lunes, 16 de diciembre de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 145


Permíteme que, para empezar, escuchemos Syrinx, de Claude Debussy, interpretado por Emmanuel Pahud; un delicioso solo para flauta de pocos minutos de duración,  que narra el mito de una náyade de nombre Syrinx, a la que le gustaba correr y cazar con un arco de cuerno por los bosques. El dios Pan la encontró un día cuando bajaba del monte Liceo, se enamoró de ella y empezó a perseguirla hasta que la ninfa se lanzó al río. Allí, acorralada, pidió ayuda a sus hermanas las ninfas, quienes, conmovidas, la convirtieron en un cañaveral. Cuando Pan llegó, sólo pudo abrazar las cañas mecidas por el viento, y el rumor que producían le agradó tanto que decidió construir un nuevo instrumento musical con ellas. Así nació el syrinx, la “siringa” (en español), conjunto de varias flautas unidas, y la flauta misma. Estoy seguro de que percibirás la suave melodía surgida del corazón mismo de Syrinx, convertida en flauta, entre el viento tranquilo y las plácidas aguas del río.


Hoy comienza el octavo mes en el portal de la Consejera de Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón.
7 meses ya en el portal. 140 días. 280 horas. Con calor asfixiante y frío congelador. Con mucha gente, con poca gente o solo. Contento o menos contento. Con salud buena y con salud renqueante.
El perroflauta motorizado vuelve a casa siempre en su silla de ruedas. Unos 3 kilómetros, aproximadamente, desde la calle Alfonso hasta el final del Paseo Cuéllar. Solo contando este trayecto diario, el perroflauta motorizado lleva en estos siete meses 420 kilómetros recorridos de regreso a casa. Y los que le quedan…
Para variar, hoy -1º y niebla. De vuelta, a las 13 horas, 0º en la Plaza de España. Niebla espesa y muy baja. Niebla que conocen bien los zaragozanos y zaragozanas. Recuerdo que, viendo El abanico de Lady Windermere, de Oscar Wilde, en el Teatro Principal de Zaragoza (aquella noche una de las artistas era Silvia, una ex alumna, hoy periodista), se me quedó grabada la frase de uno de los personajes:  Londres es todo niebla y gente circunspecta. No sé si es la niebla la que produce la gente circunspecta o si es la gente circunspecta la que produce la niebla” (en algunas traducciones he leído “triste”, en lugar de “circunspecta”). ¿Qué efectos produce la niebla zaragozana en los zaragozanos y la zaragozanas? ¿Qué niebla producen los zaragozanos y zaragozanas? Marisol no ha podido acercarse por tener que cumplir obligaciones perentorias. La soledad ha abierto un boquete más grande en la calle Alfonso por donde el tiempo apenas si puede abrirse paso y caminar lentamente, muy lentamente.
Han saludado algunas personas. Otras han expresado su acuerdo y asentimiento. Alguna le ha llamado al perroflauta motorizado “el más grande”, una señora le ha expresado “su penica por verle allí sentadico en la sillica” y Pepín Banzo se ha acercado un rato para estar con él. Ha prometido volver con Juaco, cantar juntos y armar allí un buen espectáculo. ¡Será estupendo!


Como sé que os ha gustado el solo para flauta de Debussy del principio, os dejo ahora su delicioso Clair de Lune, en una puesta en escena cromática maravillosa
Antes de terminar, no me resisto a dejar aquí la carta que remití el domingo pasado a mi buen amigo Félix Población, escritor, poeta, periodista y director de Diario del Aire sobre mi impresión de la Fiesta de la tarde anterior. No está de más recordar que “expresión” dice relación al exterior; “impresión”, en cambio, al interior.

Querido Félix:
Me dices en un email que estás esperando, “para compartir esa emoción y publicarla”, un vídeo o algo de la Fiesta celebrada el viernes, 13 de diciembre, por la lucha y la sanción impuesta a Marisol y a mí por no abandonar el portal de la Consejera aragonesa de Educación, donde el próximo lunes iniciamos el octavo mes. “No me dejes sin tu impresión”, escribes. Y cuando ayer publiqué una breve crónica y varias fotografías sobre el evento en el Diario de un perroflauta motorizado, fui consciente de que quedaba sin expresarse parte de esa impresión. “Es inefable”, te respondí, “la merman las palabras”. Es verdad, pero también el cansancio me arrastró a no contarte nada más, sobre todo alguna cosilla que recorrió mi interior. 
 Recuerdo que un día escribiste que escuchabas la Sexta Sinfonía con lágrimas en los ojos mientras te dirigías a Heiligenstadt, cerca de Viena (de hecho, hoy es solo un municipio vienés), donde Beethoven dejó escrito una carta, su “testamento de Heiligenstadt”,  dirigida a sus dos hermanos el 6 de octubre de 1802. En ella Beethoven volcó su enorme desazón y depresión por su creciente sordera y clamó por que todo pasara y volviera al sitio de antes para poder seguir realizando todo lo que percibía que llevaba dentro. Como sabes, ese “testamento”, metido entre sus papeles privados, no se conoció hasta después de su muerte.
Beethoven se confiesa contrariado por la distancia existente entre la imagen social que tenía de hombre malhumorado, testarudo y misántropo, y su sentimiento de bondad (“temperamento ardiente y vivo”) y su voluntad de realizar acciones generosas. Achaca todo a que la enfermedad le lleva a aislarse, vivir en soledad, “al borde de la desesperación”, atormentado por la dolencia del órgano sensorial que más necesita para su dedicación artística. Pero también afirma, como compensación, que “solo el arte me sostuvo, ah, parecía imposible dejar el mundo hasta haber producido todo lo que yo sentía que estaba llamado a producir”.
¿Por qué Heiligenstadt ahora y aquí? Porque de algún modo define algunas de mis pautas y mis emociones. Vivo al día en su sentido más concreto y directo: recuerdo otros tiempos en que planificaba como lo más natural del mundo el próximo veraneo o un viaje a dos años vista. Vivo al día, al minuto, al instante. Es lo que me da fuerza suficiente, pues sé que mis energías huyen si pienso al medio o largo plazo, me siento entonces aplanado, agotado. Es ese carpe diem, ese vivir cada mañana y cada tarde y cada noche por sí mismas lo que me posibilita continuar adelante. Mi estancia cada mañana en el portal de la Consejera la imagino como una caja en cuyo interior hay cuatro quesitos (cada quesito/treinta minutos). Me aferro con uñas y dientes a estar allí quesito a quesito. Eso me da vigor. Eso hace posible continuar. Eso me hace diferente de la mayoría de quienes me rodean, pues parecen vivir, por un lado, como si en su bolsillo tuvieran cordilleras y cordilleras de días y meses y años a su disposición, y por otro, como si hubiese tiempo de sobra para que la cosas se fuesen arreglando por sí solas, como si existiese algún taumaturgo que las arreglase, pues en el fondo, lo admitan o no lo admitan, lo que acontece, especialmente a los más desfavorecidos, les concierne personalmente poco o bien poco.
El viernes por la tarde me lo pasé muy bien. Mis sentimientos eran básicamente de agradecimiento y de cariño. Allí había gente a la que quiero entrañablemente. Pero al mismo tiempo mi ánimo descansaba lejos, a la luz de un viejo candelabro, sentado en un polvoriento sillón, en Heiligensatadt, diciéndome que no soy “admirable, ni un “referente” ni otras muchas cosas que me habían estado diciendo aquella tarde con su mejor buena voluntad muchos amigos y amigas. Algun@s tienen la suerte de trabajar, otr@s están jubilad@s, otr@s sobreviven como pueden. Allí, sentado en mi sillón de Heiligenstadt, me preguntaba: ¿por qué no en el portal de la Consejera, o en cualquier otro portal, institución u organismo de la Administración?
Suelo decir que la casa no necesita reformas, sino que se está quemando en un voraz incendio: pensiones, sanidad, becas, tasas, ratios, dependencia, aborto, represión policial…. Es difícil darse cuenta de ello si cada vez tu nariz se topa con el confortable árbol de una casa con luz, calefacción y electrodomésticos que parecen eximir de ver el bosque. Pero la casa se quema, está en pleno incendio.
Beethoven escribió en plena pesadumbre su testamento de Heiligenstadt, pero supo sobreponerse a las dificultades. Desde 1802, fecha en que escribió el Testamento, hasta su muerte en 1827, nos fue regalando gran parte de su grandiosa obra; entre otras, seis sinfonías (las n.º 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9), los últimos tres conciertos para piano, el Triple concierto y el Concierto para violín, cinco cuartetos de cuerda (n.º 7 al 11), varias sonatas para piano (incluyendo las sonatas Claro de luna, Waldstein y Appassionata), la Sonata Kreutzer para violín, su única ópera, Fidelio, la Missa Solemnis, los cinco últimos cuartetos de cuerda (incluyendo la Grosse fugue) y las cinco últimas sonatas para piano…
Hago lo que debo, esa es mi fuerza. Para recuperarla, he de entrar en mi interior, templar bien las cuerdas de lo que puedo y lo que quiero, equilibrar mi espíritu, tonificar mi identidad. Después, los otros y sus entornos se abren ante mis ojos y quedo esperanzado de que cada jornada se vayan sumando más y más personas a la lucha por su propia dignidad y su propia libertad, que nunca será completa mientras haya una persona a su alrededor sin dignidad, sin trabajo, sin recursos suficientes para vivir, sin libertad, sin una escuela pública, laica y de calidad.
Nada temo porque nada puedo perder. Esa es la gran arma que aún tenemos la ciudadanía: no tener miedo alguno de los que pretenden atemorizarnos. Decir alto y claro por qué y para qué vivimos cada día de cada año. Ni más ni menos esas fueron las impresiones básicas de ese viernes, 13 de diciembre de 2013.
Un fuerte abrazo

Vale, de acuerdo, te dejo más música por si te apetece escucharla: Chica Boo de Lloyd Glenn




Hasta mañana

2 comentarios:

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.