miércoles, 24 de abril de 2013

Thoreau. Un gran ejemplo de combate y rebeldía



PUBLICADO EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN

A mediados del siglo XIX, dos esclavos negros  fugados de Virginia, Thomas Sims y Anthony Burns, fueron apresados en el Estado “libre” de Massachusetts, pues la Ley de Esclavos Fugitivos estipulaba que debían ser devueltos a sus “legítimos propietarios”. Ya en 1820 se había acordado en la Unión que la esclavitud siguiese donde aún existía, pero no se instaurase en ningún nuevo lugar, de tal forma que se dio un empate entre doce estados “libres” y otros doce estados esclavistas. Tras un simulacro de juicio y muchas maniobras políticas, ambos esclavos fueron devueltos en un buque de guerra al Estado esclavista de Virginia, pero hubo un ciudadano que denunció vehementemente los hechos y se negó a pagar impuestos en un Estado que se avenía a tal comercio de seres humanos, por lo que finalmente fue encarcelado: Henri D. Thoreau (1817-1862), que dedicó su vida, de palabra y de obra, a la defensa de las libertades y los derechos, el pacifismo y la preeminencia de la conciencia personal sobre las leyes y los gobiernos que se atienen a la letra de las leyes, acomodadas previamente a los intereses de los ricos y poderosos.
Thoreau denunciaba enardecidamente que la misma Declaración de Independencia afirmase que “todos nacemos iguales” y tenemos “los mismos derechos inalienables del hombre, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, pero que hipócritamente cubriese de silencio la existencia de los indios y los esclavos negros. “¿Es que no son hombres?”, clamaba. Los políticos de Massachusetts se amparaban en que así lo preveía la ley, en las “decisiones democráticas” del Congreso y en los que habían votado a sus representantes. Sin embargo, Thoreau contestaba que no hay verdadera legitimidad si están en entredicho las libertades de los ciudadanos y los derechos de los seres humanos. Hacer leyes para perpetuar la esclavitud en nombre de la democracia, descalifica a los legisladores, los jueces, las iglesias y los ejércitos, y no a quienes rechazan, desobedecen e incumplen tales leyes. 
A raíz de la guerra de México (1846-1848), Thoreau vuelve a apelar a la desobediencia civil. Sobre supuestas ofensas y ataques de México, los Estados Unidos, en su inveterada política de expansión agresiva,  declaran la guerra, se anexionan la mitad del territorio mexicano y conminan después a firmar una paz de opereta. Thoreau, oponiendo la fuerza de la razón a la razón de la fuerza, se niega a pagar impuestos destinados a fines belicistas injustos e invita sin descanso en sus escritos y conferencias a llevar a cabo la desobediencia civil, por lo que vuelve a dar con sus huesos en la cárcel.
Graduado en Harvard, ganándose la vida haciendo artesanalmente lapiceros, rebelde, amante de la naturaleza, antibelicista, defensor de las minorías étnicas y los estratos sociales más desfavorecidos, enemigo del esclavismo exterior e interior, coherente hasta los tuétanos con sus valores y sus ideas, Thoreau sigue siendo hoy un buen ejemplo a seguir, como ya  lo fue para Mahatma Gandhi o M. Luther King, para todas las personas que defienden el derecho a pensar por uno mismo y hasta las últimas consecuencias.
Hoy Thoreau declararía ilegítimo, por mucho que hubiese ganado unas elecciones, cualquier gobierno que llevase consciente y sistemáticamente a su pueblo a la pobreza, que mermase sus derechos elementales, que lo redujese a ser un territorio poblado por una minoría cada vez más rica a costa del bienestar básico de la mayoría, cada vez más empobrecida. Combatiría por cualquier medio noviolento la estafa perpetrada por el poder de que el pueblo asumiese como deuda soberana la deuda de los estafadores, evidenciaría esa deuda como odiosa e ilegítima, se declararía en rebeldía fiscal y política, y proclamaría la desobediencia civil como única vía efectiva y real de librarse de las cadenas de un sistema alienante y explotador para el pueblo.
Hoy nos quedan escasas vías de salida para no sucumbir finalmente al marasmo definitivo: una salida, solo aparente, consiste en resignarnos a lo que el poder político y económico tenga a bien irnos proporcionando, en las condiciones y términos que ese poder imponga; otra, negarnos a aceptar el sistema que el capitalismo neoliberal ofrece como única alternativa y dejar claro que el pueblo solo está dispuesto a vivir y convivir en términos de igualdad, libertad, bienestar universal, mundo sostenible y verdadera democracia. Se trata de una lucha bastante desigual, por eso cada día es más lamentable que una considerable porción de la ciudadanía mantenga actitudes pasivas y displicentes frente al rumbo real del país, como si la crisis económica, social, cultural y política actual no les atañese.
Thoreau fue siempre un hombre libre que reclamaba hombres libres en un mundo realmente libre. Sobre esta base, jamás estuvo dispuesto a reconocer un Gobierno con otro poder que el que la ciudadanía estuviere dispuesta a concederle.









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