No es raro encontrar en el mundo de los medios de comunicación y de la publicidad anuncios donde se ofertan aparatos para detectar radares en la carretera y poder así evitar la multa, en el caso de estar infringiendo alguna norma de circulación. Queda así en evidencia que la motivación principal de muchos ciudadanos para hacer o dejar de hacer algo no es el cumplimiento del deber o la responsabilidad personal, sino la evitación de la sanción o el castigo. Respetaré, por ejemplo, las normas de tráfico si un radar o un agente de policía pueden estar vigilando el tráfico; de lo contrario, haré lo que me salga de las narices.
Escribe el pensador Emmanuel Kant que los principios éticos por los que alguien se comporta deberían ser autónomos (originados y basados en el propio sujeto), y no heterónomos (su origen y fundamento es exterior: autoridad religiosa, fuerzas del orden…). Una persona que intenta regir su conducta mediante convicciones y valores metabolizados desde su propia conciencia y bien sedimentados en su interior muestra su madurez como ser humano y como ciudadano. Si, en cambio, asienta su comportamiento sobre elementos externos (el qué dirán, los dictados de dirigentes o el talonario de multas de la policía) denota una personalidad infantil, lejana de la madurez y de una autonomía vital, ética y cívica.
Se suele pensar a menudo que un niño hace o deja de hacer algo solo si hay en perspectiva un premio o un castigo. De ser eso cierto, nuestra sociedad acabaría estando constituida por individuos necesitados siempre de premios (contantes y sonantes, por lo general) y castigos para moverse por la vida: Es decir, estaríamos formando una sociedad de individuos anquilosados en hábitos y motivaciones afincadas en su infancia. De hecho, cuando generalmente se quiere erradicar una conducta o una costumbre considerada poco deseable en la sociedad se suele acudir a su represión mediante la advertencia de su posible sanción. Sin embargo, raramente se apela a la autonomía ética y personal, especialmente porque pocas veces se ha hecho realmente en el seno familiar o en la escuela.
Últimamente, se habla bastante del Pacto por la Educación, propuesto por el Ministerio de Educación y sometido ya a intenso debate entre los diversos grupos políticos. Salen a relucir asignaturas, horarios, años de bachillerato, enseñanzas y currículos obligatorios, etc., pero ni siquiera se ha rozado la necesidad de que el objetivo esencial de la educación sea la formación cabal de todos y cada uno de los alumnos como personas, ciudadanos y futuros profesionales, así como tampoco que resultará baldía toda adquisición de conocimientos que no surja de la autonomía y de las convicciones personales de cada alumno. Recibe suspensos bastante más de la mitad del alumnado, repite curso un considerable porcentaje, abandona de hecho sus estudios un número alarmante de ellos y una buena parte muestra diariamente su apatía e indiferencia ante lo que supuestamente deben aprender. Pues bien, raramente se analiza verdaderamente estos hechos y mucho menos se intenta encontrar una solución que no sea aliviar el problema que ello acarrea a una determinada parte del profesorado. Se consulta a catedráticos esclerotizados que jamás han pisado un aula de Secundaria, hablan y vuelven a hablar los líderes políticos a fin de recoger votos y desgastar al adversario, pero nunca se mira a los ojos de un escolar difícil o abúlico, o simplemente a uno del montón (la mayoría), que se limita a abrir cada día lectivo su paraguas para salir lo más indemne posible del aguacero.
¿Para cuándo una educación que forme personas, ciudadanos y profesionales desde los adentros de cada alumno, desde su identidad y mismidad? En los años 20 se estableció la Ley Seca en los Estados Unidos, que prohibía el consumo, fabricación, elaboración, transporte, importación, exportación y venta de alcohol, pero los resultados fueron negativos: mercado y dinero negro, mafia y delincuencia. En la actualidad existe una lucha policial a escala mundial contra el tráfico y consumo de drogas y estupefacientes, pero lo cierto es que el tráfico de drogas, que mueve unos 300.000 millones de dólares al año, es el mayor negocio del mundo. Y frente a la toma de grandes medidas represivas, que cuestan una enorme cantidad de dinero, el consumo crece y las redes de traficantes continúan, pues no se sabe bien qué sillones ocupan sus verdaderos capos y desde qué intereses económicos y financieros se sostiene. ¿Por qué, por ejemplo, tantos horripilantes asesinatos y tanto caos social en las fronteras mexicanas con su poderoso vecino del norte, si sigue habiendo un enorme número de estadounidenses que regularmente consumen sustancias ilegales y que demandan la droga?
Aun desde supuestos y objetivos diferentes, en la ley española 39/2006 se define la autonomía personal:"Es la capacidad de controlar, afrontar y tomar, por propia iniciativa, decisiones personales acerca de cómo vivir de acuerdo con las normas y preferencias propias así como de desarrollar las actividades básicas de la vida diaria". Pues eso.
No nos dejan ser adultos.
ResponderEliminarEl estado represor y en un gobierno socialdemocrata se equipara al Padre pero un padre ausente,que permite que eduque sus hijos la TV,sus propias pulsiones,los funcionarios esclerotizados y corruptos...en el estado fascista y español NO seremos libres hasta que eliminemos al padre.