lunes, 27 de diciembre de 2010

Se alquila caverna económica. Facilidades


En 2010 “crisis” se ha convertido en una de las palabras más utilizadas, principalmente en el mundo político celtibérico, donde es un arma arrojadiza contra todo lo que se mueva: el PP olisquea el poder invocando la inoperancia de los socialistas con la crisis económica, el PSOE la ve como el único motivo de los negativos vaticinios electorales, y otros sestean mientras hacen, deshacen y rehacen listas electorales. Antes, la crisis podía ser nuclear, personal, estructural, ministerial, bursátil…, pero ahora solo hay una crisis verdadera: la económica. Los carroñeros cada vez están más gordos con tanto despojo por cunetas y calles, a la vez que amenazan con severos castigos a los Gobiernos que no impongan las mismas medidas y principios que han llevado a esta crisis, dirigidos directamente contra el corazón del pueblo. Las calles de Grecia, Francia o Italia, por ejemplo, han visto huelgas, manifestaciones, protestas y luchas callejeras entre la ciudadanía y las fuerzas del orden que defienden el desorden causado por la gente de orden, pues difícilmente se aguanta allí tanto desmán y tanta tomadura de pelo, pero en España apenas se percibe una leve brisa de algo que no sea calma chicha.
Hace 2.400 años, Platón nos había dejado en la caverna, contemplando imágenes en una pared y creyendo que un árbol, un caballo o una casa eran esas cosas reflejadas en el muro de la caverna a la luz de una  lumbre. De vez en cuando, venía alguien de fuera y nos decía que todo aquello no son sino simples remedos de las verdaderas realidades que existen bajo el sol y que puede ser maravilloso ver el esplendor de un olivo mediterráneo o la bravura de un caballo al galope o la casa del amigo, pero la mayor parte prefirió seguir mirando las imágenes reflejadas en la pared de la caverna y oyendo las voces de sus moradores. Ese visitante también nos instaba a salir de la caverna, a subir por una escarpada pendiente hasta la luz y el calor del sol, pero tenía que salir de allí a cajas destempladas y evitar así resultar medio linchado por intempestivo y molesto.
Hoy en esa caverna las imágenes no se ven en muros y paredes, sino en televisores de plasma y en 3D, los ruidos y voces son emitidos en HD digital, y se cree que nunca ha habido caballos, casas y árboles tan magníficos, al ser todo hipervirtual. Sin embargo, la caverna sigue siendo la misma, pues aunque muchos no caigan en la cuenta, no se trata de un lugar concreto sito en algún paraje determinado, sino que está en el interior de cada uno. Allí no hay otras cadenas o ligaduras que aten de manos y pies  a otros prisioneros que a nosotros mismos. Más allá de cualquier excusa o racionalización, la más firme de las ataduras es nuestra propia decisión de permanecer fijos allí, masticando el soma de Un mundo feliz de Aldous Huxley, haciendo que la realidad sea únicamente lo que vemos, oímos y decimos entre las cuatro paredes de nuestra caverna interior.
Me comentaba el otro día mi amigo Agustín que no acaba de explicarse cómo no salen a reclamar sus derechos los millones de parados, pensionistas y ciudadanos que se ven ahora entre la precariedad y el desamparo. Quizá sea el soma, quizá el temor a perder lo poco que resta o a no poder recuperar lo que ya no se tiene, quizá también que hemos padecido durante años el tsunami de que el objetivo consiste en ser más que el otro y consumir sin fin, que la igualdad es hoy una antigualla y la libertad solo vale si está bien acolchada entre toneladas de seguridad. Tenemos callos en los ojos de ver pateras vacías de futuro y llenas de cadáveres sin que pase nada. Nos hemos creído solidarios por dar unos euros al mes o al año por unos seres que se consumen y mueren en la oscuridad de otra caverna aún más pavorosa y real: la de ese mundo que adornamos con el pulcro y aséptico adjetivo numeral ordinal “tercero”.
Esa caverna interior está repleta de los escombros de nosotros mismos y está sepultada bajo montañas enteras de sesudos pretextos, pero se puede salir de ella a golpe de decisión y de libertad interior. Para ello hay siempre manos tendidas y el ánimo del compañero que se esfuerza también por salir de su propia caverna, pues una palabra cálida infunde mutua energía para proseguir la ascensión. Salir de la propia caverna posibilita el abrazo con el otro bajo la tibieza acogedora del sol, así como la lucha con los demás y la plena conciencia de que los derechos y las libertades no son un regalo gratuito del poderoso, sino la esencia misma de nuestra propia identidad.

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