cuando se decide libre y responsablemente, es posible plantearse con fiereza y
también con una sonrisa el propio acabamiento. Sí, el ser humano debe vivir
bien y por esa misma razón también morir bien.
Nada ni nadie puede forzar a enquistarnos en situaciones
penosas o indeseadas. Sin embargo, hay personas que intentan impedir que
nuestra vida sea una vida buena y una buena vida. Esas personas llevan siglos
no dejándonos vivir bien y morir bien.Algunos siguen hablando de dioses, de su laberíntica
voluntad, de una supuesta ley natural encorsetada y ajustada a los intereses y
delirios de quienes desde hace siglos y siglos quieren al ser humano tan
esclavo y reprimido como ellos mismos. Pero nadie está obligado a permanecer en
la vida. La vida consiste precisamente en decidir cada segundo, cada día, todos
los instantes, qué hago y qué dejo de
hacer. La libertad es ni más ni menos que el ejercicio de ese decidir
permanentemente. La vida es libertad. Por eso reivindico mi libertad de decidir también
cómo vivir y morir.
Existir debería ser siempre un acto
permanente de gozoso, consciente y libre zambullirse en la aventura del vivir.
Una botella o un lapicero son lo que son, están definitivamente terminados,
pero los seres humanos estamos siempre por hacer: cada instante vamos
escribiendo nuestra propia biografía, decidimos quiénes somos y no somos, qué
hacemos con nosotros mismos. Pues bien, desde esa libertad suprema te digo
ahora que por amor a la vida, podemos decidir también morir, y morir bien.
Tú
y yo y todas y todos respiramos, bebemos, amamos y nos sostenemos cada instante
en la voluntad de existir por amor a la vida. Quien ama incondicionalmente
vivir no teme morir. De ahí que sea radicalmente ajeno a la vida que la
obliguen a pervivir contra su voluntad. Soy libre, soy dueño de mis actos y
errores, de mis sueños y luchas, y por eso mismo decido si y cómo y hasta
cuándo existir. Estoy en mis manos y mi obligación fundamental es vivir bien y
contribuir a la que la vida sea buena entre los seres humanos que habitamos
este planeta, pues una ética responsable estriba en qué estoy haciendo de mi
vida, también qué hago por y con los demás.
Si acabo con mi vida, si acabo, solo es, pues, por
amor a la vida. Y si alguna vez hubiera
ayudado a alguien a morir bien, habría sido un inequívoco acto de amor, el
último acto de cariño y amor que puede darle. Te lo repito, se puede dejar
libre y responsablemente la vida sin tristeza, sin temor, solo con quietud y
por amor a la vida.
Necesito decirte una vez más que se mantiene incólume
y con la misma fuerza mi amor a la vida y mi apasionada amistad con su posible
acabamiento, ya hecho realidad, una vez que el sol ha descansado más allá de la
línea de mi horizonte y estás leyendo ahora mis últimas palabras, mi último
artículo.