Conocimos la semana pasada el informe PISA correspondiente a 2009 que,
cada tres años, evalúa el nivel de la enseñanza secundaria en 65 países. Como
viene siendo habitual, algunos países asiáticos y Finlandia alcanzan niveles
muy altos en los tres registros analizados (comprensión lectora, competencia
matemática y competencia científica), mientras España sigue sin alcanzar la
media de los países desarrollados, lo que algunos achacan a que el 36% del
alumnado español de quince años que realizó las pruebas eran repetidores (en
Finlandia, por ejemplo, solo el 5% de repetidores), lo cual, lejos de ser una
excusa explicativa, es un motivo añadido de preocupación: ¿qué sistema
educativo tenemos para que el 36% del alumnado no haya promocionado curso y a
la vez, al curso siguiente, sea considerado un lastre y una rémora?
Seguramente, la deficiente comprensión lectora
de un alumno medio de quince años se debe pura y simplemente a que, salvo
excepciones que confirman la regla, no lee ni le gusta leer, por lo que la cuestión
real estriba quizá en conocer por qué esa cierta alergia a la lectura y si no
se le ha ido creando un cierto reflejo condicionado aversivo hacia el libro en
general a través de las lecturas obligatorias que han debido realizar desde
hace años. El Poema del Mío Cid, Cervantes
o Pereda no son la base para crear
niños lectores, sino la culminación final de todo un aprendizaje lector.
Produce, sin embargo, estupefacción que en no pocos casos se les inocule
básicamente desde los cinco a los dieciséis años la preocupación de que lo
importante es distinguir la oración principal de la subordinada, identificar el
monema, el lexema, el morfema, el sintagma nominal y el preposicional o
aprender las peculiaridades estilísticas
y las obras principales de una ristra de escritores universales.
En resumidas cuentas, leer,
escribir y hablar bien (¿acaso no es eso la lengua?) se escinden, salvo las
mismas excepciones que confirman la regla, en un divorcio de difícil arreglo:
por un lado, la vida real y cotidiana de unos adolescentes y, por otro, el
mundo académico que deben afrontar curso tras curso con el objetivo fundamental
de aprobar lo que le echen. ¿Es que leen más sus padres o sus abuelos? ¿Cuánto
se lee en la sociedad española? Y cuando se lee, ¿qué tipo de lectura? ¿No se
quiere empezar la casa por el tejado con el alumnado de Lengua y Literatura
Española?
Cuando faltaba algún profesor y
debía ir a algún aula por estar de
guardia para hacerme cargo de aquella clase, procuraba que esos alumnos
aprovecharan el tiempo adelantando tareas y deberes, y a la vez solía pedir a alguno de ellos su libro de
Ciencias Naturales porque, en cualquier nivel, me parecía que tocaba temas
fascinantes. Algunos chavales me miraban incrédulos, pues no les podía caber en
la cabeza que me gustasen esas cosas. El hecho es que a menudo me quedaba
pensativo, rumiando su actitud refractaria hacia el descubrimiento del mundo.
Me pregunto ahora si los autores y evaluadores del Informe PISA 2009 han
preguntado algo también a este respecto al alumnado medio de Naturales.
Llevo muchos años ya
preguntándome también si nos ha servido alguna vez en nuestra vida (descontadas
las personas que científica y profesionalmente se han dedicado a materias y
actividades relacionadas con la matemática) saber dividir dos quintos entre
cuatro séptimos o calcular el punto exacto de encuentro entre dos trenes que
parten de estaciones distintas y se cruzan en un momento del trayecto.
PISA pregunta ahora sobre autos de carrera
o sobre el área del entretecho ABCD de una casa de campo con techo en forma de
pirámide. Problemas sencillos si se comprende el planteamiento mismo, pero que
llevan produciendo desde hace años estupor cerebral a buena parte del alumnado
porque “las matemáticas son difíciles y aburridas”. Además de analizar los
resultados deficientes en competencia matemática del alumnado español de quince
años de edad, habría que plantearse con urgencia si no hay que revisar
radicalmente los contenidos y los programas, y sobre todo las formas de enseñar
y de evaluar.
España flota desde hace siglos en
el océano de la enseñanza al pairo de la dejadez, el marasmo y la calma chicha.
Para explicar los mediocres resultados de PISA 2009, no se debe olvidar que a
mediados de los setenta el 10% de niños de 6 a 11 años aún no estaban
escolarizados; que de los 12 a los 14 años, solamente un 65% iba a la escuela,
y casi dos tercios de los jóvenes de entre 15 y 16 años no seguían estudios
secundarios posobligatorios; que en el año 1980, la cuarta parte de la
población mayor de 16 años era analfabeta funcional o carecía de estudios.
También estos datos explican bastantes cosas.
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