No es preciso visitar el sitio web de la Casa Real ni leer
exhaustivamente la abundante información sobre los chanchullos económicos
presuntamente perpetrados por Ignacio
Urdangarín Libaert, duque de Palma de Mallorca por designio real. Abriéndonos
paso entre la jerga de “Rey”, “Casa real”, “Familia real”, etc., Juan Carlos de Borbón recibe del dinero
de todos los ciudadanos 8.434.280 euros, 292.752 de ellos en concepto de gastos
de representación, si bien para muchos represente poco o nada, pues en ningún
momento se les ha preguntado qué tipo de Jefatura del Estado prefieren o si
encuentran compatible la encarnación en la misma persona de quien en 1969 juró
guardar y hacer guardar las Leyes Fundamentales y los Principios del Movimiento
Nacional como sucesor de Franco “a título de rey” ante las Cortes franquistas,
y del actual Jefe del Estado de la España democrática.
Presenciamos el aluvión de pruebas inculpatorias aparecidas en los medios
de comunicación en torno al yerno Iñaki,
a la vez que subliminalmente la hija Cristina
queda a la sombra, como si de nada se hubiese enterado, como si hubiese
comprado con su marido una mansión en Pedralbes de más de siete millones de
euros sin preguntar de dónde salía tanta pasta gansa. ¿Por qué él imputado y
ella no? ¿Por Borbón? ¿Porque, aparte de ser esposa y madre prolífica y
ejemplar, supuestamente vivía en Babia? ¿Pretenden hacernos creer que los
tejemanejes y pelotazos solo han sido obra del ex balonmanista?
La monarquía no es solo un anacronismo, sino una institución incongruente
con el principio constitucional de la igualdad entre todos los ciudadanos
españoles: “Los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer
discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o
cualquier otra condición o circunstancia personal o social” (artículo 14).
Ningún cargo público debe sustentarse en el designio divino ni en la tenencia
de un mismo ADN familiar, pues “la soberanía nacional reside en el pueblo
español, del que emanan los poderes del Estado” (artículo 1,2). ¿Qué
justificación racional y democrática tiene entonces que Felipe suceda a Juan Carlos como Jefe del Estado simplemente por
ser hijo de su padre?
Injustificable es también que el artículo 56.3 de la Constitución
española otorgue al monarca el delirante privilegio de que su persona es “inviolable
y no está sujeta a responsabilidad”. En otras palabras, más allá de la
impunidad penal, el rey, haga lo que haga, no puede ser investigado ni sentarse
en procesos judiciales ni siquiera como testigo, etc. Hace tiempo, aparecieron
los nombres de algunos influyentes personajes de la época en el caso KIO,
comisiones sustanciosas por algunas transacciones petrolíferas saudíes para
España, algunas ventas de armas y ciertos negocios inmobiliarios. Sobre la base
de la presunción de inocencia debida a todo ciudadano, sería recomendable para
la salud pública la posibilidad de aclarar públicamente cualquier asunto
turbio, sin excepción, pero resulta baldío si de los actos del rey son
responsables solo las personas que los refrenden; es decir, el Presidente del
Gobierno y, en su caso, los Ministros competentes o el Presidente del Congreso
(artículo 64 de la Constitución).
A pesar de tales despropósitos institucionales y de la consiguiente
lesión del principio constitucional de la igualdad entre todos los españoles,
el tratamiento oficial debido a la monarquía sigue siendo “majestad”, que,
según el Diccionario de la Real Academia Española, significa: 1. Grandeza,
superioridad y autoridad sobre otros; 2. Seriedad, entereza y severidad en el
semblante y en las acciones; 3. Título o tratamiento que se da a Dios, y
también a emperadores y reyes.
A propósito de la
tercera acepción, es interesante constatar la coincidencia de tratamientos entre
monarquía y divinidad. Recuérdense, por ejemplo, algunos cánticos nacionalcatólicos
de la España visigótico-franquista: "Christus
vincit, Christus regnat, Christus imperat" (Cristo vence, Cristo
reina, Cristo impera). Por lo mismo, el Hijo de dios es un monarca triunfante
sobre sus enemigos que instaurará al final de los tiempos su reino en todo el
universo. Dios, Rey. Dios, Emperador. Dios, César, mientras al pueblo se le
priva del derecho a decir esta boca es mía, o a quién prefiere como gobernante
o jefe. De ahí que a la gente de orden le suene bien eso del "reinado de
Dios", pero probablemente se irritaría si escuchara la "república de
Dios". O república o dios. O círculo o cuadrado. Algunos incluso
vitoreaban y apaleaban al grito de "viva Cristo Rey", pero
enmudecerían de espanto si escucharan el grito de "viva Cristo Presidente
de la República". Por eso la derecha y la ultraderecha suelen ser
monárquicas y tan alérgicas al republicanismo.
…el rey apareció montado en su caballo con su magnífica vestimenta y la
gente, también conocedora de la rara cualidad que tenía el vestido, callaba y
veía pasar a su rey, hasta que un niño dijo en voz alta y clara: "el rey
va desnudo"…
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