domingo, 15 de marzo de 2009

Derecho a vivir y morir dignamente


Artículo a publicar el próximo miércoles en el Periódico de Aragón

Hace un año, quienes estamos a favor de la eutanasia y del derecho a morir dignamente podíamos alegrarnos al leer en el programa electoral del PSOE su voluntad de promover “la creación de una Comisión en el Congreso de los Diputados” en orden a hacer realidad “el derecho a la eutanasia y a una muerte digna”. Sin embargo, hace escasos días, el 11 de marzo pasado, hemos conocido que el Congreso de los Diputados ha rechazado con los votos del PSOE una propuesta de ley sobre la disponibilidad de la propia vida. Es decir, que tampoco tendremos en esta legislatura una ley de eutanasia.

Una vez más, han surtido efecto las presiones de la derechona ideológica sobre el Gobierno de todos los españoles. Curiosamente, esa derechona se opone a la eutanasia invocando la defensa de la vida (como si los demás estuviésemos a favor de la muerte) y la dignidad intrínseca de las personas (como si los demás quisiéramos su indignidad). Sin embargo, más allá de sus planteamientos capciosos, no solo no tiene reparos en considerar digno que Eluana Englaro debiera pasar en estado vegetativo sus últimos 17 años de vida, sino que sus propios padres asistieran día a día a semejante indignidad,

Esa derechona política, ideológica, moral y mediática (piénsese, por ejemplo, en esa mole ciclópea que constituye en Italia el entramado político de Berlusconi y Ratzinger) defiende que, aunque alguien exprese su voluntad firme y clara de morir, y rechace la prolongación de su vida en determinadas condiciones, el derecho sobre la vida no le pertenece a esa persona (implícitamente, se está diciendo que Dios es el único que tiene el derecho sobre la vida y la muerte de todos y de todas, aunque muchos de ellos no sean creyentes o practicantes de religión alguna).

Sin embargo, la dignidad de una persona existe solo si se reconoce y se ejerce, y son los otros quienes hacen digna o indigna a esa persona. La Organización de las Naciones Unidas reconoció en diciembre de 1948 que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros” (art. 1). Pero de nada sirve esta declaración si después se afirma desde determinados poderes que Eluana Englaro o Ramón Sampedro no pueden elegir vivir y morir con dignidad, o se guarda silencio ante una guerra preventiva que lleva a cientos de miles de inocentes a un vivir y un morir indignos.

La dignidad de una persona se ejerce desde la libertad, desde la razón y desde la conciencia, tal como declara la ONU, y nadie tiene derecho a usurpar a otro su libertad para vivir y morir como desee. Nadie tiene la potestad de privar del derecho a morir dignamente en nombre de una dignidad abstracta de una persona abstracta. Es hipócrita montar enormes campañas contra la eutanasia en nombre de la defensa de la vida y a la vez no mover ni el dedo meñique contra la carrera de armamentos, los arsenales nucleares, la contaminación planetaria o la muerte cada año de decenas de millones de seres humanos por hambre y por miseria. Pero la derechona es así: cuando le conviene, arma la mundial contra el derecho a morir dignamente, pero cuando le ha convenido otra cosa, ha justificado y perpetrado quemar en la hoguera, encarcelar, fusilar y torturar a seres humanos opuestos a sus dogmas ideológicos y a sus intereses de poder.

No existe una única moral, común a todos los seres humanos, que se deba imponer como universalmente obligatoria y directamente vinculada con la naturaleza humana. De ser así, todos tendríamos la misma moral, pero, por el contrario, podemos comprobar que muchas normas morales han ido variando según las épocas, los pueblos y las culturas.

Toda moral debe fundarse en la voluntad de coherencia con las normas éticas de cada persona y de cada grupo social. Precisamente en base a esta voluntad de coherencia, los países del mundo acordaron establecer un código ético básico y universal, condensado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Tal Declaración no tiene un origen o un fundamento divino y tampoco está subordinada a ningún otro código moral superior. Es más bien la realización concreta e histórica de una trascendental conquista de la humanidad: el acuerdo de los derechos fundamentales de todos los seres humanos, que las naciones del mundo firmantes se proponen reconocer e ir haciendo realidad

Hay seres humanos, probablemente muy amantes de la vida, que deciden morir, con plena conciencia, con suma libertad, también con una gran quietud de ánimo. Consideran que sus días deben acabar y desean un final tranquilo, digno, apacible. A esas personas que deciden libremente bien morir no les merece la pena mal vivir. Respetemos su derecho y su libertad. Ningún partido político, gobierno, grupo, asociación o confesión religiosa deben impedir ese derecho y esa libertad, en los que entra en juego nuestra propia humanidad.

2 comentarios:

  1. Sentar las bases de una ley que va a regir el destino de todos los que vivimos bajo su amparo en su ofensa o no a un dios es la verdadera indignidad.

    Igual que los cofrades sevillanos que van a llevar lazos en las procesiones para protestar por el aborto... Cómo les gusta mezclar religión con política... Pero, ¿te imaginas el escándalo si otros se manifestaran a las puertas de las catedrales y las iglesias con laciscos y globos para protestar por las declaraciones de Ratzinger sobre el condón?

    ResponderEliminar
  2. No saben lo que es el respeto a la libertad ni a la dignidad de quienes no comulgamos con sus creencias. ¡Y encima dicen amar a su prójimo como a ellos mismos! ¡Hipócritas!

    ResponderEliminar

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.