viernes, 30 de mayo de 2008

TÓCALA OTRA VEZ; ADRIANO


Allí estaba Adriano, tocando torpemente su acordeón, sentado en las escaleras de una iglesia de barrio profundo. Su rostro cetrino, oscuro por el aire de la ciudad y el polvo del último rincón donde había pasado la noche, colgaba de una cabeza cubierta de un cabello ensortijado, sucio. Adriano tocaba y tocaba, mirando de reojo unos cuantos céntimos de la desvencijada caja de cartón que yacía a su vera. Sus dedos iban desgranando mecánicamente las melodías más manidas del cancionero folclórico español. Lo vi, me detuve a su lado y me quedé mirándolo con ademán –espero- agradable y amistoso. De inmediato, dejó de tocar y me dio su mano, franca y grande (quizá también algo mugrienta…).

Toca la canción que más te guste, Adriano, esa canción que te brota directamente del corazón, esa canción llena de todos tus recuerdos más gratos. Adriano no se hizo de rogar: me explicó después que se titulaba algo así como “Barca sobre las aguas”, y era propia de la región rumana de Valaquia donde había nacido, de la ciudad de Calarasi. Allí estaban sus hijos, sus amigos. La nostalgia y la amargura le salían a borbotones al hablar. Su horizonte había quedado borrado por la niebla y no le quedaba otra senda que la que trazaban sus pasos erráticos.

A la vez, el cierzo que sopla en la ciudad fue silbando que Berlusconi estaba declarando delincuente a Adriano por no tener papeles, que Sarkozy y Zapatero están acordando una propuesta común sobre el control estricto de las fronteras y la "selección" de los inmigrantes. Le metí en el bolsillo de su camisa dinero suficiente para que comiera ese día caliente y bebiera a discreción. Adriano volvió a darme su mano, franca y grande (quizá también algo mugrienta…). Y allí quedó, con su vida a oscuras, abrazado a su acordeón. Tócala otra vez, Adriano. Tócala otra vez…

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