En 2010 “crisis” se ha convertido
en una de las palabras más utilizadas, principalmente en el mundo político
celtibérico, donde es un arma arrojadiza contra todo lo que se mueva: el PP
olisquea el poder invocando la inoperancia de los socialistas con la crisis
económica, el PSOE la ve como el único motivo de los negativos vaticinios
electorales, y otros sestean mientras hacen, deshacen y rehacen listas
electorales. Antes, la crisis podía ser nuclear, personal, estructural,
ministerial, bursátil…, pero ahora solo hay una crisis verdadera: la económica.
Los carroñeros cada vez están más gordos con tanto despojo por cunetas y
calles, a la vez que amenazan con severos castigos a los Gobiernos que no
impongan las mismas medidas y principios que han llevado a esta crisis, dirigidos
directamente contra el corazón del pueblo. Las calles de Grecia, Francia o
Italia, por ejemplo, han visto huelgas, manifestaciones, protestas y luchas callejeras
entre la ciudadanía y las fuerzas del orden que defienden el desorden causado
por la gente de orden, pues difícilmente se aguanta allí tanto desmán y tanta
tomadura de pelo, pero en España apenas se percibe una leve brisa de algo que
no sea calma chicha.
Hace 2.400 años, Platón nos había dejado en la caverna,
contemplando imágenes en una pared y creyendo que un árbol, un caballo o una
casa eran esas cosas reflejadas en el muro de la caverna a la luz de una lumbre. De vez en cuando, venía alguien de
fuera y nos decía que todo aquello no son sino simples remedos de las verdaderas
realidades que existen bajo el sol y que puede ser maravilloso ver el esplendor
de un olivo mediterráneo o la bravura de un caballo al galope o la casa del amigo,
pero la mayor parte prefirió seguir mirando las imágenes reflejadas en la pared
de la caverna y oyendo las voces de sus moradores. Ese visitante también nos
instaba a salir de la caverna, a subir por una escarpada pendiente hasta la luz
y el calor del sol, pero tenía que salir de allí a cajas destempladas y evitar así
resultar medio linchado por intempestivo y molesto.
Hoy en esa caverna las imágenes
no se ven en muros y paredes, sino en televisores de plasma y en 3D, los ruidos
y voces son emitidos en HD digital, y se cree que nunca ha habido caballos, casas
y árboles tan magníficos, al ser todo hipervirtual. Sin embargo, la caverna sigue
siendo la misma, pues aunque muchos no caigan en la cuenta, no se trata de un
lugar concreto sito en algún paraje determinado, sino que está en el interior
de cada uno. Allí no hay otras cadenas o ligaduras que aten de manos y
pies a otros prisioneros que a nosotros
mismos. Más allá de cualquier excusa o racionalización, la más firme de las
ataduras es nuestra propia decisión de permanecer fijos allí, masticando el
soma de Un mundo feliz de Aldous Huxley, haciendo que la realidad
sea únicamente lo que vemos, oímos y decimos entre las cuatro paredes de
nuestra caverna interior.
Me comentaba el otro día mi amigo
Agustín que no acaba de explicarse
cómo no salen a reclamar sus derechos los millones de parados, pensionistas y
ciudadanos que se ven ahora entre la precariedad y el desamparo. Quizá sea el
soma, quizá el temor a perder lo poco que resta o a no poder recuperar lo que
ya no se tiene, quizá también que hemos padecido durante años el tsunami de que
el objetivo consiste en ser más que el otro y consumir sin fin, que la igualdad
es hoy una antigualla y la libertad solo vale si está bien acolchada entre
toneladas de seguridad. Tenemos callos en los ojos de ver pateras vacías de
futuro y llenas de cadáveres sin que pase nada. Nos hemos creído solidarios por
dar unos euros al mes o al año por unos seres que se consumen y mueren en la
oscuridad de otra caverna aún más pavorosa y real: la de ese mundo que
adornamos con el pulcro y aséptico adjetivo numeral ordinal “tercero”.
Esa caverna interior está repleta
de los escombros de nosotros mismos y está sepultada bajo montañas enteras de
sesudos pretextos, pero se puede salir de ella a golpe de decisión y de
libertad interior. Para ello hay siempre manos tendidas y el ánimo del
compañero que se esfuerza también por salir de su propia caverna, pues una
palabra cálida infunde mutua energía para proseguir la ascensión. Salir de la
propia caverna posibilita el abrazo con el otro bajo la tibieza acogedora del
sol, así como la lucha con los demás y la plena conciencia de que los derechos
y las libertades no son un regalo gratuito del poderoso, sino la esencia misma
de nuestra propia identidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.