martes, 5 de mayo de 2009

Máscaras y mascarillas

Artículo a publicar el miércoles. día 6, en El Periódico de Aragón

No hay forma de abrir un periódico o ver un telediario sin que haga inmediatamente su aparición el virus H1N1: ha perpetrado la intolerable osadía de entrar sin llamar en las casas del mundo rico y desarrollado. La Organización Mundial de la Salud (OMS) va convocando reuniones de urgencia para elevar los niveles que desembocan en la pandemia y los Gobiernos del mundo desarrollado intentan tranquilizar a la población, pertrechada de máscarillas paseadas por calles y plazas, con los millones de antivirales que ya tienen en depósito.

Sorprende, sin embargo, lo poco que se ha reunido hasta ahora la OMS por las pandemias ya existentes en el tercer mundo y por la sangría de muertes y enfermedades que originan sin que los países ricos y sus medios de comunicación se crean especialmente concernidos. Muere un bebé (eso sí, mexicano de visita en el país, ¡que conste!) en un hospital de Houston por la gripe porcina y se arma la marimorena en todo el mundo, pero mueren cada día decenas de miles de bebés y de niños en el tercer mundo por disentería, falta de vacunas y medicinas básicas o malnutrición y solo les mandamos unos cuantos euros por navidad.

El hecho es que tras la muerte de ese bebé en Texas, la directora de la Organización Mundial de la salud, Margaret Chan, afirmaba que “toda la humanidad está en peligro” y pedía a la industria farmacológica un esfuerzo especial para aumentar su capacidad de producción de antivirales. Es decir, lo que hace cada día del año en relación, por ejemplo, con la malaria, el dengue, o la tuberculosis en el tercer mundo. Advierte también la OMS de que hará falta medio año para conseguir una vacuna eficaz contra el H1N1; es decir, una nimiedad, comparada con toda una vida y toda una muerte de millones de seres humanos del cuarto mundo por carecer hasta de las vacunas más elementales.

Francia y otros países de la UE recomiendan cerrar el tránsito aéreo a México para evitar contagios, pues sobre todo su juventud acostumbra a visitar el país por viajes de estudios, de novios o de recreo. De igual forma, el mundo rico impide también a las personas pobres del tercer mundo que viajen a sus costas en pateras o dentro de maleteros de coches o en los sitios más inverosímiles de un camión. Eso es mucho más que una posible pandemia por el virus H1N1, pero la OMS no manda en los países ricos, por lo que solo les recomienda caritativas donaciones del dinero que lleven suelto en sus bolsillos.

La OMS incluso ha elevado el nivel de alerta al comprobar que en Norteamérica y la Unión Europa se han producido ya contagios indirectos del virus (es decir, entre personas que no han estado en México y aledaños). El Centro Europeo de Control de Enfermedades declaraba recientemente que no descarta posibles fallecimientos en Europa debidos a la gripe porcina, mientras muchos de sus países miembros analizan concienzudamente en secciones especiales de sus hospitales si algunos casos pueden deberse o no al contagio del H1N1. Para nuestra tranquilidad, vemos en nuestros televisores a jóvenes de rostro saludable y sonrisa resplandeciente, tratados, estudiados y cuidados con esmero en un impecable cuarto hospitalario, mientras una voz en off asegura que el contagiado evoluciona favorablemente y que ese virus es perfectamente tratable con los actuales medios, si se detecta a tiempo (y si no se le ocurre mutar, toquemos madera).

No se trata de despreciar los riesgos y las dimensiones que puede llegar a alcanzar la gripe porcina, pero sí llama la atención la desmesura con que es percibido y afrontado un problema sanitario, según afecte o no al plácido bienestar del mundo rico.

El panorama sería bien distinto, incluso dantesco, si el virus se propagase hacia el sur. De hecho, existen casos sospechosos y más que sospechosos, por ejemplo, en Costa Rica, Colombia, Corea del Sur, Perú, China, Ecuador y Brasil, por lo que allí sí se podría hablar de una verdadera pandemia en la zona. Basta comparar los casos reconocidos de fallecimiento por virus porcina en México y en el mundo desarrollado, y relacionarlos con la existencia o inexistencia de medios y recursos sanitarios suficientes. El problema se agravaría aún más si los contagios llegasen al continente africano. Son incalculables los daños que produciría la gripe porcina en el cuarto mundo; por ejemplo, en países como Mozambique, Haití, Zambia o Etiopía. De propagarse en esas zonas el virus H1N1, quedaría instaurada la enésima vía de padecer y morir para decenas de millones que allí padecen y mueren sin que ninguno de ellos asome la nariz por la ventana de nuestros televisores.

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