martes, 4 de septiembre de 2012

Una buena dieta para vivir más


Publicado en El Periódico de Aragón


Según unos estudios recientes sobre la conducta alimentaría de macacos rhesus publicados en la revista Nature, comer menos no les alarga la vida, si bien el reportaje afirma igualmente que los seres humanos que hacen una dieta adecuada en calidad y cantidad suelen vivir más.
Tras leer el reportaje, quedó mi mente fijada en el significado concreto de “vivir más”, que en principio tiene dos posibles sentidos básicos: vivir más cantidad de tiempo o vivir con más intensidad, placer o equilibrio personal y social (en el fondo, vivir mejor). Parece una cuestión baladí, pero no lo es en absoluto.
Vivimos en una sociedad donde envejecer parece una desgracia y morir, la maldición decisiva, por lo que no es raro ver a mucha gente empeñada en evitar que la realidad se muestre como aparece ante el espejo y ante los ojos de los demás, poniéndose encima toda suerte de artilugios, dietas y potingues para mantener la ficción de que el tiempo transcurre sine die concediendo plazos y prórrogas.
Sin embargo, es un error suponer que la vida discurre como si tuviésemos el zurrón repleto de meses y de años, porque así lo dicen las estadísticas nacionales de esperanza de vida. Es una pena andar por la vida medio echándola a perder, lamentándonos, tras terminar la jornada, de que no acaba de gustarnos un pelo. Ciertamente, no podemos modificar ni una micra de lo ya pasado ni vaticinar qué va a suceder y cómo nos va a ir dentro de media hora. Las necrológicas de cada día o los informes de ingreso de los centros hospitalarios podrían contar numerosas historias de personas que minutos antes estaban nerviosas perdidas por llegar tarde a una cita o porque no les cerraran la tienda donde querían comprar un pantalón que estaba rebajado. Entretanto, van esfumándose los minutos, los días, las semanas y los meses como abalorios que no merecen nuestra atención.
Creemos que el sentido final lo dan las metas, más o menos lejanas, y que no nos queda otro remedio que sacrificar lo inmediato en aras de las mismas. Buenas son las metas, buenos son los proyectos, con tal de que no sirvan de coartada para echar a perder lo que realmente somos y tenemos: el tiempo presente en cada instante, donde nos brindan su compañía un buen libro, una música agradable, un beso cálido, una sonrisa amable, una conversación sincera o una decisión responsable.
Tendemos a buscar miles de excusas, a echar la culpa a los demás, pero lo cierto es que, para bien o para mal, estamos en nuestras propias manos y nada ni nadie puede eximirnos de la obligación de decidir qué hacer con nuestra vida. Cada día, cada instante es como la pantalla vacía de un ordenador donde vamos escribiendo nuestra propia biografía, incluso nuestros propios cuentos de ficción. Somos los autores de nosotros mismos y de nada sirve mandar a hacer gárgaras a nuestra libertad, porque finalmente se nos volverá contra nosotros mismos, pues optar por huir, dormitar o simplemente no hacer nada es otra forma de decidir.
Vivir el instante nos permite vivir desde la cercanía, sin hacer planes a largo plazo, sin inquietarnos por el mañana, mucho menos por el pasado mañana, nos permite conjugar la vida en presente indicativo de la vida misma. Todo cobra en el instante su propia densidad, su propia valía. Nos pasamos la vida deseando lo que no tenemos y luchando por conseguirlo. De ahí que a menudo corremos el riesgo de convertirla en una carrera de competición, en la que quedamos sin resuello.
En cada momento es posible descansar en la realidad más valiosa: los otros son el mayor de los tesoros. Conocemos a mucha gente, nos encontramos diariamente con un montón de personas, pero no es una cuestión de cantidad, sino de limpieza de mirada, pues de nada sirve estar en una reunión, en un bar, en la calle, entre el gentío o tener la agenda llena de nombres y contactos, si no nos detenemos a mirar realmente a esas personas, también si no las miramos desde dentro de nosotros mismos, si no las invitamos a tomar algo en nuestro patio interior.
Tener un ordenador de última generación o montañas de folios en blanco no equivale a escribir un libro, pues para ello se necesita previamente ideas que comunicar, sentimientos que transmitir y, sobre todo, personas dispuestas a recibirlos. Siendo lamentablemente cierto que pretenden esquilmarnos el estado de bienestar,  no hemos de olvidar que el bienestar ha de manar principalmente de dentro, de la propia mirada y del propio corazón, también de la mirada y del corazón de los otros.
Cuando el sol apenas asome ya en el horizonte de nuestra vida, nos daremos cuenta definitivamente de que lo más valioso reside en cuánto hemos querido y cuánto nos han querido.
 




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