El ministro Blanco, tras pintar el pasado viernes un país que aspira a tener “el mejor estado de Bienestar” (becas, ayuda a la dependencia, transporte, sanidad, escuelas…) reconocía en una entrevista que eso no es posible con una presión fiscal con relación al PIB “de las más bajas de Europa”. En otras palabras, buenos servicios requieren ingresos, y esos ingresos deben generarse también de los impuestos. De ser así las cosas, inmediatamente viene a la mente la pregunta del millón: por qué no gravar entonces las rentas más altas por razones de equidad y para desarrollar unos servicios públicos cada vez mejores para toda la ciudadanía en igualdad de condiciones.
Desde los tiempos de la UCD de Suárez, pasando por González y Aznar, y desembocando en Rodríguez Zapatero, ha habido una serie de asuntos tabú que jamás se ha osado abordar: entre otros, la aconfesionalidad real del Estado y una reforma fiscal que incluya realmente el llamado ahora “impuesto de los ricos”. Aplicando reglas elementales de la lógica al argumento del ministro Blanco (si queremos estado de Bienestar hay que aumentar la presión fiscal), podemos concluir entonces que si no ha habido hasta ahora una fiscalidad fuerte y equitativa con los que más tienen es porque, de hecho, no se ha querido realmente ese estado de Bienestar del que hablan los programas políticos y prometen los candidatos cada cuatro años.
Curiosamente, el presidente del Gobierno utiliza como justificación el mismo hilo argumentativo que en otros asuntos “delicados” (por ejemplo, ley de eutanasia o una verdadera aconfesionalidad de las instituciones públicas): aún no ha llegado “el momento oportuno” y ahora aún “no toca”. Llega un telegrama del exterior (hay que recortar el gasto social) y la varita mágica ejecuta las órdenes tocando las narices de pensionistas, funcionarios, trabajadores y cuatro millones de parados. Llega otro telegrama del interior (muchos ciudadanos están cabreados porque aún no han oído hablar de la Banca, las empresas financieras y otras empresas que cada año disfrutan de pingües beneficios) y el presidente del Gobierno responde inmediatamente: “aún no toca”.
Y como el circo está en plena crisis, crecen los enanos y aumenta el número de noticias que elevan el nivel de indignación: los 584 altos directivos de las empresas del Ibex 35 cobraron en 2009 una media de cerca de un millón de euros, sin contar pagas extraordinarios, aportaciones a fondos de pensiones y otras zarandajas; los 83 consejeros ejecutivos de las empresas del Ibex ganaron en 2009 una media de 2,7 millones de euros: los directivos de las grandes empresas españolas declaran unos ingresos aún más estratosféricos. Entretanto, el consejero de gobierno del Banco de España y catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra, López Casasnovas, propone congelar “la protección de los trabajadores” (no se pierdan el eufemismo) durante dos años, de tal forma que queden en suspensión los derechos laborales, para facilitar la contratación. La varita se convierte en bisturí cuando trabaja en el cuerpo del pueblo, pero convierte calabazas en carrozas y palacios cuando reconoce la mano que siempre la ha estado utilizando.
ZP ahora hace de pararrayos de todas las iras celtibéricas. Ciertamente, sería recomendable que no se presentase a ningún premio Nobel de economía, pues sus expectativas de éxito serían bastante exiguas, pero ZP es solo el encargado de un chiringuito que en el fondo no le pertenece. El mundo se ha convertido en una finca global donde mandan los mismos que han montado este desaguisado denominado “crisis”. Nos sirvieron de aperitivo unos canapés llamados “subprime”, nos alarmaron con enormes fondos de inversión fofos, y crisis crediticias e hipotecarias, nos presentaron a personajes indeseables como Lehman Brothers o AIG, inyectaron billones de dólares y centenares de miles de millones de euros a bancos y empresas en crisis y nos dijeron que debíamos apretarnos el cinturón, mientras nos preguntábamos qué diablos habíamos hecho o dejado de hacer para merecer esto. Finalmente, ocurrió lo que está ocurriendo: mientras unos (de naturaleza física y metafísica) cada vez tienen más en sus paraísos fiscales y sus operaciones financieras de dimensiones siderales, los platos rotos lo están pagando el bolsillo, los derechos y el bienestar de los trabajadores (del Tercer Mundo, mejor no hablar: son, con mucho, los más perjudicados, pero siguen sin aparecer –es decir, sin existir- en nuestros medios de comunicación y en nuestras conciencias).
ZP no es, ni más ni menos, que Sócrates de Sousa en Portugal o Giorgos Papandreu en Grecia, y quizá también Sarkozy en Francia y Angela Merkel en Alemania: unos mandados, con la diferencia de que las casas que cada uno representa y gestiona tienen un mayor o menor número de habitaciones y de cuartos de baño. Unos son socialistas, otros conservadores, pero todos están atentos a los dictados de los verdaderos amos del mundo, los mismos que han montado este guirigay y recogen beneficios colosales de ese río revuelto.
Entre tambores de huelga general y peticiones a grito pelado de elecciones anticipadas desde el bando popular, no toca y no es el momento oportuno. Algunos piden coherencia a los socialistas y exigen una distribución más justa no solo de la riqueza, sino también de la contribución fiscal a la resolución de los problemas económicos y sociales de la ciudadanía. Sin embargo, pensándolo bien, ¿por qué el gobernante va a hacer ahora lo que ni siquiera ha osado hacer en tiempos de bonanza? Además, ¿puede realmente hacerlo?
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