lunes, 6 de diciembre de 2010

Siempre nos queda el alba


Artículo a publicar el próximo miércoles en El Periódico de Aragón


Hace unos días, el diario británico The Guardian informaba de que la compra de viviendas de más un millón de libras esterlinas en Inglaterra y Gales ha aumentado un 44%. Es decir, que la gente forrada de dinero sigue a lo suyo, comprando cosas bonitas que les alivien de tanto estrés. Al fin y al cabo, un millón de libras es una pequeñez comparado con tanto viaje (menos mal que tienen jet privado) y tanto compromiso social (a veces con personas sin maneras). Por eso está  más que justificado que una sola butaca de uno de sus cuartitos de nada, decorados por expertos de garantía (que no digan después que no contribuyen a crear puestos de trabajo), cueste como varios años de trabajo de un mileurista, aunque de todos es sabido que no hay comparación entre las necesidades y el buen gusto de unos y la vida de todos los demás, que parecen contentarse con cuatro cosillas de medio pelo.
Es como esa otra gente que sale ahora en Wikileaks, tan ocupada en velar por la seguridad mundial del imperio. Movidos por tan alto fin, se ocupan y preocupan por los estados de ánimo de una presidenta argentina, las amistades peligrosas entre un presidente ruso y otro italiano, o por cerrar la boca a políticos, fiscales y jueces en el asunto de unos vuelos que transportaban clandestinamente presos ya torturados o aún por torturar o en el asesinato de un reportero español que sirvió de blanco a un blindado norteamericano. Unos juegan al Monopoly y compran casas de más de un millón de libras esterlinas y otros juegan al Risk (ganan los que cuenten con más informes de embajadores tras cenar con gente influyente de las colonias conquistadas). Unos constituyen el imperio del dinero y están dotados de  una ventosa bucal, una boca con tres mandíbulas dentadas y un ano, pues viven de chupar y almacenar la sangre del currante y del plebeyo. Otros forman parte de Yankilandia, y sus cables muestran el concepto y los planes que USA, con sus vientos neoliberales y neocons, tiene del mundo.
Y entonces aparecen seis mil millones de piezas (de plástico y colorines) que se mueven por el tablero bajo los sones del Sálvese quien pueda. En ese mundo, en un acto de autismo social y de irresponsabilidad profesional, los controladores cierran el espacio aéreo de un país y dejan tirados a millones de personas, pues les parece mal cómo están regulados sus “tiempos de trabajo y descanso” (curiosamente, lo mismo que les pasa a los trabajadores del supermercado donde hago la compra). Otras muchas fichas esperan pasivamente a que la mano de algún jugador las mueva adonde interese o convenga, ajenas al destino que puedan tener todas las demás. Esas fichas viven plácidamente en sus casas de alquiler o compradas tras muchos años de hipotecas, donde ven en su televisor de plasma mansiones de lujo de millones de euros, o mujeres ricas que hacen ostentación de su rumboso vacío.
Muchas de esas fichas no aguantarán en el tablero de la vida hasta el Mundial de fútbol de 2022 con sede en Qatar, pero desde hace unos días tienen que aguantar ya que allí se va a construir estadios refrigerados con aire acondicionado y enclavados en un lago artificial que creará un microclima de 27º en aquel desierto y en pleno verano. A los movedores de fichas del Monopoly les hace tanta gracia esa novedad en su club de los antojos que  ya no comprarán solo casas de más de un millón de libras en la City, sino que podrán ver cómo dan patadas a la pelota mientras lucen sus cositas de Gucci, Vuitton o Armani y sus voceros predican austeridad y recorte en los gastos recortables (sociales), si bien tendrán permanentemente la mosca en la oreja por si tanta patraña acaba saliendo en Wikileaks.
Heráclito dijo que no es posible bañarse dos veces en el mismo río, pero, de hecho, braceamos en el inmenso río de las aguas fecales de todos, ricos y pobres, lúcidos y sonámbulos, sublevados y resignados, mientras los altavoces recuerdan que también nos hemos prohibido pensar, hablar y hacer cualquier cosa parecida a una revolución, una sociedad socialista o un mundo libertario. Y al igual que le ocurrió a Noé cuando apenas se cabía en el arca y encima le parió la hipopótama, hemos leído el enésimo cable de Wikileaks y nos hemos enterado de que Aznar comunicaba al embajador estadounidense durante una cena en la embajada que si ve ”a España desesperada, quizá tendría que volver a la política”. O sea, que miles de buitres callados van extendiendo sus alas. De nosotros depende, sin embargo, que siempre nos quede el alba.

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