miércoles, 6 de octubre de 2010

Todos somos africanos (con perdón)

Desde hace muchos años, los chinos enseñan en sus escuelas que descienden de una rama distinta del resto de los humanos. Creen que su origen es un homínido que vivió en China hace más de un millón de años: un Homo Erectus asiático que no se extinguió.  Con ello se creían distintos, diferentes del resto, al no provenir, como los demás, del Homo sapiens que desde hace unos setenta mil años se extendió desde África por todo el mundo.  El mismo Mao dejó escrito por ello en su Libro Rojo que la historia humana tiene un millón de años y el pueblo chino creía tener motivos sobrados para considerarse único entre la humanidad. Sin embargo, finalizando el siglo XX, científicos chinos descubrieron mediante estudios del ADN mitocondrial y del cromosoma Y que también los chinos tienen el mismo origen africano del resto. En resumidas cuentas, salvo algunos rasgos físicos peculiares, todos los seres humanos somos genéticamente iguales.
A lo largo de la historia de la humanidad, se da una misma constante en las sucesivas culturas y épocas: la creencia de ser distinto, incluso de ser superior que el resto. Mediante leyendas y mitos, cada pueblo se tiene por diferente, cree ser el pueblo elegido de entre todos los demás, de tal forma que sus miembros tienen la certeza de pertenecer a lo mejor. Debido a ello, creen ser superiores a los diferentes, y la diferencia de éstos molesta, como si lo diferente sobrara, contaminara, atentase contra la propia identidad. Algunos diferentes son declarados incluso indeseables y se los expulsa. Sarkozy lo hace últimamente con los gitanos rumanos y, limitándonos a España, se ha venido haciendo con los judíos, los moriscos, los comunistas, los protestantes y los heterodoxos en general.
Hace unas décadas, científicos norteamericanos investigaban, igualmente mediante el análisis del ADN mitocondrial y el cromosoma Y, el origen de los indios de unas tribus del Norte de América, así como la procedencia concreta de los primeros seres humanos que se adentraron en el continente desde Asia. El resultado fue que aquellas tribus tienen genéticamente el mismo linaje de los humanos que actualmente viven en el sur de Siberia. Sin embargo, los jefes y ancianos de aquellas tribus asentadas en lo que actualmente es Canadá y Estados unidos rechazaron los resultados de los investigadores porque contradicen sus creencias y sus mitos acerca del origen y procedencia de sus ancestros. De haber aceptado esos datos, tendrían que haber dejado de creerse un pueblo único, escogido, diferente.
Ahora sigue existiendo la creencia de pertenecer a un pueblo selecto, escogido, donde reside la verdad y el beneplácito de los dioses respectivos. Así, desde la convicción de pertenecer a un pueblo y una raza superiores, en los años cuarenta los estadounidenses no tuvieron reparo alguno en infectar de sífilis y gonorrea a 696 guatemaltecos para estudiar los efectos de estas enfermedades y de la penicilina como posible antídoto en beneficio del blanco norteamericano, o por los años sesenta no trataron a los negros de Alabama infectados de sífilis a fin de observar los efectos y la evolución de la enfermedad. Todos esos infames científicos blancos que usaron a presos, guatemaltecos, prostitutas, pacientes de psiquiátricos y negros como cobayas en beneficio de los blancos no querrían saber que todos somos genéticamente iguales, originariamente africanos.
Por lo mismo, un extranjero que viene del subdesarrollo a ganarse el pan y llevar el sustento a su familia lejana es visto a menudo como inferior, destinado a tareas socialmente poco consideradas (pasear ancianos, limpiar casas, recoger medio clandestinamente frutas y verduras bajo el plástico, etc.), además de ser considerado una amenaza contra la cultura y la identidad nacionales. Un extranjero, en cambio, que viene del mundo rico y se asienta indefinidamente en el país puede comprar casas, tierras, pueblos y colonias sin que produzca la menor alarma, aunque no tenga ninguna intención de asumir la lengua, los usos y las costumbres autóctonas. La necesidad de creerse distinto (superior) del diferente proviene primordialmente del dinero, no de las culturas e identidades patrias.
A pesar del avance de la ultraderecha y de la xenofobia en algunos países desarrollados (por ejemplo, Suecia, Holanda, Estados Unidos con el Tea Party, Hungría, Italia o Francia) la humanidad ha logrado, con mucho esfuerzo y muchos vaivenes, un consenso sobre su mayor patrimonio cultural y ético: la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sobre tales derechos es posible construir un mundo en libertad, igualdad, progreso, paz y respeto, de tal forma que el bienestar sea un derecho de todos y para todos, y no un privilegio de unos a costa de todos los demás. Provenimos todos del Homo Sapiens que hace unos setenta mil años emigró desde África oriental y se fue extendiendo por el mundo. Aunque a veces algunos parecen poco Sapiens, todos somos africanos.

1 comentario:

  1. Hola Antonio,
    enhorabuena por tu blog. Está lleno de reflexiones profundas y sobretodo sensatas. Ánimo y adelante.
    Saludos,
    Albert

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