Hay cosas que no encajan en esto de la crisis económica, y no somos pocos los que seguimos sin entender por qué, por ejemplo, cuando el Gobierno concedió avales a los bancos por más de 100.000 millones de euros declaró que ese dinero “no era para la banca, sino para los 45 millones de españoles”: muchos no han visto aún más que desempleo, EREs, precariedad y zozobra, mientras que las entidades financieras y las grandes empresas siguen cerrando los años con sustanciosos beneficios.
Los verdaderos causantes de este desaguisado mundial surgieron del fondo de la ciénaga cuando la mayoría ni siquiera conocíamos su existencia: salvajes negocios inmobiliarios, créditos inmobiliarios de pacotilla (suprime) y fondos de inversión sin fondo, donde bancos, aseguradoras, grandes fortunas, tiburones y carroñeros acumularon colosales capitales y controlaban la economía mundial. Todo ello, claro está, bajo el sagrado palio de los inmarcesibles principios neoliberales: desregularás los mercados, privatizarás todo lo público que pueda resultar rentable, liberalizarás los mercados internacionales, recortarás los gastos en educación y sanidad, bajarás los salarios, deslocalizarás empresas e irás siempre en pos de la mano barata, honrarás al dios mercado…
Cuando asomó la amenaza de insolvencia, cuando percibieron el hedor en ese inmenso negocio que hasta entonces les había parecido una sumisa gallina de los huevos de oro, unos y otros compran y venden desaforadamente parte de sus activos dudosos, haciendo circular el pufo mundial hasta los últimos rincones de mercadeo, para contaminar finalmente a todo el planeta. La enfermedad de las subprime norteamericanas y derivados acabó siendo así una pandemia a nivel mundial. El mundo financiero se había dejado seducir por la ganga de poder obtener importantes ganancias sin ningún riesgo aparente. Sin embargo, llegaron las pérdidas (solo las correspondientes a los créditos inmobiliarios estadounidenses superaban el billón de euros), la quiebra y los apuros de unas cuantas firmas financieras de primera fila (Merril Lynch, Lehman Brothers, Citigroup, Bear Sterns…), mientras otras empresas se encargaban simultáneamente de succionarles hasta su última gota de sangre en su propio beneficio (ya se sabe, el mercado…).
Los Gobiernos del mundo rico, cómo no, acuden a salvar a los bancos (¿quién vigila al vigilante? ¿al legislador? ¿al gobernante? Los gobiernos del mundo rico están al servicio de los señores del mundo rico), y en pocos meses inyectan en el mundo financiero más de 2,3 billones de euros. Con una suma cincuenta veces menor, según Naciones Unidas, ningún ser humano carecería de agua potable, alimentos, asistencia sanitaria y educación básica. Sin embargo, ni gobernantes ni financieros ni especuladores sintieron la menor vergüenza por este timo del tocomocho universal. Desde entonces, cada vez es mayor la diferencia entre ricos y pobres en el mundo.
Como con esa crisis subieron los precios de los alimentos, según la FAO, en 2008 se disparó el número de personas que sufren hambre crónica (de 840 a 963 millones), pero a los habitantes del mundo desarrollado se nos bombardea casi exclusivamente con consumir mucho y así “activar la economía”. Los 76.000 millones de euros previstos por los países ricos o el 0,7% del PIB de cada país como ayuda al desarrollo del Tercer Mundo quedan en el baúl de los recuerdos (claro, la crisis…). Nos culpabilizan si no reciclamos papel, envases o vidrio, pero son incapaces de tomar una sola medida eficaz y realista cuando las emisiones de gases de efecto invernadero son diez veces más elevadas en el mundo desarrollado. Meten en nuestra conciencia cívica que hay que ahorrar agua, pero silencian el número de sus piscinas privadas o que los treinta países más ricos consumen un 40% del agua dulce del planeta o que casi mil millones de personas siguen sin disponer de agua potable o que la mitad de la humanidad consume agua de mala calidad, lo que conlleva la muerte de 30.000 personas al día por beber agua contaminada.
La crisis ofrece en nuestro país espectáculos bastante obscenos al contemplar el vodevil donde unos gritan que la crisis es culpa de la incompetencia del Gobierno socialista y otros se desgañitan diciendo que se debe a la falta de voluntad de colaboración del Partido Popular. En realidad, los verdaderos culpables son los especuladores del mundo, vestidos siempre de etiqueta, con el ademán de no haber roto nunca un plato, pero que han llevado a la ruina a la humanidad, mientras son cada vez más ricos e influyentes en sus paraísos fiscales y sus nimbos financieros. Imponen su pensamiento único neoliberal para no dejar pensar a nadie más. Dicen poseer en exclusiva la llave del progreso, pero sus dictados condenan al hambre y la miseria a dos tercios de la humanidad Las 225 fortunas más grandes del mundo equivalen al ingreso anual de 2.500 millones de seres humanos (el 47% de la población mundial). ¿Esto solo lo arreglamos entre todos? Los ciudadanos del mundo debemos exigir que esto, de arreglarse, tiene que ser para todos. Y todos significa todos.
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