sábado, 22 de diciembre de 2007

Días de paz y de rosas



Perdonad que últimamente escriba poco en el blog. A veces, la vida deja pocos momentos propicios para el escribir tranquilo y miraqndo0 a los ojos del posible lector. Para compensar, como reflexión y parabién en estas fiestas, transcribo aquí el artículo que aparecerá el día 26 en El Periódico de Aragón (va de eso que llamamos "Navidad". Buenos días y buen año.

DÍAS DE PAZ Y DE ROSAS

Ya han pasado la Nochebuena y la Navidad. Ya queda menos para superar los fastos restantes. Mal que nos pese, hemos comido y bebido a discreción (es decir, en la mayoría de los casos, en exceso) y la paga extra se nos ha quedado tirada en un rincón, tiritando. Las luces navideñas siguen adornando y contaminado la ciudad. Sigue el bombardeo incesante de la publicidad, disfrazada a menudo de buenos sentimientos, armisticios familiares o ayudas a los necesitados cercanos y lejanos. Estamos inmersos en el archinombrado “espíritu de la Navidad”, que pocos se ha habrán parado a definir, pero que arrolla todo y a todos a fin de que consumamos desaforadamente. Suenan los villancicos: noche de amor, noche de paz… Una vez al año, hay que cantar al unísono el gran montaje: amor y paz, paz y amor.

Sin abandonar, pues, el hilo conductor de la paz, hablemos hoy, en plena digestión de la fiesta y de los fastos navideños, de la paz. La paz no es cosa solo de los quince días navideños, sino de todo el año, de toda la vida, pero cada día millones de seres humanos viven bajo la amenaza de la violencia armada. Cada minuto, una persona muere asesinada. La noche de la muerte y de la guerra envuelve a toda la humanidad, desde Río de Janeiro a Los Ángeles, de Liberia a Eritrea. Con un comercio de armas masivo y sin control, caen como moscas las víctimas, la mayoría de ellas inocentes, civiles.

Humean las armas sobre todo en Latinoamérica, África, Asia y Oriente Medio; aumenta el hambre en las zonas donde abundan los hambrientos. El negocio de la industria armamentística genera más de 900.000 millones de dólares al año, y va sembrando muertos y mutilados con las minas contra persona, las bombas de racimo, los gases tóxicos y con los Kalashnikov, que se acomodan dócilmente a todos, incluso también al hombro y al dedo de cualquier desharrapado vestido de miliciano. Es Navidad y nos piden una limosna en una cuenta corriente humanitaria para niños, enfermos o refugiados, pero nadie parece recordar que el presupuesto militar en el mundo es quince veces superior a la ayuda humanitaria y solidaria.

Nuestros gobernantes se muestran extremadamente cautos a la hora de dedicar el 0,7% de su PIB a las zonas miserables y al mundo subdesarrollado, pero el gasto mundial militar en 2004 superó el billón de dólares, y, con tanta lucha contra el terrorismo internacional y tanta guerra preventiva, el gasto militar de Estados Unidos, por ejemplo, supone el 47% del total mundial. De hecho, la mayor parte de las ventas de armas se concentran en un pequeño grupo de países ricos, que suman el 81% de todo el trasiego comercial de armamento. En cambio, los compradores son, en buena parte, países subdesarrollados. Y para que no decaigan las compras, los países ricos ya se encargan de encender y mantener guerras sangrientas que casi nunca salen en nuestros telediarios, así como de sostener dictadores que no osen cuestionar sus intereses económicos. ¿Algún villancico hace mención de toda esta basura en la noche de amor, en la noche de paz?

¿Y qué decir de las armas nucleares, biológicas y químicas? Los poderosos alertan del grave peligro que supone que un país díscolo aspire a la fabricación y tenencia de un armamento que ellos poseen en tal medida que la Tierra entera podría quedar destruida varias veces en el caso de que se desatase una guerra con armas de destrucción masiva, pero hacen lo que les viene en gana (amenazan con la guerra o hacen la vista gorda) con el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares. El planeta entero está permanentemente cubierto por la amenaza de los negros nubarrones de una posible contaminación radiactiva masiva o un invierno nuclear sin fin. Pero durante quince días todos nos sumamos al gran montaje navideño de la paz.

Los poderosos también envían lo que denominan “misiones de paz” cuando en algunas zonas peligran sus intereses económicos o un barullo parece escapárseles de las manos. Por ejemplo, en 2004 Naciones Unidas desplegó más de 64.000 militares y policías y 4.000 civiles en 21 misiones de paz. Sin negar el efecto humanitario de algunas de ellas, la verdadera paz no se alcanza con soldados y tanquetas, pues una verdadera misión de paz es crear escuelas, hospitales, universidades, empresas y estructuras básicas en los países subdesarrollados: la cultura, el desarrollo sostenible y el bienestar de un pueblo son refractarios a las soluciones impuestas por la sola razón de la fuerza.

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