martes, 1 de junio de 2010

Ética versus neonazis

Artículo a publicar mañana en El Periódico de Aragón

A raíz del juicio que desde la semana pasada se está celebrando en la Audiencia Nacional donde se juzga a dos miembros fundadores de la versión celtibérica de la banda neonazi Blood & Honor (Sangre y Honor) por tenencia ilícita de armas y asociación ilícita, me acordé de algunos alumnos que cayeron en las aulas donde enseñaba. No soportaban que hablara de igualdad, de los derechos de todos los seres humanos, incluidos los inmigrantes y los que no tienen el mismo color de piel o la misma cultura. Alardeaban de haber zurrado a un negro porque les había “mirado mal”, escribían en cualquier sitio o momento “Hess” o “White Power” (otra cosa es que dijeran algo coherente o verdadero cuando se les preguntaba sobre ello) y apenas contenían la rabia cuando me declaraba públicamente en sus antípodas y defendía directamente la libertad, la igualdad y la fraternidad.

No recuerdo bien a qué grupo neonazi pertenecían (sí, que una chica era la novia del cabecilla de una de las bandas). De hecho, hay muchos grupos (varios centenares, que cuentan con miles de adeptos): por ejemplo, Combat España, Orgullo Ario, Europa Blanca, Nueva Guardia Española o División Blanca, además de los remedos fascistoides, violentos y neonazis que se dan cita en muchos estadios de fútbol (Ultras Sur, Boixos Nois, Brigadas Blanquiazules, Frente Atlético, etc.). Todos coinciden en su violencia, su xenofobia y su racismo a ultranza. Emplean un lenguaje repleto de consignas y tópicos (“el pacifismo es un sueño de tontos”, “defendamos nuestra Patria de la chusma roja”), vacían de contenido real ideas como raza, orden, familia, lucha, combate, honor, patriotismo; niegan el holocausto judío o cantan querer repetirlo. En resumidas cuentas, constituyen un abierto retroceso a uno de los momentos más execrables y criminales de la historia de la humanidad.

Es positivo que la policía reprima estas ideas y actitudes, antítesis de los derechos y libertades de todos seres humanos. Es positivo también que la justicia someta a estos grupos racistas y violentos a los dictados de las leyes ciudadanas y a los principios básicos de convivencia. Sin embargo, eso solo no basta. Un mundo de ciudadanos libres e iguales en obligaciones y derechos no se impone desde fuera, pues requiere ante todo que los valores fundamentales se asienten, se consoliden, broten, crezcan y se extiendan desde el interior de cada persona, desde esa realidad maravillosa llamada “ética”. La ética (su palabra originaria en griego, ethos) no consiste radicalmente en una lista de leyes y normas que hay que acatar y cumplir desde imperativos externos y ajenos, sino en el propio ser de cada uno (en su mismidad) que libre y responsablemente decide en cada momento y a lo largo de su existencia qué hacer con su vida y con todo lo que le rodea, principalmente los demás. La ética busca la felicidad y el bienestar, la coherencia, la realización plena y cabal de cada ser que habita en Tierra, por supuesto también de uno mismo. De ahí que la ética debería ser una materia básica que transversalmente recorra la vida escolar, desde Primaria hasta la Enseñanza Superior.

El fin de semana pasado leí una frase de Simone de Beauvoir que plasma de modo excelente esta idea: “Construiré una fuerza en la que me refugiaré para siempre”. No es otra cosa la ética, no es otra cosa lo que necesita la juventud y la ciudadanía en general para estar vacunada contra los desvaríos de la ideología intransigente, racista y fascista: la ética, es decir, esa fuerza interior que instala en el alma la energía para que el bien y la bondad, el respeto y la solidaridad, la libertad y la responsabilidad, la paz y la justicia, la razón y los derechos humanos sean tan necesarios para vivir como el agua y el aire y la palabra.

La ética tiene ahora en nuestras escuelas el rango de una materia secundaria de Cuarto de la ESO, dormita en el limbo de las asignaturas marías, se la ha privado de su verdadera identidad. Regularmente, hacen su aparición unos gurús de la excelencia educativa, blanden informes Pisa, denuncian todas las carencias existentes en la escuela actual (cuyas aulas muchos de ellos jamás han pisado), centran exclusivamente sus discursos en las materias que consideran importantes (importancia que nadie ha negado jamás): inglés, lengua, mates, naturales…

Olvidan la ética. Olvidan la ética básica de preguntarse públicamente por qué las clases siguen siendo mortalmente aburridas, por qué suspende tanta gente tras estar cinco o seis horas diarias de lunes a vienes durante tantos meses cursando esas asignaturas, qué esperamos realmente de nuestros hijos o a qué queremos que vayan nuestros hijos a la escuela. Olvidan la ética de preguntarse por la ética y también cómo, cuándo y qué decirles a todos esos alumnos parecidos a los que hace años fueron cayendo en las aulas donde enseñaba. Y, de paso, a todos los demás.

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