Desde hace
muchos años, los chinos enseñan en sus escuelas que descienden de una rama
distinta del resto de los humanos. Creen que su origen es un homínido que vivió
en China hace más de un millón de años: un Homo Erectus asiático que no se
extinguió. Con ello se creían distintos,
diferentes del resto, al no provenir, como los demás, del Homo sapiens que
desde hace unos setenta mil años se extendió desde África por todo el
mundo. El mismo Mao dejó escrito por ello en su Libro Rojo que la historia humana
tiene un millón de años y el pueblo chino creía tener motivos sobrados para considerarse
único entre la humanidad. Sin embargo, finalizando el siglo XX, científicos
chinos descubrieron mediante estudios del ADN mitocondrial y del cromosoma Y
que también los chinos tienen el mismo origen africano del resto. En resumidas
cuentas, salvo algunos rasgos físicos peculiares, todos los seres humanos somos
genéticamente iguales.
A lo largo
de la historia de la humanidad, se da una misma constante en las sucesivas
culturas y épocas: la creencia de ser distinto, incluso de ser superior que el
resto. Mediante leyendas y mitos, cada pueblo se tiene por diferente, cree ser
el pueblo elegido de entre todos los demás, de tal forma que sus miembros
tienen la certeza de pertenecer a lo mejor. Debido a ello, creen ser superiores
a los diferentes, y la diferencia de éstos molesta, como si lo diferente sobrara,
contaminara, atentase contra la propia identidad. Algunos diferentes son
declarados incluso indeseables y se los expulsa. Sarkozy lo hace últimamente con los gitanos rumanos y, limitándonos
a España, se ha venido haciendo con los judíos, los moriscos, los comunistas, los
protestantes y los heterodoxos en general.
Hace unas
décadas, científicos norteamericanos investigaban, igualmente mediante el
análisis del ADN mitocondrial y el cromosoma Y, el origen de los indios de unas
tribus del Norte de América, así como la procedencia concreta de los primeros
seres humanos que se adentraron en el continente desde Asia. El resultado fue
que aquellas tribus tienen genéticamente el mismo linaje de los humanos que
actualmente viven en el sur de Siberia. Sin embargo, los jefes y ancianos de
aquellas tribus asentadas en lo que actualmente es Canadá y Estados unidos
rechazaron los resultados de los investigadores porque contradicen sus
creencias y sus mitos acerca del origen y procedencia de sus ancestros. De
haber aceptado esos datos, tendrían que haber dejado de creerse un pueblo
único, escogido, diferente.
Ahora sigue
existiendo la creencia de pertenecer a un pueblo selecto, escogido, donde
reside la verdad y el beneplácito de los dioses respectivos. Así, desde la
convicción de pertenecer a un pueblo y una raza superiores, en los años
cuarenta los estadounidenses no tuvieron reparo alguno en infectar de sífilis y
gonorrea a 696 guatemaltecos para estudiar los efectos de estas enfermedades y
de la penicilina como posible antídoto en beneficio del blanco norteamericano,
o por los años sesenta no trataron a los negros de Alabama infectados de
sífilis a fin de observar los efectos y la evolución de la enfermedad. Todos
esos infames científicos blancos que usaron a presos, guatemaltecos, prostitutas,
pacientes de psiquiátricos y negros como cobayas en beneficio de los blancos no
querrían saber que todos somos genéticamente iguales, originariamente
africanos.
Por lo
mismo, un extranjero que viene del subdesarrollo a ganarse el pan y llevar el
sustento a su familia lejana es visto a menudo como inferior, destinado a
tareas socialmente poco consideradas (pasear ancianos, limpiar casas, recoger
medio clandestinamente frutas y verduras bajo el plástico, etc.), además de ser
considerado una amenaza contra la cultura y la identidad nacionales. Un
extranjero, en cambio, que viene del mundo rico y se asienta indefinidamente en
el país puede comprar casas, tierras, pueblos y colonias sin que produzca la
menor alarma, aunque no tenga ninguna intención de asumir la lengua, los usos y
las costumbres autóctonas. La necesidad de creerse distinto (superior) del
diferente proviene primordialmente del dinero, no de las culturas e identidades
patrias.
A pesar del
avance de la ultraderecha y de la xenofobia en algunos países desarrollados
(por ejemplo, Suecia, Holanda, Estados Unidos con el Tea Party, Hungría, Italia
o Francia) la humanidad ha logrado, con mucho esfuerzo y muchos vaivenes, un
consenso sobre su mayor patrimonio cultural y ético: la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. Sobre tales derechos es posible construir un mundo en
libertad, igualdad, progreso, paz y respeto, de tal forma que el bienestar sea
un derecho de todos y para todos, y no un privilegio de unos a costa de todos
los demás. Provenimos todos del Homo Sapiens que hace unos setenta mil años
emigró desde África oriental y se fue extendiendo por el mundo. Aunque a veces
algunos parecen poco Sapiens, todos somos africanos.
Hola Antonio,
ResponderEliminarenhorabuena por tu blog. Está lleno de reflexiones profundas y sobretodo sensatas. Ánimo y adelante.
Saludos,
Albert