martes, 9 de junio de 2009

Europa, Europa

Artículo a publicar en el Periódico de Aragón, el miércoles, 10 de junio

Dejo a los analistas políticos y a los politólogos de pro el examen minucioso y sesudo de los resultados de las recientes Elecciones Europeas. Sentado el domingo en una butaca al azar de la platea televisiva, radiofónica y escrita, pude constatar desde el primero momento que todos los grupos políticos declaraban lo mismo tras conocerse el resultado de las urnas: todos habían ganado (más o menos), ninguno había perdido (sin paliativos ni componendas). O sea, lo de siempre. Hay dos cíclopes políticos en España (PP Y PSOE), que se reparten el botín de cada elección, y unas enjutas minorías. Hoy el PP salta de alegría por haber conseguido dos escaños más que el PSOE. Mañana, quizá, viceversa. Es decir, lo de siempre.

Además de sus vítores y celebraciones, podrían haber lamentado el estercolero donde fue transcurriendo cada día la campaña electoral, pero desde el inicio se declararon inocentes de cualquier desmesura o exabrupto, que en cualquier caso eran atribuidos a los grupos contrincantes. Podrían haberse cuestionado al menos unos segundos por qué más de la mitad de la población se quedó en casa sin votar. Que Europa sea cada vez más una entidad lejana y ajena a los ojos de la ciudadanía no es producto del azar ni mera consecuencia de la crisis económica, sino el resultado del goteo diario de las acciones y omisiones que la clase política va realizando ante la mirada de la ciudadanía.

Pocos pondrán en duda que Europa es importante a la hora de afrontar y resolver los graves problemas económicos, culturales y laborales existentes en el mundo. Precisamente por ello, asombra que los grandes partidos políticos (y los pequeños) apenas hayan mencionado a Europa durante la campaña electoral. Ha habido trajes, aviones, improperios, insultos y descalificaciones mutuas, que han ido engullendo y devorando el cometido real de las Elecciones Europeas: Europa, el Parlamento europeo, la política ecológica, y de energías limpias y renovables, los derechos y las libertades de la ciudadanía, la política exterior, la cultura y la educación comunes, el laicismo… Si todos estos temas desaparecen del discurso (y, sobre todo, de las mentes y los intereses) de la clase política, se corre el riesgo de que quienes se borren de Europa (o, al menos, de la elección de sus representantes en las instituciones europeas) sean una buena parte de los ciudadanos. Sin embargo, asombrosamente, el análisis de la abstención por parte de los propios dirigentes políticos ha estado permanentemente a caballo entre la penuria mental y el cinismo político (=España está por encima de la media de participación en las elecciones europeas).

Nunca he dejado de votar. Jamás he tenido tan escasos motivos para hacerlo como el domingo pasado. Pero la idea de Europa, la apuesta por una comunidad europea supranacional que incluya todo el universo de sus ideales, luchas y logros durante siglos, a pesar de todas sus turbulencias, está muy por encima de nuestros políticos. He votado pensando en los humanistas, los ilustrados y los liberales, en los filósofos y los músicos, en los artistas y los científicos que han ido jalonando la historia europea. He votado en homenaje a tantos emprendedores y trabajadores que han posibilitado con su trabajo y su sacrificio el bienestar europeo actual. He votado por tantos amigos, camaradas y compañeros que sacrificaron su vida y su libertad por unas libertades y unos horizontes que ahora unos cuantos irresponsables están dejando en el basurero público.

He votado, ya ve usted, acompañado especialmente por esos abogados de Atocha asesinados por el fascismo reaccionario en 1977, algunos amigos míos, dedicados mañana, tarde y noche a asesorar y defender incondicionalmente a la clase trabajadora. Entre todos ellos, he sentido la compañía especial de Dolores, destrozada durante muchas noches en un hospital tras aquella matanza, sin poder saber aún que Francisco Javier ya había muerto, sin poder hacer nada por salvar al bebé de ambos que débilmente aún latía en su vientre. He votado con todos ellos y por todos ellos por Europa, a pesar de que pesen tanto todos los pesares.

La zaragozana calle Maestro Estremiana se transformó el domingo en la madrileña plaza de Antón Martín, donde me senté a la vera de “El abrazo”, un monumento que recuerda a esas nueve personas que trabajaban en el segundo piso del número 55 de la calle de Atocha. Leí de nuevo una placa situada en el monumento: “Si el eco de su voz se debilita, pereceremos”.

No, no vamos a perecer. La voz de tantos suena dentro de nosotros y no vamos a permitir que se debilite, mucho menos que se extinga. Demasiadas cárceles, hogueras, exilios, matanzas, condenas, despotismos, fusilamientos, destierros y silencios ha habido ya en la historia de Europa, pero no han logrado hacer sucumbir la libertad, la igualdad y la fraternidad. Por eso he votado, aunque jamás haya tenido tan escasos motivos como el domingo pasado.

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