martes, 13 de enero de 2015

Diario de un perroflauta motorizado, 421

 Hoy la mañana ha batido récords de frío. La sensación térmica no engaña. No obstante, ha habido buen ambiente y buen humor entre tod@s l@s que allí estábamos.




Algo rayano en lo mágico tiene últimamente el desayuno.  El otro día fue Nietzsche y hoy ha sido Jean Ziegler, ni más ni menos que vicepresidente del Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, el que se ha metido  en mi cocina, acompañado de su mujer, Wédad, egipcia. Sin embargo, han sido tan discretamente amables que he podido acabar de ingerir sin problemas las galletas, la leche y las tropecientas pastillas que debo tomar en el desayuno.
Recuerdo la suerte que tuve de tropezar un día, gracias a Toni, con los planteamientos y propuestas de Ziegler. Esta mañana me ha ido repitiendo sus ideas y mi corazón ha batido como el primer día mismo que las conocí. 
Vivimos en un orden mundial criminal y caníbal, donde las pequeñas oligarquías del capital financiero deciden de forma legal quién va a morir de hambre y quién no. Por tanto, estos especuladores financieros deben ser juzgados y condenados, reeditando una especie de Tribunal de Núremberg”, comenzó diciendo Jean Ziegler. “No es tan fácil, Jean, no es tan fácil”, medió su mujer Wédad, pero Ziegler continuó hablando, con sus ojos fijos en los míos: “Hay que multiplicar rápidamente las fisuras en el mundo capitalista para derrumbarlo y crear un nuevo orden mundial más justo”.

Les invité a café, aceptaron. “Me llegaron tan adentro tus palabras, Jean, que al poco tiempo unos cuantos compañeros y compañeras, especialmente Marisol y yo, comenzamos a ocupar masivamente Bancos, Cajas y Delegaciones de Hacienda, para denunciar aquella estafa mundial. Incluso reivindicamos la nacionalización de la banca y la auditoría de la deuda”, dije. Ziegler asentía con su cabeza, como si él mismo hubiese estado allí con nosotros, en aquellas primeras refriegas que tanto nos emocionaban.
Una de las cosas que más te calaron fue la necesidad de combatir la violencia estructural del sistema que monopoliza los beneficios y privatiza los recursos y servicios con una contraviolencia basada en la resistencia pacífica”, prosiguió diciendo Jean Ziegler. “Hay que combatir siempre, Antonio, hay que luchar, pues todo ser humano que se precie de serlo no puede mantener el sufrimiento de forma permanente. Y tampoco te olvides de aquellos meses en que, siguiendo igualmente mis recomendaciones, te empeñaste en la tarea de buscar asesoramiento para una posible objeción en la declaración de la renta al porcentaje del gasto dedicado a la deuda pública”.
Las palabras de Ziegler me transportaron a otros tiempos, ya tan lejanos, aún tan cercanos. Rememoré en unos segundos cómo la evolución interior causada en mí por aquellas ideas de Ziegler desembocó finalmente un tres de junio de 2013 en el portal de la vivienda de la Consejera de Educación del Gobierno de Aragón. Nunca había hecho algo parecido en solitario y estaba lleno de incertidumbre.
He dedicado gran parte de mi vida a la educación mediante la enseñanza de Filosofía y de Ética en diversos Institutos de Secundaria de Madrid y Zaragoza, y me he considerado siempre un perpetuo aspirante a filósofo (es decir, a intentar constantemente aproximaciones al mundo y a la vida con otra mirada), por lo que he procurado siempre enseñar apasionadamente filosofía y ética (pienso que cualquier otra forma de enseñarlas sería un acto mecánico y baldío). Con gran indignación y pesadumbre iba viendo la demolición sistemática de la escuela pública y del derecho universal a la educación gratuita y de calidad en mi país y en el mundo entero. Cada mañana, al levantarme, sentía verdadero malestar, casi dolor, ante este panorama. De ahí mi resolución final: un lunes, tres de junio de 2013, estaba plantado, solo, en el lado izquierdo del portal de la Consejera de Educación, sin plantearme hasta cuándo iba a permanecer allí, pero con mucha claridad sobre el porqué y el para qué de esa acción.
A los pocos días fueron uniéndose otras personas en el portal, y desde entonces raro es el día que allí no hay un puñado de ciudadanas y ciudadanos reivindicando la escuela pública, laica y de calidad.

Jean Ziegler y su mujer Wédad se despidieron en la parada del autobús que me lleva cada mañana hasta las cercanías del portal de la Consejera aragonesa de Educación. Aún noto en mi pecho la honda sensación que me produjo su abrazo.


Hasta mañana








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