Artíulo publicado el miércoles, 21 de octubre, en El Periódico de Aragón
Hace unas semanas, Médicos sin Fronteras informaba de que hay una situación de emergencia nutricional en la República Centroafricana, por la que el 20% de la población infantil sufre desnutrición aguda y alrededor del 7% de los niños está en grave riesgo de morir, si no recibe el tratamiento de manera inmediata.
Mi hermano Jose se jugaba metafóricamente una botella de Courvoisier a que tan brutal noticia no volvería a aparecer en los medios de comunicación, engullida por el agujero negro del desinterés y de la inercia hacia otras noticias más aceptables y menos “pesimistas”. Pues bien, ha pasado más de un mes y en ninguno de esos treinta y tantos días hemos tenido noticias de los niños centroafricanos. ¿Cuántos de ellos han muerto? ¿Cuántos siguen gravemente malnutridos?
Como poco, 500.000 niños pequeños o muy pequeños están allí en situación de desnutrición aguda, y 35.000 en grave riesgo de morir de pura y llana desnutrición si no reciben inmediatamente el tratamiento adecuado. Son muchos; tantos que al menos por un día ocupan un cierto espacio en algunos medios de comunicación occidentales. Después, silencio. Los niños que tengan más suerte no habrán muerto, pero eso no significa que sigan existiendo para el mundo rico. Aquí es mucho más interesante que un niño norteamericano de seis años esté escondido en un garaje, mientras el mundo parece quedar en vilo al creer que está volando en un globo aerostático a la deriva.
Han caído las ventas de diamantes y de oro en la Republica Centroafricana, pues la población de los países con serios problemas de colesterol y obesidad no está por comprar joyas, ya que cada día se les dice que hay una crisis económica galopante. En Centroáfrica, en cambio, hay situación de miseria permanente: su PIB per capita apenas llega a 350 dólares anuales (menos de un dólar al día). Para colmo, apenas hay allí escuelas y hospitales, por lo que los niños tienen todo el tiempo del mundo para malvivir y malmorir solos con plena conciencia de su hambre y su malestar. La desnutrición no va sola, pues raro es el caso que no va acompañada de otras enfermedades graves, como la malaria, la diarrea, la tuberculosis o el sida.
La mayor parte de la población sobrevive a duras penas mediante una agricultura de subsistencia, a la vez que la madera y la minería están en manos de empresas y organismos que dejan muy poca riqueza en el país. A ese perro flaco hay que añadir continuos conflictos y luchas internas, golpes de Estado, regímenes políticos impresentables, entre los que no hay que olvidar al sanguinario e histriónico general Jean-Bédel Bokassa, autoproclamado Emperador del Imperio Centroafricano. Algunas de las grandes potencias occidentales no son ajenas a todos estos vaivenes y desvaríos políticos y económicos.
Pero todo esto es a veces noticia tan fugaz como un neutrino. Se esfuma en un abrir y cerrar de ojos de cualquier noticiario, y pasa a través de nuestras vidas sin producir la más leve perturbación. Importan la lesión de tobillo de Cristiano Ronaldo, las últimas memeces de Belén Esteban en programas de televisión de quincalla y bambolla, una nueva conjugación del verbo “trincar” en las filas del PP o el récord de taquilla de la última película de Amenábar. Entretanto, la esperanza de vida en la República de Centroáfrica es de 43 años, la tasa de analfabetismo es del 49% y el 13,5% de la población está infectado por el virus del sida.
Lo pagan los de siempre. Por estos lares, también. Los desmanes de las hipotecas suprime estadounidenses, la especulación financiera y bursátil, decenas de pufos financieros como Lehman Brothers o AIG y una crisis económica mundial perpetran una hemorragia de centenares de miles de millones de euros provenientes de fondos públicos y destinados al saneamiento de empresas y entidades financieras privadas. Por el camino, a través de cierres, EREs e intercambio de cromos entre las grandes empresas y entidades financieras, los ricos siguen siendo tan ricos o más que antes, mientras una parte de la clase trabajadora va engrosando las filas del desempleo y otra parte vive sin tregua en la inquietud y la zozobra.
Mucho más allá, en las cunetas de caminos polvorientos que parecen no llevar a ninguna parte, centenares de millones de seres humanos espantan como pueden el hambre, la enfermedad, la ignorancia y la miseria. Mi hermano gana la apuesta: los niños centroafricanos no han vuelto a salir en la prensa, en las tertulias radiofónicas, en los telediarios. La subsistencia de miles de familias zaragozanas depende de la voluntad del dios Magna. 35.000 niños centroafricanos malnutridos mueren sin hacer ruido y sin perturbar nuestros telediarios. El pasado 17 de octubre se celebraba el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Y cada día Juan de Mairena nos dice a lo lejos: “Por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”,
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