jueves, 24 de enero de 2008

Fotografía invernal


Anteayer me sentí súbitamente sorprendido: un paisaje familiar había cambiado y silbaba melodías distintas en mis oídos. Aquella calle que bordea el Canal Imperial de Aragón se había mostrado meses antes ubérrima de árboles cargados de hojas de un verde intenso. Al cabo del tiempo, declinando ya el otoño, no se podía circular bien de tantas hojas, secas, marrones, caídas en el suelo. Anteayer no había hojas, no había nada: los árboles estaban en los huesos, hechos puro tronco, sus brazos alzados al cielo espeso, cargado hasta los topes de niebla.

Sentí la tentación de caer en el tópico de interpretar el paisaje invernal con la muerte o la decadencia, cuando en realidad es un paisaje cargado de promesas, de esperanza: para la renovación de la vida hay que tener la valentía de despojarse de cuanto no sea necesario precisamente para esa vida. Incluso lo mirado como muerto sirve de abono para la vida que ya aletea, oculta en el helado viento de aquella carretera.

Y, entonces, saqué una foto con la cámara de mi móvil.

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