Miras a la gente metida en el autobús por las
mañanas camino del trabajo y sus caras no parecen muy divertidas (muchos de
ellos se quedarían muy a gusto en casa, sin tener que madrugar y haciendo lo
que les viniere en gana), pero esas caras mutan por completo al comienzo de
unas vacaciones o de un puente largo. En muchos casos, el trabajo suele disgustar.
El judeocristianismo creó una explicación bastante pintoresca a este respecto:
hemos de trabajar de mala gana (“con
sudor de tu frente comerás el pan”) porque una primera pareja candorosamente
feliz de la que descendemos todos los humanos comió de un fruto prohibido por su
dios, que los expulsó del paraíso donde vivían y los condenó a una buena lista
de cosas desagradables; entre ellas, a trabajar. Según esto, pues, el trabajo
sería un castigo mondo y lirondo.
Nada tiene, pues, de extraño que una de las acepciones de
“trabajo” en el diccionario de la RAE
sea “estrechez, miseria y pobreza o necesidad con
que se pasa la vida” y de
“trabajoso”: “que
padece trabajo, penalidad o miseria, en especial en el orden físico o anímico”.
Sin embargo, hoy el peor castigo no es trabajar,
sino no tener empleo. De hecho, un desempleado daría lo que fuera por tener un
trabajo más o menos estable y no demasiado mal remunerado.
En la actualidad, el castigo bíblico ha sido
superado con creces por un dios mucho más implacable, llamado “los mercados”
por una cohorte de demiurgos. Hasta ahora, el expolio consistía en que el
trabajador vende a cambio de un sueldo lo único que tiene: su tiempo, sus
energías y su preparación, conseguida mediante unos estudios y su posible experiencia
profesional. Así, tras esa compraventa, el trabajador se queda sin nada propio
(incluso –pensándolo bien- se queda sin él mismo, en manos del jefe
correspondiente). El trabajador raramente está además en condiciones de
negociar las condiciones de trabajo y el valor del mismo traducido en salario.
Por otro
lado, trabaja en un sitio y con unas herramientas o medios que tampoco le
pertenecen, de tal forma que él mismo llega a formar parte del “ajuar laboral”
de la empresa, donde ocupa su sitio y tiene su función, perfectamente
reemplazables por cualquier otro. Más aún, en el caso de que se compren nuevas herramientas
o medios más tecnificados, corre el peligro de quedarse en la calle, pues no
puede competir en rendimiento y productividad con una máquina. El acto mismo de trabajar es un acto ajeno a él mismo: de hecho, el
trabajador se siente propiamente él mismo fuera del trabajo y en el trabajo,
fuera de sí mismo. En este contexto, incluso la naturaleza misma está entonces
alienada: lejos ya de ser un hábitat natural, queda transformada en una mera fuente
de materias primas y de recursos, en un basurero o en algo que proporciona ocio,
si se puede pagar al precio marcado.
Tampoco le pertenece el producto de su trabajo, pues inmediatamente
se torna en una mercancía más dentro del mercado, en un objeto más de consumo: pasa
inmediatamente a otras manos, siendo en definitiva extraño al trabajador.
Hablando en plata, el trabajador es un instrumento más en la cadena de
producción para obtener el mayor volumen de ganancias. Más aún, el sistema
productivo es un sistema destinado a que unos cuantos obtengan ganancias, a
veces desorbitadas, a costa de los demás. Igualmente, está alienado el modo de
posesión y de distribución de los productos: el mundo es un almacén de objetos
de consumo y el ser humano, un consumidor.
Hoy,
sin embargo, el expolio al trabajador es mucho mayor y se produce ya con total
alevosía y sin ningún tipo de nocturnidad: no se le expolia ya solo en y por su
trabajo, sino que se le expolia del trabajo mismo (o se le convence de estar en
constante riesgo de perderlo). Mientras siguen siendo enormes las ganancias y
beneficios de las grandes empresas y grupos financieros (los mismos que,
enmascarados como “los mercados”, han armado este río revuelto asumido
universalmente como “crisis económica”), millones y millones de ciudadanos
están en el paro, el panorama laboral de los jóvenes cada vez está más
oscurecido y las condiciones y los derechos de los trabajadores están en franco
retroceso. Entretanto, Zapatero
ostenta con orgullo ante Merkel que
ha hecho bien “los deberes” (olvidando, de paso, los deberes de las grandes
fortunas y empresas), a la vez que con el panorama actual está por ver quiénes
y cuántos trabajadores podrán tener una pensión completa tras unas condiciones
de jubilación exorbitadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.