Artículo a publicar el próximo miércoles en El Periódico de Aragón
Hace unos días estuve en Madrid. Lo primero que hice allí fue visitar el portal nº 55 de la calle de Atocha, donde fueron cobardemente asesinadas cinco personas y quedaron malheridas cuatro más por pistoleros de la extrema derecha. Trabajaban en un despacho laboralista de Comisiones Obreras, y puedo dar fe no solo de su dedicación y profesionalidad, sino también de su alto grado de humanidad. Necesitaba hacer una visita a aquella puerta de la calle Atocha como un homenaje de gratitud a todos ellos y también para reciclar ideas, recargar fuerzas y afianzar convicciones, pues sabían bien quiénes eran y qué querían, y no tenían ningún reparo, a poco más de un año de la muerte de Franco y aún en plena efervescencia del fascismo de la época, en mostrar y luchar por sus ideas y convicciones, hasta incluso pagarlo con la muerte y el horror de aquel atardecer. Lo último que merecen es el olvido: no el simple olvido de unos nombres o unos hechos, sino sobre todo el olvido que da la espalda a lo que ellos fueron y quisieron, por lo que lucharon y dieron su vida.
Pocos días después, el pasado ocho de junio, hubo una huelga de funcionarios. Más allá de la consabida guerra de cifras acerca del número de quienes la secundaron, da para cavilar el papel real que hoy desempeñan los sindicatos, especialmente en esta época de crisis económica de gran calibre, cuyas víctimas más numerosas son los trabajadores. En una sociedad democrática es imprescindible que la libertad sindical declarada en el artículo 28.1 de la Constitución se plasme en organizaciones sindicales fuertes e independientes, que antepongan los derechos de los trabajadores a cualquier otra instancia institucional espuria, de tal forma que los sindicatos cumplan con su obligación de ser los elementos activos reivindicativos por antonomasia en nuestra sociedad.
Partiendo de la necesidad del sindicato como órgano de gestión y defensa de los derechos de los trabajadores, está por ver si los sindicatos actualmente existentes se han preguntado por las causas y los motivos reales de que exista uno de los porcentajes más bajos de afiliados a sus sindicatos respectivos (un 15% del total) y, en cambio, haya un alto número de liberados y contratados en su organigrama sindical, a la vez que deberían plantearse qué tienen qué ofrecer a los trabajadores no sindicados. Está muy bien proporcionar lugares de ocio y vacaciones o descuentos en algunos comercios o la asesoría jurídica en caso de conflicto, pero todo ello resultaría tangencial a los mineros de La Camocha o serviría de poco consuelo y acicate a M. Camacho durante los nueve años que pasó en la cárcel de Carabanchel. Los sindicatos deberían ser la punta de lanza y el martillo pilón en la lucha por el trabajo, la justicia y la igualdad, dejar desiertos sus despachos y estar a pie de fábrica, de juzgado y de calle en cada ERE, en cada despido, encadenados a las verjas de las fábricas y de los grandes edificios.
Leyendo los Estatutos de algunos sindicatos, se habla de “la transformación de la sociedad, para establecerla sobre bases de justicia social, de igualdad y de solidaridad» o de “la construcción de una sociedad socialista democrática” . No son siempre la imagen y el mensaje que la inmensa mayoría de los trabajadores recibe actualmente del mundo sindical. Y sin unos sindicatos nítidos en sus propuestas concretas y activamente reivindicativos, la sociedad adolecerá siempre de salud democrática y de auténticas garantías sociales. En este mismo orden de cosas, difícilmente la identidad real de un sindicato de trabajadores puede ser compatible con que económicamente esté dependiendo del dinero público y de las subvenciones públicas que directa e indirectamente llega a sus arcas y fundaciones, pues con ello se corre el riesgo de tapar demasiadas bocas y maniatar demasiadas manos.
Dice Ortega que el ser humano no está simplemente dotado de razón para pensar, sino que precisa de ella para vivir, pues vivir es “tratar” con el mundo y “dar cuenta” del mundo, no de un modo teórico y abstracto, sino concreto y vital. De ahí que afirme que conocer busca necesariamente “saber a qué atenerse y a qué exponerse”, pues de lo contrario nos hallaríamos “desorientados”, perdidos en el mundo. Hoy más que nunca necesitamos unos sindicatos en y por los que saber a qué atenernos y exponernos ante lo que económica y socialmente acontece. El mayor problema no solo es el déficit económico que implica recortes sociales, sino también un grave déficit de ideas y propuestas, de valores y compromisos a cuyo frente estén los dirigentes políticos y sindícales, pues el ciudadano y el trabajador necesita saber a qué atenerse, y de paso, los propios sindicatos deben aclarar también a qué quieren atenerse y exponerse.
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