Desde el uno de enero del año recién estrenado España ha asumido la presidencia de la Unión Europea. El presidente Rodríguez Zapatero ha declarado que entre sus objetivos fundamentales están la consolidación del estado del bienestar en Europa, la salida de la crisis, el crecimiento y el empleo, mientras el ministro de Exteriores Moratinos insiste sobre seguridad energética, cambio climático, modernización de la economía, política internacional común, igualdad de género, derechos sociales y seguridad interior en todo el territorio de la UE. Siendo optimistas, es de esperar que Rajoy y los suyos no lleven permanentemente puestas las gafas de verlo todo desde el caos y la ruina patria.
Sin embargo, más allá de las palabras, cuentan los hechos. A nuestro país le corresponde ahora presidir Europa y quizá la primera tarea debería ser plantearnos una vez más qué es eso de Europa. En la mitología griega Europa fue una princesa fenicia que enamoró de tal modo a Zeus mientras jugaba con algunas amigas en la playa que Zeus se transformó en un hermoso toro blanco y manso, a cuyo cuello colgó un ramo de flores y sobre el que cruzó el mar hasta la isla de Creta.
De esta forma tan bella y luminosa concebían los griegos a Europa. Los griegos, viajeros y comerciantes por todo el mundo entonces conocido, asumieron en su seno conceptos, culturas y visiones del mundo muy dispares y aunque acogieron positivamente (sin censuras, descalificaciones y condenas) un gran cúmulo de ideas y costumbres egipcias, lidias, semitas, babilonias, persas…, eso no les condujo a un caos impregnado de eclecticismo o a una pérdida de identidad. Todo lo contrario, los griegos clásicos consiguieron metabolizar todo ese complejo conglomerado de culturas, confiriéndole su propia impronta, que forma parte ya de lo que ahora denominamos cultura europea y occidental
Europa sobrepasa con mucho los límites del mercantilismo económico y financiero. Sin duda, desempeñan una función esencial en el engranaje global de la UE la unidad monetaria o sus estructuras institucionales (Consejos, Parlamento, Comisión, Tribunales, Agencias…) que posibilitan su funcionamiento e impulsan su desarrollo. Sin embargo, Europa es sobre todo la suma de las ideas y las sensibilidades que han cristalizado, por ejemplo, en el Humanismo, el Renacimiento, la Ilustración, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, y un largo etcétera más, con una vocación irrenunciable de universalidad, a fin de que todos esos valores se extiendan por el mundo en forma de estado de bienestar económico y social para todos y cada uno de los miembros de la humanidad. Algunos hacen derivar el nombre de Europa de las palabras griegas euros (ancho) y pes (visión), lo cual ya indica que Europa debería ser siempre ajena a cualquier perspectiva canija o miope. Una Europa circunscrita a las fronteras de su propio ombligo no es Europa. Una Europa que renuncie a la vitalidad de las ideas e ideales que han nutrido su historia es solo un enorme mercadillo de cachivaches bajo la égida de grandes mercaderes.
Europa no debería ser entendible sin los grandes principios de la democracia. En la puerta del templo de Apolo en Delfos estaba escrito “Conócete a ti mismo”, como una invitación permanente a explorar en la realidad interior que nos constituye como personas y ciudadanos. La democracia es la condensación de todas las libertades, pero la verdadera libertad brota ante todo de las convicciones y las decisiones de las personas y las colectividades que integran esa sociedad democrática.
La auténtica libertad empezó a germinar en Europa hace 2.600 años tras el surgimiento del pensar racional y los primeros intentos de liberación del mito. Un portentoso ejercicio de libertad se empezó a llevar a cabo por aquel entonces a través de esa libertad de pensar autónoma y realmente. Las primeras democracias quedaron fundamentadas no solo en la libertad de expresión y de asociación, sino sobre todo en la libertad de pensar por sí mismo, sin mitos y argumentos de autoridad, en la libertad de saber y en la libertad de aprender a saber. Solo quien ha pensado antes tiene realmente algo que decir, pues de lo contrario las palabras están huecas y vacías de contenido, ciegas.
El lugar por antonomasia para aprender y ejercitar ese pensar y esa libertad es la escuela. Europa seguirá avanzando por las sendas del progreso, la racionalidad, las libertades, los derechos humanos y el estado de bienestar para todos los seres humanos si una de sus piedras angulares es la escuela pública, laica y de calidad, donde cada uno puede avanzar en igualdad de condiciones y libertad plena por el camino de la excelencia como persona y como ciudadano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.