Artículo a publicar el día 15 de enero, en El Periódico de Aragón
El mal llamado “bus ateo” (por la misma razón que un autobús no se convierte en “bus sanguinario” por anunciar el estreno de una película de guerra) pasea ya por Barcelona y Madrid (pronto, dicen, también por las calles de Zaragoza) su eslogan: «Probablemente, Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Con ello se reproduce la misma campaña promovida en los autobuses de Londres por el científico Richard Dawkins y la Asociación Británica Humanista. Aunque la recomendación “Deja de preocuparte y disfruta de la vida” es aceptable y beneficiosa para todos, el “bus ateo” ha hecho reaccionar de inmediato a algunas organizaciones religiosas, y ya circulan por algunas vías urbanas españolas autobuses con un eslogan que afirma taxativamente la existencia de dios. La polémica está servida.
Anteriormente, en plena Edad Media, Anselmo de Canterbury había ideado el “argumento ontológico” para probar la existencia de dios y Tomás de Aquino intentó lo mismo con sus famosas “cinco vías”, pero tuvieron escaso éxito: además de que el pueblo era por aquel entonces analfabeto, esas “pruebas” solo convencen al ya convencido. La existencia de un dios o de una pléyade de dioses es una cuestión que afecta a la creencia (te lo crees o no te lo crees) y a la emotividad (lo sientes o no lo sientes), pero no a las demostraciones racionales. De ahí que, si una persona neutral lee en la trasera de un autobús “Dios sí existe”, ese eslogan le resulta equivalente a, por ejemplo, el eslogan “El farfolillo cuida de ti. Sé agradecido” (“farfolillo” es una palabra inventada hace años por quien escribe este artículo).
En el “bus ateo” la negación de dios va precedida del matiz anglosajón “probablemente”. Sus promotores no pretenden con ello indicar la no existencia de dios, pues es imposible demostrar la inexistencia de algo. Si, por ejemplo, una persona está convencida de que el farfolillo vive en su interior, que es su guía y protector, y que no hay mayor prueba de ello que su íntima vivencia del farfolillo, es esa persona quien debe probar su existencia, pues no corresponde a quienes ponen en duda o niegan la existencia del farfolillo demostrar su no existencia (forma parte de las falacias lógicas clásicas pretender la prueba de una negación).
De todas formas, en el caso del ateísmo más bien se debería empezar, no por negar a un dios, sino por afirmar la existencia de todos los dioses. Desde los primeros tiempos de la humanidad, han estado pululando por bosques, cielos, mares y montañas una enorme multitud de dioses, a los que se ha supuesto dotados de enormes poderes, y moradores en parajes y dimensiones más allá de lo humano. Todos y cada uno de ellos fueron tenidos como los únicos dioses verdaderos por sus respectivos adoradores, y en su nombre se han librado casi todas las batallas y las guerras. Muchos de esos dioses decidieron tener un “pueblo elegido” (el de sus adeptos), revelaron libros sagrados, prescribieron leyes y prohibiciones y tuvieron templos magníficos construidos para su adoración.
La lista de dioses y de pueblos elegidos es gigantesca. Todos esos dioses tienen historia, han sido objeto de culto en un tiempo y un lugar concretos, han tenido un comienzo y un final. Marduk, Asur, Ra, Osiris, Tor, Tlaloc, Hunab Ku, Vishnu, Yahvé, Alá… Todos reflejan las necesidades que ha ido teniendo y sufriendo el ser humano en cada época histórica. De ahí que el ateo debería ser el primero en afirmar la existencia histórica de todos los dioses, pues con tal panorama y desde esa perspectiva, las divinidades aparecen palmariamente como una creación humana debida a miedos, necesidades, inseguridades o proyecciones: los dioses nacen, tienen su apogeo y desaparecen. El ateo deviene ateo cuando afirma la existencia histórica de todos los dioses (su negación es solo una consecuencia lógica posterior).
El “bus ateo” y el “bus religioso”, en el mejor de los casos, pueden servir quizá de revulsivo a alguna gente para plantear y replantear el asunto de la religión (de todos modos, evítese en lo posible sacar a colación el asunto religioso, pues pocos temas de conversación resultan más polémicos y venenosos, así como finalmente nada fructíferos, en una comida familiar o en una tertulia de amigos que la política y la religión).
No obstante, en una sociedad laica las cuestiones que atañen a la conciencia y las convicciones de la ciudadanía pertenecen al ámbito de lo privado, donde esa ciudadanía puede y debe dirimir sus coincidencias y diferencias. España necesita ante todo un Estado realmente aconfesional, cuyas instituciones locales, autonómicas y estatales sean independientes y autónomas de cualquier confesión religiosa. Por eso, de utilizar un bus y ponerle un mensaje, sería mucho mejor dejarse de existencias y no existencias, ir al grano, y poner, por ejemplo, “Seamos higiénicos. NO al Concordato” o este otro eslogan, ideado por mi amigo José Antonio: " Para pasar un buen rato, carpetazo al concordato".
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