domingo, 30 de septiembre de 2012

Lidia, te quiero



Hoy he dado un lardo paseo por el magnífico Parque “J. A. Labordeta” de Zaragoza. He subido a lo que popularmente se conoce como “El Cabezo”, donde desde unos miradores puede contemplarse buenas vistas panorámicas de la ciudad, a la vez que respirar aire limpio.
En el lateral de uno de esos miradores alguien pintó en grandes caracteres negros “LIDIA. TE QUIERO”. Las letras están ya algo desdibujadas, por lo que deduzco que la declaración amorosa tiene algunos meses, si no años. Desde el primer momento me puse a pensar en esa Lidia que no conozco, de la que no tengo dato alguno ni sé qué habrá sido de ella. Fueron desfilando tranquilamente mil preguntas acerca de la edad, la profesión, la nacionalidad, la biografía de cada uno de ellos… Desconozco si quien (él o ella) pintó ese mensaje sigue enamorado/a de Lidia, cuánto sufrieron, si el amor fue finalmente correspondido o ahora duerme en el baúl de las historias marchitas.
Quiero, necesito, regalar a Lidia y a mi desconocido escritor del mensaje de amor que todo ha sido y sigue siendo hermoso. Aunque jamás se enteren una y otro del regalo. Aunque, de hecho, todo haya sido un simple “preterible”, solo existe en el limbo de las posibilidades pasadas y nunca hechas realidad.
El amor suele ser misterioso, nunca termina de desvelar su identidad o descubrir por completo su rostro. Muchos lo desean, algunos parecen adivinar sus destellos rojizos en la línea del horizonte, recién amanecido en su corazón. Sin embargo, al amor le gusta mucho ser esquivo, hurtarse a las miradas demasiado directas. Desde ese misterio, quizá él-ella decidió escribir LIDIA, TE QUIERO.
Él-ella lo escribió esperando que su deseo se hiciese realidad: que Lidia lo amase al día siguiente del todo y volaran juntos y libres, se quisieran con locura
El escritor del mensaje no pretendía poseer a Lidia, sino sólo quererla como es, respetar sus pasos, impulsarla hacia su propio destino. Otros amores fagocitan el alma del otro, enajenan su autonomía, intentan enquistarse en el núcleo de su libertad como parásitos. Pero su amor, en cambio, renunciaba gustosamente a la posesión, se alegraba de que Lidia fuese lo que era realmente, sólo lo que era y nada más que lo que era
Al amor de aquella persona escritora de LIDIA, TE QUIERO no le preocupaba el futuro, pues gustaba de descansar plácidamente en cada instante, libar el néctar de cada caricia de su amada, el aroma de cada palabra, el sabor de cada paso compartido, la acogedora humedad de cada entrega. Y es que el amor de aquel escritor, posiblemente nocturno, enamorado de Lidia tiene alma de niño y le gusta jugar a quererse. Sin reglas, sin medida, sin vallas, sin previsiones.
Sabía que su amor languidecería con el primer asomo de monotonía, que le sería  imposible hacerlo sobrevivir si no escuchaba segundo a segundo el latido alegre del corazón. Lejos de sentirse mediocre o tibio, se sentía lleno de amor hasta los topes, pues de lo contrario su vida quedaría colapsada de inmediato, sin aire y sin agua.
Cantaba y cantaba. Canta y canta y sigue cantando.
LIDIA, TE QUIERO.
LIDIA, TE QUIERO.
LIDIA, TE QUIERO.
LIDIA, TE QUIERO.
LIDIA, TE QUIERO.
LIDIA, TE QUIERO.
LIDIA, TE QUIERO.
LIDIA, TE QUIERO.


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