miércoles, 23 de enero de 2008

Por qué Kant escribió cosas tan sesudas


Emmanuel Kant era un hombre extremadamente metódico. Todo lo hacía cada día a la hora exacta en que estaba programado: levantarse y acostarse, comer y pasear (con las mismas idas y vueltas de cada día por el mismo camino), conversar con sus amigos, enseñar en la universidad, escribir y leer... Sus obras, de gran densidad y sutileza, han tenido una enorme repercusión en todo el mundo, especialmente occidental, por lo que no resulta descabellado afirmar que Kant forma parte del grupo de pensadores más relevantes e influyentes de la historia.

Que se sepa, Kant fue también un soltero impenitente, del que no se conocen aventuras, devaneos o relaciones amorosas. Sólo un criado cuidaba de su casa y sus enseres, por lo que él empleaba todo el tiempo en sus estudios e investigaciones. Cabe la pregunta de si su existencia célibe fue libremente elegida como forma más adecuada para ser y hacer lo que él deseaba o, por el contrario, no tuvo otro remedio que apechugar con ella por no tener, de hecho, otra opción alternativa.

Aunque a algunos pueda parecerles irreverente la anécdota, hace años hubo un alumno de último curso de bachillerato, bien entrado ya en la veintena (estudiaba, después de trabajar, en el turno de nocturno de un Instituto), que osó afirmar públicamente el siguiente postulado: "Kant escribió tanto y fue un pensador tan eximio porque no estuvo casado ni tuvo con quien follar". El profesor reconvino sus palabras y sus formas entre el jolgorio general, mas se quedó bastante pensativo durante días.

El meollo de la cuestión reside en la conjunción causal "porque" de aquella frase. En efecto, "Kant escribió tanto y fue un pensador tan eximio porque no estuvo casado ni tuvo con quien follar" es susceptible, al menos, de una doble interpretación:

a) Como Emmanuel Kant ni tuvo mujer ni compañera de cama, dispuso de tiempo de sobra para sus asuntos, sin sufrir las interferencias habituales por parte de quienes comparten la vida y el hogar, por lo que pudo dedicarse incondicionadamente a cosas maravillosas como la ciencia y la sabiduría. En este caso, "mujer" y "follar" tienen el significado de obstáculo o de rémora, por lo que las cosas del espíritu aparecen entonces como un remedio a tales males y un alivio final ante esas amenazas.

b) Puede ser, sin embargo, que como Emmanuel Kant no tuvo efectivamente mujer o compañera de cama, no le cupo otro remedio que dedicarse a la filosofía. En este segundo caso, con un poco de buena voluntad, incluso es posible admitir que su filosofía pudiera ser producto a la par de la sublimación y la represión de su libido, mas implícitamente se reconoce al mismo tiempo que, de haberlas tenido, probablemente otro gallo le hubiera cantado al pensador de Königsberg.

Inclinarse por una u otra interpretación depende principalmente del color del cristal con que cada uno acostumbra a mirar la vida, y al número y tipo de fantasmas que habitan en su interior o que esté dispuesto a proyectar ahora sobre su respuesta concreta.

Imagínese el lector a Gertraud, una hipotética esposa de Emmanuel Kant, en la cocina, limpiando entre canturreos el cardo que va a poner de cena esa noche. Su marido está donde siempre, escribiendo y escribiendo. Gertraud, en ese momento, le dice: "Emmanuel, querido, ¿crees que tendremos suficiente con kilo y medio de carne picada para el sábado, cuando venga tu cuñada, con los niños, a pasar el fin de semana?".

Kant sale del cumulonimbo donde flotaba, se frota los ojos y responde: "¿Qué has dicho?". Gertraud llega hasta la mesa de su esposo y repite la pregunta. Kant, todo ya aclarado, comunica su opinión: "No sé". Gertraud, a renglón seguido, rompe a llorar, reprocha a su marido que ya no la quiere como antes, que trabaja como una bruta de sol a sol, mientras él se dedica a sus clases y sus cosas, que al final no sirven para nada, pues lleva años queriendo cambiar las cortinas o darse una vuelta por Leipzig para visitar a su tía abuela, cuya salud cada vez está más delicada, pero él no se entera, cada día parece más bobo.

Kant intenta rebatir -en verdad, sin mucha convicción- su perorata, más Gertraud replica de inmediato que está muy harta y no aguanta más. Kant, mientras, sigue cavilando sobre cómo obtener una deducción transcendental de las categorías a priori del entendimiento, pues no acaba de ver cómo estructurarlas según las clases de juicios aristotélicos. Gertraud le recuerda simultáneamente que los pretendientes más guapos y ricos de medio Königsberg le habían echado los tejos cuando era moza. Kant se empieza a preocupar por que no le dará tiempo de acabar el capítulo según el horario previsto por él aquella misma mañana. Gertraud se le acerca melosa: "Cariño, me tienes abandonada, con lo que yo te quiero, ¿no te gustaría otro hijo?, vayamos a por el quinto...".

Por el contrario, imagínese ahora el lector a Kant medio deprimido porque las mujeres le hacen caso a todos sus amigos y conocidos, pero a él ni lo miran. Se acerca al espejo de su cuarto, se contempla de cuerpo entero, no se gusta mucho, mas piensa que tampoco hay para tanto. El mes pasado se compró una casaca nueva, fue a la reunión de amigos como todos los sábados, pero nadie pareció percatarse de su imagen renovada y mejorada. Gertraud, tampoco. Gertraud, esa mujerota ya entrada en la treintena, pero de tan buen ver, la mujer que desde que Kant tenía quince años le robaba el sueño por las noches y el aire en cuanto la veía o pasaba por su lado.

Kant siente un hormigueo tórrido por dentro cuando piensa en Gertraud. Se siente desdichado, solo. Muy solo. Daría lo que Gertraud le pidiera con tal de vivir a su lado, de contar con su amor. Pero ella apenas sabe su nombre o le dedica una sonrisa. Emmanuel Kant se echa por la cabeza el agua helada (es pleno febrero) de la palangana, se sienta en la vieja silla de trabajo, abre una especie de legajo polvoriento, suspira y se dice para sus adentros: "No le des más vueltas, Emmanuel. Resígnate, no tienes nada que hacer. Jamás te comerás una rosca. Anda, sigue con la maldita deducción transcendental de las categorías". Kant oye el zumbido de una mosca que revolotea entre los papeles. La aplasta con otro legajo. Tosiendo por el polvo, masculla Kant: "Porca miseria...". Y añade, después, con aire circunspecto: "Scheisse!".

Hay quien dice que se vive como se piensa. Otros, en cambio, se inclinan más bien por que se piensa como se vive. Seguramente, ambas partes tienen algo de razón. De lo que no cabe duda es de que se vive como se puede.

1 comentario:

  1. Parecer ser más que Kant optó por la vida célibe en aras de sus investigaciones y jornadas enteras dedicadas a la razón, a la profunda lectura y a la investigación filosófica. Prefiero pensar que Kant no era un desdichado con las mujeres sino alguien que lo decidió así: estar solo y punto. Al fin de cuentas, escuché por ahí una anécdota que decía:

    Un discípulo le preguntó a Kant:

    - Maestro que es mejor, casarse o no casarse?, a lo que Kant le respondió:

    - Casarse es bueno, no casarse mejor.

    Saludos.

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