Artículo a publicar el próximo miércoles en El Periódico de Aragón
Atardecía el 29 de octubre de 1929, conocido después como el Martes Negro del Crack del 29. En quiebra total la Bolsa de Nueva York, millones de personas lo habían perdido todo, aunque desconocían la amargura y la incertidumbre que aún estaban por llegar. Pocos años antes, su Presidente, Herbert Hoover, les había dicho que “la prosperidad está a la vuelta de la esquina”, y durante aquella década habían recibido créditos apenas sin fianza para comprar coches, casas, lavadoras o televisores, también para comprar acciones y hacerse mágicamente ricos en la Bolsa. Ahora estaban arruinados, hundidos, desolados, también enormemente enrabietados al saberse víctimas de la especulación financiera (seguramente, pocos aceptaban que también eran víctimas de su propia codicia).
Cuentan las crónicas que aquel atardecer se agolparon miles de neoyorkinos a la salida del edificio de la Bolsa en Wall Street, desde donde pudieron contemplar una escena que centró todas las miradas: un hombre estaba en la fachada de un edificio a punto, creyeron, de arrojarse al vacío a causa de la desesperación por haberse arruinado. Allí estuvieron un buen rato, mirando y comentando, a la espera del desenlace: pensaban que era un especulador más de los que habían provocado su desgracia económica y deseaban su muerte. Sin embargo, al cabo de un rato les llegó el desencanto: aquel hombre, lejos de suicidarse, recogía sus trastos y entraba por una ventana, pues en realidad era un fontanero que estaba arreglando los canalones del edificio. Aquel atardecer el mundo les estaba resultando especialmente frustrante, pues a veces, al sufrir una desgracia, algunos buscan una desgracia ajena mayor que le sirva de relativo consuelo.
Aquellas personas se dejaron llevar por su rencor y su tristeza, y vieron en aquel fontanero al hombre que deseaban: un especulador suicida. Aquellas personas miraron hacia el lugar equivocado, pues los responsables del crack financiero y económico estaban vinculados al edificio de la Bolsa, y no al rascacielos donde el fontanero desatascaba unos canalones.
Hoy ocurre en nuestro país algo parecido. Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la crisis económica, y en España algunos se dedican a mirar un dedo que, según ellos, solo señala quién tiene la culpa de haber agravado aún más la crisis económica de su poblado o quién ganará las próximas elecciones en su aldea, si Rajoy o Rodríguez Zapatero: el primero dice tener una varita mágica, nunca públicamente mostrada, capaz de sacarnos del embrollo económico, mientras ZP balbucea en soledad fórmulas que ya pocos creen. Miran y remiran el dedo, esperando que uno u otro caiga al vacío, culpable de haberles causado tanta desventura. En realidad, ignoran que Rajoy y Zapatero son solo unos currantes, unos mandados, que ni han pinchado y cortado, ni pinchan ni cortan, ni jamás pincharán y cortarán sin autorización de los dueños del corral.
El dedo señala que el Gobierno español se propone empezar a salir del pozo ahorrando 15.000 millones de euros mediante recortes a troche y moche, pero apenas nadie recuerda ya que en Estados Unidos y la Unión Europea se gastaron muchos miles de millones de dólares, libras esterlinas y euros provenientes del dinero público (de los contribuyentes) para la compra de activos basura a los Bancos para salvarlos de la quiebra y para los sucesivos planes de rescate financiero. Siempre quedan ocultos tras el dedo los especuladores, los manipuladores, los trileros de las finanzas en el parqué y en la Red, las sanguijuelas del pueblo, los sapos iscariotes que todo lo engullen en su propio beneficio. Son el dedo mismo. Lo paga el pueblo, todo lo paga en pueblo, pero el rico sigue siendo tanto o más rico que antes de la crisis económica. El dedo señala que el enorme número de parados está prácticamente estancado en nuestro país, pero no que no hay una sola gran empresa financiera o de servicios que haya tenido pérdidas. Y lo peor es que pocos tienen conciencia del trajinar de ese dedo, pues por algo se tiene televisor, sobre todo si tiene HD.
Volviendo a 1929, J.D. Rockefeller, el hombre más rico del mundo, había perdido el 80% de su fortuna, lo cual molesta, pero no inquieta sobremanera ni lleva a las colas de paro o a las casas de beneficencia. Hoy algunas fuertes empresas, principalmente del sector de la construcción, han cerrado y los trabajadores se han quedado en la calle, pero no se conoce una sola gran fortuna que no siga viviendo a tutiplén con el riñón bien cubierto gracias a algún paraíso virtual.
El dedo no solo no señala hacia la ética, sino que la oculta a las miradas. Sin embargo, los verdaderos responsables de la crisis económica deberían estar en la cárcel, juzgados y condenados, en vez de estar señalando a todos con su dedo hacia dónde hemos de mirar.
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