Buenos
días, José Antonio. Te escribo esta mañana de domingo, nada más enterarme de
que nos has dejado esta madrugada y no llevas ya a cuestas tu mochila, tu
guitarra, tu pluma y tus medicinas. Ahora te llevamos todos muy dentro, en
nuestra mente y en nuestro corazón. Compañero, gracias por toda esa montaña de
cosas que nos has ido regalando.
En
algunas ocasiones nos hemos encontrado por la calle y hemos conversado sobre
cómo nos iba. Rozábamos, casi siempre con unas gotas de humor, el tema de la
salud, y nos animábamos mutuamente a mirar hacia delante. Compartimos sin
edulcorantes la posibilidad del final cercano, el deterioro físico, pero
enseguida sacábamos a relucir el país nuestro de cada día y los agujeros negros
de una España y un Aragón aún tan confesionales. Alguna vez intentaste excusarte
por no haber podido asistir, por motivos de salud, a algún acto al que el MHUEL
te había invitado. Yo te cortaba enseguida y te decía que ante todo debías
cuidarte y dejarte cuidar. Al final, nos despedíamos con un abrazo que, a
medida que pasaba el tiempo, se hizo menos vigoroso, también más dificultoso para
ti por mi silla de ruedas. Estoy convencido de que ambos pensábamos cada vez si
nos estábamos dando el último abrazo.
Más
allá de tus discos y tus libros, de tus años de presentador televisivo y de
diputado en el Congreso, de tantas cosas buenas y valiosas que has ido
desgranando a lo largo de tu vida, me quedaba patente tu humanidad: sin
idealizaciones póstumas, constituías siempre un ser humano íntegro y cabal. Era
muy sencillo percibirte por debajo de los papeles sociales que te tocaba
desempeñar, de las etiquetas, de la fama y del aplauso. Tus palabras eran
tuyas, y eras tú quien estaba delante con tu talante, tu identidad, jamás disperso
en laberintos de palacio. La gente no es tonta y eso lo adivinó enseguida:
cantaba tus canciones, sonreía y aprendía con tus libros, se alegraba con tus
homenajes, pero sobre todo valoraba que no te traicionaste a ti mismo ni a tus
ideas e ideales. No conozco a nadie que no te quiera. Ciertamente, muchos te
admiran y te valoran, pero sobre todo has ganado su afecto y su gratitud. Por
eso, mientras escribo estas líneas en esta mañana de domingo, sé y siento que
no has muerto, pues ahora fructifica por las tierras de Aragón, en tantos
aragoneses y aragonesas, todo lo que has sembrado.
Hoy
nos hacemos todos beduinos, dispuestos a cruzar desiertos y pedregales,
disfrutando también de tantos oasis existentes en nuestra tierra. Hoy todos llevamos una mochila como tú, con el
país a la espalda, recorriendo juntos caminos y veredas, pero esa mochila
estará permanentemente abierta, como tú la dejaste, a cuantos quieran beber
nuestra agua y comer nuestro pan. Hoy reclamamos el agua para los campos y el
desarrollo de Aragón y nos oponemos contigo a que la rapiña y el negocio del
cemento y del golf nos dejen faltos de salidas y crecimiento. Escribiremos por
ti ese diario de náufrago, pasearemos contigo en las anochecidas por ese jardín
de la memoria.
Ojalá
hoy el Gobierno aragonés y las Cortes de Aragón reconozcan finalmente que el
verdadero himno de Aragón es el Canto a la Libertad, tuyo y de todos. Cada vez
que el MHUEL ha organizado un acto, lo
hemos cantado como broche final. En cada ocasión me he emocionado al cantarlo,
pues ese día en que levantemos la vista y veamos una tierra donde ponga
“Libertad”, nuestras instituciones públicas y los representantes del pueblo
garantizarán finalmente el principio constitucional de la aconfesionalidad del
Estado. Sin duda, en Aragón la Libertad de tu canción brotará en cada rincón y
en cada corazón, recogiendo los anhelos y los sueños de cada uno.
También
te hiciste famoso con ese “¡a la mierda!” que dirigiste a los diputados del PP en el Congreso de los
Diputados por su falta de respeto y su intransigencia. En tu nombre y en el de
todos los demócratas de Aragón y del mundo, quiero ahora dirigir ese “¡a la
mierda!” al oscurantismo, la caspa, el ultramontanismo, el fascismo, la
explotación, la violencia, la injusta distribución de la riqueza y de la
tierra, el meapilismo (perdona la expresión), la intransigencia y el fanatismo,
el caciquismo, y tantas otras fétidas cavernas existentes en el mundo. Mientras
lo hago, noto que sonríes.
Dentro
de un rato me voy a ver la Bajada del Canal Imperial, donde vecinos y vecinas
de todas las edades navegan festivamente en barcas construidas ingeniosamente
por ellos mismos. Haremos por no estar tristes, te prestaremos nuestra mirada y
finalmente reiremos juntos por ti. Y todo el camino que nos queda por recorrer,
lo haremos en un mismo trazado para así levantar a aquellos que cayeron
gritando libertad.
Hasta
siempre, José Antonio. Y un fuerte abrazo.
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