Publicado en El País, 5.12.2012
Vengan leyes. Estatuto de Centros, LODE, LOE, 
LOGSE, LOCE, LOMCE… Dice un axioma militar que órdenes y contraórdenes 
sobre un mismo escenario producen siempre el caos. El desorden. Después 
de décadas de enseñanza religiosa en mano de docentes de catolicismo 
seleccionados por los obispos, pero contratados y pagados religiosamente
 (nunca mejor dicho) por el Estado, nadie duda del derrumbe de la 
cultura cristiana. Incluso lo afirma la Conferencia Episcopal, que acaba de hablar de “emergencia educativa”. La jerarquía piensa incluso que España “necesita ser misionada”. A ese precipicio les ha llevado su “escuela cristiana”.
Es lógico que los obispos clamen al cielo por 
esta situación y presionen al Gobierno de Rajoy —uno de los suyos— hasta
 el colmo de sus deseos. La perplejidad es mala consejera. El 
analfabetismo religioso de los jóvenes no se despacha volviendo a un 
modelo tan estrepitosamente fracasado. Si hacemos caso al mismísimo 
Benedicto XVI, la antaño Reserva espiritual de Occidente, gobernada 
moralmente por la Iglesia católica (el sucio contubernio 
nacionalcatólico, de 1936 a 1975), es hoy una viña devastada por los 
jabalíes del laicismo y el ateísmo. ¿Cómo ha sido posible, si esta 
confesión está siendo tratada con mimo y privilegios, incluso por 
Gobiernos que se han dicho laicos y de izquierda? Es misterio que 
debería hacerse estudiar el episcopado.
Además, están las maneras. Reforzar el monopolio
 que han tenido sobre la moral y la ética de millones de estudiantes 
deja en muy mal lugar principios de los que los políticos gustan de 
presumir. También sufre la verdad. Los obispos se comportan como esas 
fortalezas sitiadas que tienen el enemigo fuera pero también intramuros.
 Aquí se ha oído de todo, en la prensa católica y fuera. Nada ha sobrado
 para convencer al Ejecutivo de que no había más remedio que atender las
 pretensiones de las sotanas. Que si el PP asumía los principios 
socialistas (incluso aquella tontería que hizo escuela: “Más gimnasia y 
menos religión”); que si Zapatero convirtió “en héroes a los alumnos que
 querían clase de religión”, que si la crisis se ha podrido por falta de
 formación católica...
También han clamado que España es un país de 
pandereta por no cumplir un concordato internacional de alto rango, 
pensando en los acuerdos firmados por España y el Vaticano tras la 
muerte del dictador Franco. Estaría bien que se cumpliesen de verdad, 
sobre todo el Acuerdo Económico, en el que la Santa Sede se comprometía a
 autofinanciarse.
España un Estado laico, qué sarcasmo. Aquí se 
confunden actividades y fines religiosos y estatales. Se incumple el 
principio de neutralidad: el Jefe del Estado nombra al arzobispo 
castrense con rango de General de División. Se pisotea el principio de 
igualdad tributaria: los católicos dedican el 0,7% de su IRPF a 
financiar a su religión sin pagar ni un euro más que el resto de los 
contribuyentes. Se ignora el principio de laicidad: el Estado paga para 
que los obispos evangelicen a los niños en las escuelas, nombrando o 
echando a sus docentes profesores sin control. La Iglesia romana manda y
 el Estado paga, haciéndose cargo, incluso, de indemnizaciones 
millonarias porque hay prelados que despiden a sus docentes de 
catolicismo por casarse con divorciados o, sencillamente, por irse de 
copas con los amigos.
Todo es anacronismo. La educación en una fe 
religiosa (catequesis, en griego) debería pertenecer a otro lugar y a 
otros protagonistas: templos, sinagogas, mezquitas, etcétera. En cambio,
 los obispos exigen —y el Gobierno cede— que sus clases tengan carácter 
académico y sean evaluables, con una asignatura alternativa a la misma 
hora, a ser posible la matemática, no sea que a los chicos les espante 
más la oferta episcopal. Es como si, porque unos van al fútbol, el resto
 del alumnado tuviera que jugar al rugby.

 
 
Lo comparto. Genial exposición.
ResponderEliminarUna pequeña pincelada del anacronismo clerical: El sábado 15 fui testigo de como se expulsaba del templo basílica del Pilar a un grupo de tres chicos (posiblemente estudiantes Ingleses), su actitud era completamente respetuosa y según les comunicó un guarda jurado en perfecto inglés, debían abandonar el recinto ya que su vestimenta no se ajustaba a las normas que exige la Iglesia Católica, (simplemente iban vestidos de forma moderna). Los chicos estupefactos abandonaron el templo sin conocer un patrimonio de toda la sociedad y seguramente el motivo principal de parada en su visita a la Ciudad.Cómo es posible que los clérigos del Pilar tengan potestad para decidir que personas pueden visitar el templo?
ResponderEliminarImagino la idea que se llevaron de esta ciudad, de esta España.