jueves, 19 de diciembre de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 148


Temperaturas más suaves, mucha humedad. Dentro de dos días, acontecerá el solsticio de invierno, una celebración enraizada en la historia misma de la humanidad. Desde hace decenas de miles de años, se celebra el momento del año en el que la posición del Sol alcanza su máxima declinación sur con respecto al ecuador celeste. Desde ese momento, los días cada vez son más largos, hay más luz y la vida parece rebrotar tras el letargo invernal.
Marisol estaba ya en el portal cuando ha llegado el perroflauta. Fernando, un ex alumno del perroflauta motorizado del IES Felix de Azara ha estado un rato con ellos charlando.

Después ha venido Marga y Jesús … y la lluvia. Buena parte de la mañana lloviendo. Total, no ha faltado de nada.


Retomando el tema, algunos creen que han inventado la Navidad, con sus luces, su portal y sus pastorcitos. Pero navidad viene de nativitas, que significa nacimiento: renace el sol cada 21 de diciembre, asciende por los cielos, repartiendo calor y vida. Todas las civilizaciones y culturas conocidas recogen esta festividad en el elenco de sus celebraciones. Más aún, muchas de ellas asocian el solsticio de invierno, el nacimiento del sol, con el propio nacimiento de sus dioses.
Hace más 3.000 años, se celebraba en Frigia el 25 de diciembre el nacimiento del dios Attis de una virgen llamada Nana y algunas tradiciones budistas relataban hace ya más de 2.500 años que Buda había nacido en esa misma fecha de otra virgen, Maya, tras haber sido anunciado por una estrella. Sin salir de Asia, hace 4500 años se creía que Krishna había nacido también de la virgen Devaki el 21 de diciembre. Curiosamente, su padre era un carpintero y a su nacimiento, señalado por una estrella en oriente, asistieron ángeles y pastores. En todos estos casos, el común denominador es que en el solsticio de invierno acontecía y se conmemoraba el nacimiento de un dios o un profeta de una madre virgen.
En la mitología griega clásica nos encontramos celebraciones y tradiciones muy parecidas. Dionisos nace el 21 de diciembre de una princesa virgen, y fue colocado en un establo o pesebre. Heracles o Hércules nace también en el solsticio invernal de otra virgen, Alcmena, cuyo marido se abstuvo de tener relaciones sexuales con ella hasta el nacimiento de su hijo.
También el dios Horus egipcio, según una tradición que se remonta a más de 6.000 años, nace el 25 de diciembre de la virgen Isis-Meri en una cueva con ganado. Su nacimiento fue anunciado por una estrella en el oriente y acudieron a su venida al mundo tres hombres sabios.  También Zoroastro o Zaratustra nace de una virgen y fue concebido “por un rayo de luz divina”. Y sin dejar Persia, otra tradición de hace más de 4.000 años relataba que Mitra nació de una virgen en el solsticio de invierno en una cueva y  a su nacimiento asistieron pastores que portaban presentes.

En resumidas cuentas, al solsticio de invierno está asociada la historia de la humanidad. La celebración solía comenzar el 21 y el 25 de diciembre alcanzaba su momento culminante. Hoy son otros dioses, otras tradiciones, otros relatos, otras costumbres, pero en el corazón del ser humano sigue aferrada la necesidad de continuar con sus mitos estacionales y cíclicos: en el solsticio de verano las hogueras en la noche cantan la plenitud del sol, de su luz y su calor; en el solsticio de invierno, irrumpe entre las tinieblas la esperanza de que el sol renace, lleno de promesas.
Ahora asoma el sol en el horizonte, cargado de buenos deseos y sobre todo de montañas de compras y regalos. Con el dinero que cada vez más escasea. El solsticio de invierno anuncia el agrandamiento paulatino de la luz y del calor, la preparación de la tierra para ofrecer en el futuro toda su exuberancia de frutos y de cosechas. El día irá venciendo a la noche, y los fieles adoradores del dios Consumo derramarán hasta la última gota de sus carteras para comprar, comer, beber, regalar y divertirse en el seno de sus diversos clanes.


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