Faltaban varios días para entrar en el mes de diciembre y ya estaban montando el “belén” gigantesco de la plaza del Pilar. Pasé por allí ya anochecido, y los operarios y las máquinas aún trabajaban a todo tren bajo los focos, lo que me llevó a pensar en las prisas e intereses que mueven todo ese ajetreo. Alguna niña preguntaba por qué aquellas casas que estaban montando eran tan raras, mientras un grupo de pequeñines ensayaban detrás de la Seo una canción con dos profesoras, seguramente para algún concurso cercano de villancicos.
Al mismo tiempo, los escaparates de las tiendas habían sucumbido a la mutación que cada año sufren por estas fechas: envueltos en papel brillante, multicolor, cuajado de estrellitas o lunitas o angelitos o vete a saber qué, rematados por artísticos lazos que en cualquier otra época del año serían vistos como una verdadera horterada, cajas y paquetes de regalo vociferan al viandante que está llegando el tiempo de comprar, comer, beber, regalar y cantar villancicos, ir a cotillones y dejar temblando la cuenta corriente. En los supermercados ocurre tres cuartos de lo mismo, y hay que ir sorteando jamones, botellas de cava y sidra, turrones, cestas navideñas y carteles anunciadores de ofertas fabulosas.
Para los rezagados pronto se encenderán las luces de las calles y avenidas, y los megasuperalmacenes tradicionales desplegarán sus megacolas de pavo real con sus megafachadas iluminadas con motivos navideños. Y es que hay que morder un año más el anzuelo: hay que regalar a todo quisque, hay que organizar cenas y comidas extraordinarias para todo el clan, hay que mandar tarjetas de felicitación a amigos y enemigos, hay que comprar toda suerte de cosas útiles e inútiles para los mayores, así como el último suspiro en juguetes y juegos para la gente joven. El rey pronunciará un discurso que pocos ven y nadie escucha, los reyes magos pugnarán otra vez con Santa Klaus por la supremacía en los mitos hispanos. Los niños harán las delicias de sus abuelos cantando el villancico aprendido en el colegio, y los jóvenes disimularán su aburrimiento y las ganas de largarse con los amigos cuando estén en la megamesa de la megacena familiar.
Muchos mayores, medianos y pequeños seguirán sin ser informados de que estas fiestas provienen desde hace miles de años de la celebración del solsticio de invierno, el momento del año en el que la posición del Sol alcanza su máxima declinación sur con respecto al ecuador celeste, donde se celebra el nacimiento del nuevo sol, de los dioses de turno, también del enésimo dios, el judeocristiano. En los hogares y escuelas se ignora u oculta que a lo largo de la historia de la humanidad se ha ido relatando el nacimiento de una multitud de dioses de sendas doncellas vírgenes, pero que el cristianismo ha batido el récord guinness de fantasía, al dejar a la doncella durante y después del parto tan virgen como antes. En los hogares y escuelas se oculta o ignora que la leyenda de los pastores, la estrella, los reyes magos, el burro y el buey, tiene su origen en otras fábulas de hace unos miles de años antes de la leyenda cristiana. En otro orden de cosas, en ningún lado se señala que la verdadera felicidad no se consigue acumulando objetos y comprando cachivaches desaforadamente, sino sobre todo ajustando los deseos a lo necesario y sobrenadando en la amistad y el cariño.
Entre el guirlache, los frascos de colonia, las muñequitas lindas, los juegos para la play, el besugo, el cardo con almendras, el ternasco asado y el vestido nuevo para Nochevieja, resonará el Noche de paz, noche de amor, a la vez que se le llenará la boca de paz a la ministra Chacón cuando se dirija a unas tropas españolas que seguimos sin saber qué hacen en Afganistán, pues nos resulta indigerible eso de que están en misión de paz y labores humanitarias. Probablemente, saldrán a patrullar entre sones del Jingle bells y del Heilige Nacht en sus nuevos blindados RG-31, cruzando los dedos para no toparse en el camino con una mina colocada por el enemigo afgano.
Los parados, la familia de los parados, los hijos de los parados celebrarán esta desmesura de fiesta como puedan. Los indigentes quizá obtengan un dinero extra en las calles donde piden unos céntimos a quienes van y vienen a su lado y podrán elegir cartones de primera calidad entre los que dormir con tanta compra y tanto cartón dejado para reciclar. Las pateras continuarán navegando hacia el pan y la abundancia, haciendo de exóticos caganets en el belén mundial del desatino. A nuestro alrededor muchos se preguntarán si les ha subido mucho el nivel de azúcar, colesterol y triglicéridos. El uno de enero otros muchos decidirán dejar de fumar, aprender inglés o ponerse a régimen. Y así, un año más, se subirá como se pueda la cuesta de enero.
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