Nos desayunábamos el otro día con la noticia de
que el señor Joseph Ratzinger, jefe
supremo del catolicismo, desempolvaba viejos recuerdos sobre el purgatorio y
decía que no es un lugar del espacio, sino un fuego interior. Por mucho que leía una y otra vez la noticia,
no entendía nada: “lugar”, según el diccionario de la RAE, es “espacio ocupado o que puede ser ocupado por un cuerpo”, y el fuego
es
energía, y como masa y energía son equivalentes, el fuego es un elemento
material perteneciente necesariamente al espacio-tiempo del universo. O sea, que decir “un fuego que no es un lugar del espacio”, es simplemente nada, por muy poético y metafórico que se pueda
poner el señor Ratzinger; es como decir “no soy el tío de mi sobrino”: carece
de sentido y es un buen ejemplo de pseudolenguaje para la razón.
Por otro lado, un
fuego “interior o interno”, ¿respecto a qué es interior? ¿Quién
lo contiene? ¿Quién se quema? Ratzinger, ni corto ni perezoso, responde: ese
fuego purifica al alma de las escorias del pecado. Con lo que hace su aparición
en escena una entidad denominada “alma”, inmaterial, inmortal, imperecedera,
incorruptible, viviendo tan ricamente sin el cuerpo y que representa la propia
y verdadera identidad de cada uno. Si contamos desde los inicios del Homo
Sapiens (¿o los Neandertales tenían también alma inmortal?) son varias decenas
de miles de millones de almas –fantasmas- las que vuelan, flotan, navegan desde
que se pudrieron sus correspondientes receptáculos materiales, los cuerpos.
El filósofo británico Gilbert Ryle (1900-1976) acuñó la expresión “espectro en la cárcel
o en la máquina” para describir la idea tradicional de un alma encerrada en un
recinto material del que tiene que liberarse. El cuerpo es entonces una cárcel,
un obstáculo, una degradación que no permite a ese espectro acceder a las
realidades auténticas, hermosas y verdaderas: las inmateriales. Sobre todo
desde entramados religiosos se esforzaron por hallar una “realidad interior” en
los humanos (el espectro, el fantasma), metida en un recinto material del que
se debe librar cuanto antes: el cuerpo. De
hecho, ya en el orfismo se creía que la misión del ser humano es liberar su alma
por medio de la purificación, que conduce finalmente a la contemplación de las
realidades divinas.
Quizá todo se haya debido a alguna extraña
resistencia a ver en el espejo de la realidad solo lo que hay, pero el hecho es
que los humanos han querido ser diferentes del resto de la naturaleza: no solo
más evolucionados y con más recursos y capacidades, sino diferentes de raíz. Se
han proclamado reyes del mundo (también “reyes de la creación”, quizá para
colar de paso en el inconsciente que es voluntad de sus dioses) y han creído a
pies juntillas los mitos y las leyendas que algunos han ido inventando.
Ryle pone un poco de cordura en ese principio de
alucinación. El espectro ("espíritu" o "alma") no es otra
cosa que las actividades psíquicas mismas. Hablamos de "espíritu" o "alma" como
resultado de disociar estas actividades de la persona que las realiza. Por eso
carece de sentido el dualismo espíritu-materia, alma-cuerpo, interior-exterior.
No hay ya espectros ni máquinas ni cárceles, sino unos seres que nacen, crecen,
se desarrollan y mueren durante un instante luminoso en el devenir del
universo, sujetos a la inexorable ley de la entropía, polvo de estrellas,
buscando un lugar al sol y al abrigo de las intemperies que pudieren evitarse.
Eso no es degradar al ser humano, sino devolverle su identidad y su verdadera
dignidad.
Dejemos que quien
así lo desee siga con sus lucubraciones onanistas. Ratzinger dice dónde está el
purgatorio y un cura capuchino polaco, para no ser menos, escribe un best seller titulado El kamasutra católico (si quieren
informarse realmente sobre el tema, lean el libro Eunucos por el reino de los cielos de la teóloga alemana Uta Ranke-Heinemann), donde, entre
otras cosas, afirma que dios está en el orgasmo. Y si, tal como decía el
Catecismo, dios está en todas partes, dios está, por tanto, también en el
orgasmo, en Haití, en la eyaculación precoz, en las purgaciones, en el
purgatorio, en el cuarto de una niña tailandesa que recibe a decenas de hombres
que pagan en dólares por un orgasmo veloz, y en todas partes, por supuesto.
Les costó caro lo del
purgatorio y las indulgencias en el siglo XVI con Lutero y el protestantismo, pero se trata de un enorme negocio
(conozco a unas cuantas personas que invierten mucho dinero en remitir penas
del purgatorio mediante el previo pago de misas por los difuntos de sus
familias). En 2005 el Vaticano abolió el limbo de un plumazo. La semana pasada,
metió al purgatorio en el jardín de la sinrazón. Con su pan se lo coman.
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