Publicado hoy en ATTAC España
Me quedé perplejo ya la primera vez que
lo vi. El PSOE proclamaba el eslogan para el relevo de capitán del buque y
otorgaba un “sí” esplendoroso al nuevo: Alfredo Pérez Rubalcaba. Personalmente,
no daba crédito, pues la socialdemocracia hispana volvía a incurrir en el mismo
error de otras veces: por muy experto que sea el capitán, el pasaje y la
tripulación han de conocer ante todo el barco al que subir, el rumbo y el
destino del viaje y la carga que se encierra en sus bodegas. No voy a meterme
ahora en si Rubalcaba, sí o Rubalcaba, no, pues lo que realmente le interesa a
la ciudadanía es qué quieren hacer o deshacer el socialismo español y su
capitán actual. Los programas electorales suelen estar llenos de retórica y de
cantos de sirena, pero en nuestro país cada vez hay más gatos escaldados que
quieren dejarse ya de buenas razones y
fiarse solo de las obras, que son los reales amores.
Entre los temores que causa la
inmigración en un sector de la población y la zozobra de la crisis económica la
ciudadanía es escora cada vez más hacia posiciones conservadoras (virgencita,
que me quede como estoy…), teniendo en cuenta además que escasea la oferta de
cambios netos y nítidos en la forma de vivir y de convivir.
En nuestra mente se va configurando una
serie de axiomas que aceptamos como intocables y cuasi sagrados. Así como no
parece existir más que el sistema métrico o de numeración decimal y
consideraríamos una hecatombe otro distinto para el mundo (olvidando de paso
que se trata de una convención, práctica y hoy bastante universal, pero
convencional al fin y al cabo), de igual modo asumimos como axiomas que
cualquier revisión o transformación de
la sociedad o del mundo conduciría a alguna suerte de Armagedón planetario o al
fin de la civilización occidental (considerada como la única y verdadera
civilización).
El sistema que perpetúa en la pobreza a
dos tercios de la población mundial parece mostrarse como intocable y ningún
(repito: ningún) partido político lo pone en cuestión. Solo en el primer
semestre de este año hay, según el Banco Mundial, 47 millones más de pobres en
el mundo debido al “encarecimiento de los alimentos”, pero el sistema no se
pone en cuestión. Llevamos varios años oyendo hablar de crisis y posible
recesión económica, estamos en manos del dictamen diario de unas agencias de
calificación de riesgos que deberían estar con la boca bastante cerrada dados
los éxitos predictivos en el pasado, las empresas financieras y multinacionales
aumentan sus beneficios año tras año en un mundo donde el desempleado del mundo
desarrollado puede comer lo que otros miles de millones de seres humanos ni
sueñan tener. Pero ningún (repito: ningún) grupo político llama a la lucha
activa y pasiva para cambiar la situación.
Toda la izquierda occidental procede de
historias revolucionarias y del enfrentamiento directo con el sistema, por lo
que debería saber que desde posiciones conservadoras solo se cede algo si se
les arrebata por las buenas o por las malas. Una reforma agraria del y para el pueblo
no será jamás producto de la iniciativa de la derecha terrateniente e
improductiva. ¿Tanto cuesta revindicar real y verdaderamente una banca pública,
un sistema impositivo y fiscal donde los que más tienen paguen lo que deben,
una inspección fiscal que convierta en flagrante delito con penas graves de
cárcel el fraude fiscal?
No debe haber red de enseñanza privada
concertada mientras no estén completamente cubiertas las necesidades de la
pública. No debe haber sanidad privada mientras no quede garantizada un sistema
sanitario de calidad y global para toda la población. No debe haber un solo
piso vacío mientras haya una sola persona sin vivienda.
Difícilmente se sostiene la legitimidad
de un gobierno o de un sistema político europeo o mundial si no se regula
exhaustivamente los flujos y transacciones financieras a través de los mercados
de capitales, si no desaparecen los paraísos fiscales, si no se pone fin a la
locura de la descomunal compraventa de armamento, si no se condona la deuda
externa de los países del Tercer Mundo.
Si en los programas electorales no hay
nada de eso, si además resultan poco creíbles dichos programas, la ciudadanía
susceptible a mensajes de cambio, transformación o revolución se va a pensar
acudir a las urnas. Así, mientras la derecha no tiene el menor empacho en
coaligarse para obtener y consolidarse en el poder (la fidelidad de su
electorado es parecido a la de los pertenecientes a una religión), la
izquierda, quizá presa del virus electoralista, vacila en su mensaje y en su
actuación.
Rubalcaba, ¿qué? Todos y cada uno de los
grupos políticos de izquierda, ¿qué? ¿Prudentes y cautelosos para preservar al
menos el estado del bienestar? ¿Acaso vacilará la derecha en reducirlo a su
mínima expresión si cuenta, de hecho, con las manos libres para hacerlo?
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